A la vuelta de nueve meses, justos los de un período de
embarazo, nos encontramos concluyendo el 2020. Quisiera resumir en pocas frases
todo lo que pasa por mi mente. Quedo frente al monitor callada, con mis dedos como
en pausa, congelados, como queriendo encontrar las palabras exactas en este teclado al que
siento que le faltan letras pero no es así. Es solo que querría un nuevo
abecedario para expresar lo que cerebro y corazón no alcanzan.
A veces quisiera que fuera un mal sueño. En otras, desearía
retroceder el tiempo o adelantarlo, ya no sé.
Vivir es un verbo que se conjuga en tres tiempos a la vez, en un
dramatismo sin precedente.
El tema de la pandemia se fue colando rápida y
exponencialmente en cifras y estadísticas que revelaban y revelan el dolor de
miles, millones de familias. Como escena dantesca. Incluso ahora, ya con la
existencia de la esperanzadora y deseada vacuna.
No recuerdo las veces que quedé despierta hasta bien entrada
la noche leyendo sobre la pandemia o la cantidad de kilómetros que recorrí
dentro de casa. Lo que no quiero olvidar jamás son las llamadas telefónicas de familias y amistades que se extendieron sobre el orbe como una enorme red de apoyo de ida y vuelta. Tampoco deseo que se borren de mi mente las
palabras de aliento y de fe que llegaron justo cuando eran más necesarias. Estoy cierta
que todos pasamos por lo mismo. Ha habido
grandes momentos dentro de tantas tinieblas y eso los guardo reservadamente como
muestra de respeto a quienes luchan o han perdido la batalla contra el Covid y
los que lloran la partida de parientes y amigos.
Como mencioné al principio, siento que me falta la palabra
precisa, la frase correcta, el mensaje certero. Lo que diga, afirme o niegue
tendrá su antítesis en un mundo tan convulsionado como el de ahora. Hoy como
nunca cada uno tiene sus razones y sinrazones respetables hasta el infinito.
La generosidad del ser humano es tan amplia que calladamente
puede manifestarse incluso en el silencio que abriga y que cobija. O en el desacuerdo que honra.
La persona que fui al inicio del 2020 no es la misma de hace
apenas nueve meses. Sigo evolucionando y espero que para bien. Agradezco al Ser
Supremo por cada día que me levanté con o sin ánimos y que hube de corregir con
enorme culpa moral porque mientras a otros el mundo se les desmoronaba, yo
tenía y tengo aliento. ¿Con qué puedo pagar esto?
No pretendo hacer de esta columna un mea culpa que a nada conduzca. Ni que sea algo pasajero producto del último día del año. Esto sería
tanto como haber cruzado este tiempo en vano. La lista de personas que ya no se
encuentran aquí físicamente es tan larga que no queda tiempo para repetir errores
o permanecer en ellos. La estela de dolor que condujo este aprendizaje no puede ser fútil, superfluo o temporal. No
volveremos a ser los mismos. Tenemos que ser mejores incluso a manera de ofrenda a quienes no alcanzaron a serlo.
El 2020 languidece. Y aquí estamos todos, con la esperanza
que brilla como el sol naciente. Así que bienvenido 2021. Bienvenido con tu
bagaje de incertidumbres y sinos. Con tus alegrías y tristezas, con tus
aprendizajes y tus lecciones.
Sirva esta modesta columna como un pequeño homenaje a quienes han sido tocados por la pandemia.
A quienes han sido solidarios con sus semejantes y a los que luchan sus propias batallas 24/7.
Que la salud los abrace.