Los mexicanos hemos estado
viviendo particularmente este año una serie de sucesos que nos lastiman como
ciudadanos y que como Sociedad nos indignan hasta el infinito.
Mesas de café, discusiones,
análisis y comentarios en torno a Ayotzinapa, Tlatlaya, La Tuta, la Casa Blanca, Chespirito y el Teletón son
algunos de los muchos temas que siguen y siguen cosiéndose y descosiendo en
radio, televisión y demás redes sociales mientras -por otro lado-una gran
cantidad de personas van quedando sin empleo o lo más grave, sin encontrar
alguno. Miles de compatriotas siguen
abandonando el país en busca de mejores oportunidades y se lanzan a los Estados
Unidos. Otros tantos miles de egresados
de universidades continúan afanosamente incorporarse al mercado laboral, por ejemplo. Es el México de mil colores.
Hace apenas unos días el
presidente de Uruguay José Mujica pidió a los jóvenes y al pueblo de México “no
bajar los brazos” en referencia a la situación actual de violencia que vive el
país. Afirmó que los únicos derrotados
son los que bajan los brazos. Tiene razón, solo que tenemos un grave problema que
nos arropa a todos como cobija que apesta: La partidocracia Mexicana.
En efecto, uno no encuentra
explicación para resultados electorales que se transforman en pésimos gobiernos
que llevan a municipios y entidades a la debacle financiera, social y
política. Aquí sucede todo y nada se
castiga: Esperanzados contendientes a
ocupar cargos públicos que sin el más mínimo rubor ni decoro hacen campañas
políticas fuera de tiempo a las que les da por denominar informes
utilizando desde luego presupuesto público.
Ayuntamientos que en la más absoluta
impunidad desvían recursos y los utilizan para favorecer a unos cuantos o en
ciertas épocas. Autoridades que en la más
absoluta desfachatez castigan al ciudadano pero por otro lado favorecen con puestos
y/o contratos millonarios a sus
allegados. Municipios fantasmales que
parecieran sacados de una película de horror con sus calles bachentas, polvosas, llenas de mugre acumulada, con
servicios públicos lastimosos y degradantes de una Sociedad ansiosa de cambio
y que empieza a manifestarse a través de diversos actos y agrupaciones.
El poder ejercido desde la partidocracia es un binomio nefasto y vil: gobierno-partido político. La partidocracia campea de manera
aberrante y sin medida. Como una enfermedad crónica de la democracia como figura
de antaño.
Alexis de Tocqueville abordó este
fenómeno en el siglo XIX en su obra La Democracia en América, donde refirió que
dentro de un sistema político aristocrático, los gobernantes se ocupan más de
ellos mismos y de sus partidos que de sus electores.[1]
En México existe un sistema
jurídico electoral de doble moral: El que formalmente establece sanciones para
conductas omisivas y el que materialmente permite
acciones a tiempo y destiempo sin
castigo alguno. De ahí que las cuestiones electorales son
dudosas. Un gobierno legítimo, creíble,
que inspire confianza y se respete, inicia desde el proceso electoral mismo e
incluso en las épocas de “pre campaña”. Otra razón más para que los mexicanos
estemos cansados de lo mismo.
La democracia salió de paseo y
quedó en su lugar la partidocracia donde lo que impera es obtener a cualquier
costo el poder. Donde los espacios de participación ciudadana son base cero en
tanto que las discusiones y toma de decisiones se genera a través de los
partidos políticos. Un claro ejemplo lo
es la existencia de las denominadas bancadas legislativas o más pomposamente
grupos parlamentarios, figuras que aparecen tanto en los congresos locales como
federales, que se integran por miembros de un mismo partido político o afines y
que dicho sea de paso, cuentan con subvenciones, es decir, presupuesto, con alto nivel de opacidad y falta de
transparencia.
Partidos políticos y sus caballos
de batalla (candidatos) buscan arrebatar
al contrario los cargos de elección popular porque perder un trienio o sexenio
es estar fuera del presupuesto y de las mieles del poder, donde se ubica al
partido por encima del mecanismo de representación política auténtica.
En la partidocracia el ciudadano
no cuenta, pasa a segundo plano. Al
plano de lo estrictamente necesario como es el ser parte del escenario de
informes de gobierno, eventos públicos de candidato y el necesarísimo voto, molestia
principal de quien aspira a ocupar un cargo público pero que sabe que no puede
eliminar con ninguna ley.
Por eso vemos cada día como los
legisladores se fijan altas remuneraciones o “dietas”, reciben ofensivos aguinaldos, prestaciones y se
conceden privilegios presupuestales a los que pomposamente llaman “gestión
legislativa” o cualquier otro nombre que al parecer de ellos le imprima respeto
(¿?). Viven un mundo aparte, un México
distinto que se corrobora en el discurso:
Un discurso para el pueblo. Otro
para ellos.
Para todo hay un límite. Y los límites se están rebasando peligrosamente para los partidos políticos crecidos en sí mismos: Una consecuencia visible de ese mundo cerrado es la proliferación de organizaciones civiles, organizaciones no gubernamentales y las que día a día se suman en redes sociales. Esto nos alienta como Sociedad pensante y actuante y nos define como mexicanos comprometidos.
Para todo hay un límite. Y los límites se están rebasando peligrosamente para los partidos políticos crecidos en sí mismos: Una consecuencia visible de ese mundo cerrado es la proliferación de organizaciones civiles, organizaciones no gubernamentales y las que día a día se suman en redes sociales. Esto nos alienta como Sociedad pensante y actuante y nos define como mexicanos comprometidos.
Participar activamente hará la diferencia. De verdad.
[1] https://archivosociologico.files.wordpress.com/2009/08/tocqueville-alexis-de-la-democracia-en-america.pdf
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