Cosas de Reyna

Volver a ti...

Fotografía tomada de Google.com
Este próximo lunes 10 de agosto la Universidad de Sonora habrá de reiniciar labores académicas vía online. La verdad, siento un nudo en el estómago que ni las pandémicas mariposas que ahí habitan lo entienden, dicho sea de paso. Bromas aparte, a pesar de que la institución brindó al profesorado una serie de cursos para habilitarnos adecuadamente en diversas plataformas, no deja de inquietarme -positivamente- este reinicio de semestre. 

Muchas preguntas revolotean en mi mente, pero de algo estoy convencida: Llegaré vía online con el más absoluto entusiasmo como he tratado de hacerlo durante más de 20 años como maestra universitaria. ¿Qué es virtual? Sí, pero nada que no se pueda sacar adelante. Somos maestros, no improvisados. Por lo mismo, las autoridades universitarias deben dar un seguimiento oportuno y eficaz en torno a los avances programáticos de las materias y la asistencia docente -entre un cúmulo de cuestiones-  en aras de verificar que lo virtual es tan o más efectivo que lo presencial. Tarea nada fácil pero obligada legalmente a la luz de la Ley de Responsabilidades y la de Transparencia, por cierto.
Una de las tantas consecuencias de esta pandemia Covid-19 es la afectación a jóvenes que se encuentran por ingresar a estudios superiores, a los que habrán de continuar y a los que recién han concluido. Cada segmento con sus particularidades y problemas. ¿Qué es lo que exactamente les espera? 
En cada estudiante veo un proyecto de vida profesional al cual los docentes tenemos que contribuir aportando conocimientos actualizados y de calidad, así como continuar la tarea formadora de ciudadanos también de calidad. Esta es la raíz y el final de nuestra misión, que a veces la vorágine o la cotidianidad académico-administrativa diluye o parece hacerlo.
Cada persona porta un proyecto de vida personal, familiar y profesional que va adecuando y haciendo ajustes en el camino. Claramente un proyecto es eso y no letra escrita en piedra. Hoy como nunca quienes ejercemos la labor docente debemos brindar las mejores herramientas de aprendizaje a los educandos porque hoy como nunca estamos obligados a formar más y mejores ciudadanos, comprometidos realmente con su entorno, respetuosos de sus comunidades y su entorno. Gran parte de esta pandemia ha evidenciado la necesidad de fomentar las buenas prácticas ciudadanas, por ejemplo.
Algunas voces indican que las universidades no están preparadas para esta nueva modalidad y que iniciaremos semestre con una serie de carencias, deficiencias, faltas de comunicación adecuada de los órganos de gobierno, etcétera. Tal vez haya algo de eso y serán cuestiones para corregir de forma inmediata, sin dilación y con eficiencia. Esto es un trabajo colaborativo, riguroso y de resultados; el aislamiento solo provoca dispersión, descontento y desánimo.
Insisto en que en el centro de todo está el aula -ahora convertida en un espacio virtual- donde nuestro rostro y presencia es la carta de presentación de la institución. Echemos una mirada hacia el pasado reciente: durante toda la pandemia fuimos de las pocas comunidades laborales a las que no nos faltó salario, ni tuvimos que salir a trabajar como tantas personas lo hicieron porque remedio no tenían. ¿Cómo retribuir eso a la sociedad como universidad pública que somos? Y no, no es algo que tenga que verse a la luz de un contrato colectivo de trabajo. Es algo que tiene que verse a la luz de la ética personal e institucional, de la responsabilidad social, del compromiso de la docencia cabal. Esto es lo que al personal parecer toca hacer.
Pero también hay que ver el aspecto de las autoridades académico-administrativas. Hoy como nunca se pondrán a prueba los liderazgos formales internos: Los de papel y los de verdad. Los simulados y los reales. Los efímeros y los que fincan su quehacer sobre bases firmes. Los ungidos por suerte y los reconocidos por sus trayectorias. Los que pretenden ejercer autoridad a través de cantidad de correos electrónicos y los que se arremangan para realizar trabajo colaborativo, de soluciones prácticas, ejecutivas, saludables, medibles y de impacto que trascienda por sus beneficios académicos, administrativos, laborales.
Una tercera parte compete a los estudiantes. Son ellos quienes deben exigir calidad académica porque en cierta medida de esto depende que adquieran conocimientos y habilidades para la vida profesional. La otra medida la aportan ellos mismos, de sus actitudes hacia el estudio y aprendizaje. El título profesional, como es bien sabido, ha pasado a ser un papel que acredita una formalidad educacional pero no es garantía de saberes, ni de aptitudes ni de competencias. Eso lo aporta cada egresado. 
Es con ellos, en esa vasta comunidad estudiantil donde también deben fomentarse liderazgos auténticos, críticos, propositivos, incluyentes, reales, no de pasarela ni de papel solo para cumplir requisitos de acreditación o algún trámite de los miles que existen. Aquí están los líderes que gobernarán en un cercano futuro, ¿No es algo dramáticamente significativo y de enorme compromiso como institución?
Son tiempos en que los estudiantes merecen más que nunca que los liderazgos institucionales  transmitan, proyecten y ejerzan sus funciones sin ambages porque para llegar a los estudios superiores han realizado enormes sacrificios personales y familiares, más que nunca, más que siempre.

Menos, nada.