Cosas de Reyna

Simplemente humanos.

 





“A partir de mañana todos trabajarán desde sus casas”. Esa fue la orden dada en nuestros trabajos. Tomé lo que creí necesitar pensando en que en una semana a lo sumo habría de regresar y punto. Observé como algunos compañeros salían alegremente y otros más con rostros con cierta incertidumbre, con preguntas sin respuesta. Busqué en google las palabras pandemia, virus, efectos y consecuencias. A manera de chiste cruel, nomás me faltó buscar opiniones de la gente sobre la pandemia, A medida que leía buscaba cerciorarme de no haberme equivocado y estar leyendo en cambio,   la sipnosis de alguna película de terror inacabada.

A la vuelta de nueve meses, justos los de un período de embarazo, nos encontramos concluyendo el 2020. Quisiera resumir en pocas frases todo lo que pasa por mi mente. Quedo frente al monitor callada, con mis dedos como en pausa, congelados, como queriendo encontrar las palabras exactas en este teclado al que siento que le faltan letras pero no es así. Es solo que querría un nuevo abecedario para expresar lo que cerebro y corazón no alcanzan.

A veces quisiera que fuera un mal sueño. En otras, desearía retroceder el tiempo o adelantarlo, ya no sé.  Vivir es un verbo que se conjuga en tres tiempos a la vez, en un dramatismo sin precedente.

El tema de la pandemia se fue colando rápida y exponencialmente en cifras y estadísticas que revelaban y revelan el dolor de miles, millones de familias. Como escena dantesca. Incluso ahora, ya con la existencia de la esperanzadora y deseada vacuna.

No recuerdo las veces que quedé despierta hasta bien entrada la noche leyendo sobre la pandemia o la cantidad de kilómetros que recorrí dentro de casa. Lo que no quiero olvidar jamás son las llamadas telefónicas de familias y amistades que se extendieron sobre el orbe como una enorme red de apoyo de ida y vuelta.  Tampoco deseo que se borren de mi mente las palabras de aliento y de fe que llegaron justo cuando eran más necesarias. Estoy cierta que todos pasamos por lo mismo.  Ha habido grandes momentos dentro de tantas tinieblas y eso los guardo reservadamente como muestra de respeto a quienes luchan o han perdido la batalla contra el Covid y los que lloran la partida de parientes y amigos.

Como mencioné al principio, siento que me falta la palabra precisa, la frase correcta, el mensaje certero. Lo que diga, afirme o niegue tendrá su antítesis en un mundo tan convulsionado como el de ahora. Hoy como nunca cada uno tiene sus razones y sinrazones respetables hasta el infinito.

La generosidad del ser humano es tan amplia que calladamente puede manifestarse incluso en el silencio que abriga y que cobija. O en el desacuerdo que honra.

La persona que fui al inicio del 2020 no es la misma de hace apenas nueve meses. Sigo evolucionando y espero que para bien. Agradezco al Ser Supremo por cada día que me levanté con o sin ánimos y que hube de corregir con enorme culpa moral porque mientras a otros el mundo se les desmoronaba, yo tenía y tengo aliento. ¿Con qué puedo pagar esto?

No pretendo hacer de esta columna un mea culpa que a nada conduzca. Ni que sea algo pasajero producto del último día del año. Esto sería tanto como haber cruzado este tiempo en vano. La lista de personas que ya no se encuentran aquí físicamente es tan larga que no queda tiempo para repetir errores o permanecer en ellos. La estela de dolor que condujo este aprendizaje  no puede ser fútil, superfluo o temporal. No volveremos a ser los mismos. Tenemos que ser mejores incluso a manera de ofrenda a quienes no alcanzaron a serlo.

El 2020 languidece. Y aquí estamos todos, con la esperanza que brilla como el sol naciente. Así que bienvenido 2021. Bienvenido con tu bagaje de incertidumbres y sinos. Con tus alegrías y tristezas, con tus aprendizajes y tus lecciones.

Sirva esta modesta columna como un pequeño homenaje a quienes han sido tocados por la pandemia.

A quienes han sido solidarios con sus semejantes y a los que luchan sus propias batallas 24/7.

Que la salud los abrace.