Cosas de Reyna

Atrapados en el tiempo o Por un mejor gobierno



El día de la marmota, Atrapado en el tiempo, o bien en su título original Groundhog Day[1], es el nombre de una película exquisitamente interesante desde todos los ángulos.  En breve, se trata de un meteorólogo de televisión (Bill Murray) que acude al festival de El día de la marmota y, sorprendido por una tormenta de nieve,  se ve obligado a quedarse en el pueblo. El asunto es que a la mañana siguiente, al levantarse, los acontecimientos son exactamente iguales al día anterior y sin motivo se ve obligado a repetir el Día de la marmota infinitamente sin saber cómo salir o avanzar en el tiempo.  Lo interesante es como el personaje va evolucionando y pasa por varios estados anímicos y de personalidad dignos de estudios psicológicos, míticos, literarios, morales, etcétera. 
Sucede que hasta que el personaje principal  tiene un cambio de actitud, hasta entonces empiezan a darse pequeños cambios en la rutina de vivir el mismo día, de tal forma que en algún momento, pasa efectivamente al siguiente día.   Existe en la vida real el pueblo de Punxsutawney[2]
Pero, ¿Qué relación guarda  la película de El Día de la marmota con Sonora, nuestro estado?
Cada vez que veo dicha película,  invariablemente me remite al tema político.  Cada tres o seis años –según sean elecciones-  se repiten  con particular sintonía mediática-discursiva las mismas palabras, los mismos énfasis, los mismos escenarios.  Y ahí vamos todos. No importa la pertenencia a tal o cual partido político.  Volvemos a reclamar que en nuestra ciudad hace  falta agua, drenaje, parques, jardines, seguridad pública, áreas deportivas, pavimento, y un largo etcétera de carencias.  Y volvemos a escuchar lo mismo. En un pequeño ejercicio mental que hagamos, podremos advertir que las exigencias  de hoy son los reclamos de ayer y de ayer y de ayer.   Pocas ciudades y municipios se congratularán de tener en efecto, mejor y mayor pavimento o agua potable, o  bibliotecas o espacios culturales y deportivos.  
Se afirma que la calidad de vida de una comunidad se puede medir según sean los temas principales que los habitantes señalen.  Me parece que en este sentido las autoridades de ayer y de ahora saldrán bastante mal en su desempeño: Seguimos estancados, empantanados en las mismas problemáticas que nos han aquejado desde hace muchos años.  
La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE)[3] presenta estudios interesantes sobre las percepciones de los habitantes de diversos países en lo que considera que es el secreto de una vida mejor: vivienda, ingresos, empleo, comunidad, educación, medio ambiente, compromiso cívico, salud, satisfacción, seguridad y balance vida-trabajo.    Países como Noruega, Canadá, Suiza, manifiestan alto  interés en todos los temas, es decir, le dan más o menos igual importancia.  Se asume que las políticas públicas responden a la demanda social.   Por algo son países desarrollados.
Es México quien presenta una mayor disparidad. Opinamos que tenemos  bajos ingresos, escasa seguridad pública y pobre educación entre otros aspectos. Eso sí, somos muy trabajadores: Trabajamos según la OCDE 2 226 horas al año, cifra mayor que el promedio de los países miembros: 1 765 horas.  Nuestra esperanza de vida es de 74 años,  seis años menos que el promedio de la OCDE, 80 años.  Nuestro aire es de los más contaminados: 29.8 microgramos por metro cúbico, mucho más alto que el promedio de la OCDE de 20.1 microgramos por metro cúbico.  El 64% de los mexicanos está satisfecho con la calidad del agua pero en otros países lo es el 84%.  O sea, estamos satisfechos con menos.
La participación electoral como medida de confianza se sitúa en  63% considerando la participación ciudadana más reciente aunque en países de la OCDE es del 72%.  Y pese a todo, el 82% de los mexicanos  se sienten satisfechos. Sorprendente. 
Analizar el índice de satisfacción de la OCDE es notable por cuanto que sitúa a los nacionales como felices y es un indicador  –subjetivo pero interesante- para determinar la calidad de vida.  ¿Qué sucede entonces? ¿Somos felices con la inseguridad pública? ¿Estamos contentos con la calidad de enseñanza? ¿Nos gusta el deterioro de las comunidades en sus servicios públicos? ¿Acaso estamos felices con el desempeño gubernamental?
Algo está  sucediendo.  ¿Acaso hemos hecho un pacto social donde nos conformamos con menos? ¿Acaso la cultura del valemadrismo ganó la batalla? ¿Será que nuestros estándares de calidad y buen gobierno son bajos? ¿Fregados pero contentos?  Me niego a creerlo.
 
En algún momento de la vida el comportamiento social cambia y debe ser –por necesidad y por urgencia- en estos procesos electorales.  Repetir historias de gobiernos fallidos  nos está llevando a la debacle económica, productiva y social que nos aleja  del franco desarrollo en el que deberíamos estar inmersos todos los municipios y no de unos cuantos de manera aislada, desligada del contexto estatal y nacional.   Romper con el esquema de El día de la marmota implica un cambio de fondo y de todos.
Por eso es esencial y de cardinal relevancia que la participación ciudadana sea proactiva, que trascienda y se manifieste en aportaciones a programas y planes de gobierno,  que se establezcan indicadores básicos de desarrollo de los municipios  de tal manera que sea medible el avance de cada cual o en su caso, aplicar programas remediales que les permitan continuar sin que existan brechas abismales entre uno y otro.  No es posible ya repetir hasta el infinito la vieja fórmula del pedir-prometer-incumplir-pedir.
 
A estas alturas, deberíamos como comunidad estar tratando temas sobre acceso a internet en áreas públicas, la mejora de acervos en la biblioteca municipal, equipando adecuadamente parques y jardines,  contar con un padrón real  de adultos mayores y plan de actividades para ellos –cada vez son más-, promoviendo eventos  culturales bajo un programa colaborativo de los diversos niveles educativos que  contribuya a la formación de los habitantes,  por ejemplo.  A estas alturas, deberíamos estar trabajando proyectos de desarrollo regional que permitieran avanzar a municipios con una misma problemática  en forma sostenida y sustentable.    Pero no, seguimos discutiendo sobre baches, semáforos descompuestos, alumbrado público deficiente tanto o más que la recolección de basura, escasez de agua potable y una larga lista de carencias que se han ido acumulando con cada administración gubernamental. Estamos atrapados en las deficiencias y las privaciones de servicios básicos fundamentales. Sumado todo a la negligencia o desconocimiento del quehacer gubernamental de quienes ostentan  cargos públicos. Seguir así es apostarle a la nada, al vacío y a la desesperanza.

Por esto y más es que debemos modificar conductas tanto como habitantes/ciudadanos  como en lo colectivo que incida en el desarrollo social sostenido. Y en esto las autoridades deben estar decididamente comprometidas.  Una planeación adecuada implica la participación comunitaria plasmada en un documento donde se defina de bien a bien dónde estamos y hacia dónde vamos.  Con objetivos y metas claramente trazadas del que se desprenda que la participación colectiva ha sido el eje rector y que a la vez mida cada cierto tiempo los avances o logros obtenidos.  Ya basta de medir al desarrollo integral a través de discursos y  declaraciones dadas desde la comodidad de una oficina de los gobernantes en turno, donde -por cierto-la modalidad online es de las preferidas
 Existe claro, la cómoda alternativa de quedarnos anclados para siempre en el mismo lugar haciendo lo mismo.  Muy satisfechos en la insuficiencia mientras el mundo avanza a pasos agigantados.

 

 

 




[1] https://www.youtube.com/watch?v=tSVeDx9fk60
[2] http://www.punxsutawney.com/
[3] http://www.oecd.org/centrodemexico/laocde/