Cosas de Reyna

Vacaciones de verano


Desayunos a las doce del día, comidas a las cinco de la tarde y cenas… a las once p.m. La visita interminable al refrigerador es obligada. Excursiones alrededor de la colonia y fuera de ella; idas al cine y a los parques, recibir durante todo el verano a los primos que viven en otras ciudades. Llegada la noche dormir en cualquiera de las casas de los parientes, ahí donde se antoje o mejor convenga según el plan elaborado cuidadosamente para el día siguiente. Planes donde hasta el más pequeño interviene y opina. Democracia entre la tropa infantil y adolescente. Autoritarismo materno en receso. Padres consentidores pero vigilantes.

Mamás al borde de la histeria. Ropa y más ropa que lavar, interminable altero de platos y sartenes sucios, mientras las películas danzan una tras otra en el televisor. Súplicas de los pequeños (y también de los no tan pequeños) por ir a la playa y la aventura de vivir el placer de sumergirse en el agua para huir del mundanal ruido de perdida hasta la hora de comer sándwiches preparados para el caso. Apetito insaciable es característico de la época. Garrafones de limonada, Jamaica y tamarindo. Apenas así se alcanza a mitigar la sed producida por el sofocante calor y para el ejército también interminable de parientes, sobrinos y amistades.

Parientes y amigos que se encuentran o se reencuentran para compartir la vacación de verano. El tiempo es oro y se aprovecha. La complicidad de los primos (as) no tiene límite tanto como tampoco la tiene la convivencia entre ellos. Grandes veladas hasta el amanecer solo conversando ya sea en el porche o en la recámara, compartiendo todo, hasta los silencios. Adultos que plácidamente ingieren bebidas refrescantes cada atardecer, contemplando el ir y venir de los hijos o los sobrinos, o los nietos.

Mamás que cada noche gritan como letanía “apaguen ya la luz” o “ya entren a dormir”. Voces que se repiten generación tras generación hasta convertirse en eco del recuerdo imborrable. Niños que corren, gritan y saltan sin descanso. ¿Dónde tienen el botón de “parar”?

Sanitarios eternamente ocupados; alfombras sucias, camas sin hacer. Parece que la ropa brota o se reproduce exponencialmente. Jardines y patios que medio se limpian porque la tarea se dejó inconclusa: ¡Era más importante ir a dormir la siesta! Siestas que por cierto, nunca acaban.

Familias enteras disfrutan esos reencuentros. El desorden en los hogares es temporal y transitorio. Al final, cada quien regresa a sus obligaciones. Niños y adultos de vuelta a la rutina diaria. Madres que lanzan suspiros de tranquilidad, pues al fin son dueñas de sus hogares. Retoman el mando. Despedidas al final de cada verano. Los lazos fraternos se consolidan hasta sentir el dolor de la ausencia anunciada y el “nos vemos en navidad”.

Benditas vacaciones de verano. Juegos, risas y camaradería donde la imaginación es el pasaporte al sano esparcimiento. Boleto garantizado para el que no existe reserva de admisión. Tiempo que paradójicamente no tiene costo alguno pero que se guarda como invaluable tesoro en la memoria para solaz de los adultos cuando en verano se sientan a compartir con sus iguales bebidas refrescantes cada atardecer. A revivir los veranos infantiles y soltar la carcajada por las aventuras compartidas con primos y amigos.

Mi conversación con el Cura Hidalgo


De repente lo vi. Por fin había logrado mi objetivo, o al menos eso creí. Crucé el pórtico de la iglesia para encontrarme con Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Galeana Mondarte Villaseñor. Ahí estaba: con una personalidad arrolladora, carismático, gentil, no muy alto. Pelo entrecano pero no escaso. No se parece en nada a la conocida imagen oficial que tenemos de él. Voltea a verme, sonríe brevemente y hace señas de que lo espere. Está ocupado murmurando no se qué asuntos con José Joaquín –su hermano- y otros que según aprecié, eran Ignacio Allende y un guapísimo José María Morelos, el que, al percatarse de mi presencia, me guiñó un ojo. También se le conoce como el sacerdote de la libertad, aunque él se autodenominaba siervo de la nación. De repente recordé que a pesar de su sacerdocio, gustaba bastante de las mujeres. Bueno, al menos eso se dice desde entonces. Las malas lenguas aseguran que estuvo muy enamorado de una tal Francisca Ortiz pero se comenta que a la mera hora ella se decidió por otro. Su desilusión fue tal que ingresó al seminario.

Algunos niños corren presurosos por los pasillos detrás de un perro callejero, mientras espero pacientemente en una banca frente al jardín principal de la iglesia. Sus madres, con sendos rebozos, voltean a verme con extrañeza y disgusto. Mi vestimenta es tan distinta a la de ellas -enagua larga y huaraches-, que con pena le doy un tirón a mi falda corta de mezclilla. ¿Cómo es que llegué a este lugar vestida así? Trato de quitarme el maquillaje y disimulo la bolsa de mano que porto. Eso sí, escribo y escribo en mi libreta, tratando de anotar lo más posible los detalles que me rodean.

De repente oigo unos pasos y levanto la vista. ¡Es él, Don Miguel Hidalgo y Costilla! Con voz ronca y firme, me da la bienvenida no sin antes lanzar una mirada de desaprobación –supongo- a mi vestir. Dirigimos nuestros pasos a la sacristía en tanto le voy diciendo con pena que me disculpe pero que en mi época es normal esta indumentaria. Simplemente lanza un gruñido seguido de un “normal debería de ser que México estuviera en los primeros lugares de desarrollo; la cortedad de su falda solo refiere la cortedad del progreso del país por el que tanto luchamos. Su falda es lo de menos”. Se me olvida que el Zorro, como le llamaban sus amigos más cercanos, posee inusual astucia en juegos intelectuales. De ahí su apodo. Ya a los diecisiete años era maestro de teología y filosofía. Decido que tendré que irme con cuidado en la conversación. Apenada le respondo que precisamente con motivo del bicentenario del movimiento de independencia, el gobierno federal organiza una serie de eventos alusivos; que recién ha habido majestuoso desfile en la Ciudad de México de catorce héroes nacionales los que fueron recibidos por el mismísimo Presidente de la República en Palacio Nacional. Que estos próceres permanecerán once meses en un lugar especial para que los mexicanos podamos acudir a verlos.

De repente detiene su marcha en seco. Voltea para Interrumpir mi vehemente perorata, mirándome fijamente a los ojos:

Reyna, Reynita, ¿acaso crees que porque no vivo en tu época no alcanzo a comprender la dimensión de los problemas de México? ¿Sabes cuantas acciones y discursos se han justificado y apoyado en el movimiento independiente? Dime, ¿de qué ha servido la sangre derramada si al final siguen nuestros hermanos esclavizados? No te imaginas los corajes y sinsabores que he pasado ante tanta tarugada que cometen. ¿Honores? ¿Acaso crees que es un honor que me saquen de mi sepultura y me paseen públicamente ante un México destrozado en lo político, económico y social? ¡A mí que me dejen donde estoy! Lo único agradable de ese paseíto es haber visto los rostros de tantos hermanos mexicanos y te aseguro que a la par, ¡mi vergüenza no ha tenido medida!!

Sígueme –ordena-.

Ingresamos a la sacristía y con un ademán me ofrece asiento. Observo rápidamente que a pesar de la rusticidad del lugar, luce confortable, como invitando a la reflexión y la lectura. Fugazmente pasan por mi mente escenas de reuniones habidas en este espacio. ¡Cuantos de nuestros héroes de independencia habrán expresado aquí sus ideas y gestado ese movimiento histórico!

El Cura queda pensativo, parado en medio del lugar. Luego arrastra una silla y se sienta. Aprovecho para decirle: Señor, pero si sí hemos progresado muchísimo: Gozamos de educación, salud, trabajo… Bueno es cierto que no se ha logrado abatir los índices de desempleo y que la generación de mano de obra no es tarea fácil pero ahí la llevamos… no es tan sencillo combatir la pobreza pero se hacen esfuerzos significativos... A doscientos años del movimiento de independencia los saldos son buenos… Además… Apenas iba iniciando mi monólogo cuando de repente el Zorro da un manotazo sobre la mesa rústica que se tambalea. Se levanta, avanza hacia un fogón donde permanece una cafetera humeante. Remueve con una vara las cenizas. La deja al lado a la par que toma una taza del estante superior y se sirve café. Toscamente me ofrece una, la que acepto de inmediato. Yo, que he observado con atención todos sus movimientos, advierto hasta entonces que mi garganta está seca.

¡Así que crees que vamos bien! –dice- Así que te parece bien y correcto que la pobreza no se acabe a pesar de la danza de millones que destinan a cada programa! ¡Con que está bien que la gente no tenga empleo y que los municipios hayan olvidado la razón de su existencia y se conviertan en coto de poder para unos cuantos! ¿Y qué me dices de la seguridad pública? Con sorna dice: ¡Muy contenta has de estar, al igual que millones de mexicanos! ¡No les han alcanzado doscientos años para componer el país! Se deja caer en una vetusta silla. Agacha la cabeza, tal vez cansado, tal vez decepcionado. Una inmensa pena me invade.

Murmuro unas cuantas palabras y le digo que sí hay autoridades que están aplicando esfuerzos importantes para que se genere el cambio en aquellos renglones que la sociedad demanda. Que en distintos espacios educativos se gestan nuevas mentalidades, personas proactivas y comprometidas con la comunidad. Nuevamente soy objeto de su iracunda mirada, la cual estoy decidida a sostener pues estoy cierta en lo que argumento. Luchamos y termina dulcificando su rostro. Mis manos tiemblan aunque trato de disimularlo.

El caudillo se levanta, camina de un lado a otro. Su larga y roída sotana negra –casi gris por el desgaste- parece gritar las mil luchas sostenidas. Porta su indumentaria con orgullo. Se detiene y con voz pausada dice: Sí Reyna. Sin duda existen muchas personas que en su propio ámbito se desarrollan y realizan funciones de la mejor manera posible… En el púlpito, aquí, -y señala hacia el templo- les digo a los feligreses que la mejor manera de concluir una guerra es solidarizándonos unos a otros. A veces me siento solo en esta lucha… En ocasiones me lastima ver como los indígenas prefieren que se les dé el pan y el alimento en vez de emprender acciones por sí mismos. Les hemos ofrecido ayuda para lograrlo. Pero temen alzar el vuelo. Medita un instante para preguntar: ¿Es lo que hoy en día le dicen paternalismo de Estado? Solo atino a decir sí con un gesto, pues es obvio que desea continuar hablando: No sabes el daño que esto provoca. Hemos tenido que luchar en dos líneas: Por una parte contra el yugo español y por la otra con los mexicanos mismos que prefieren seguir las inercias marcadas por unos cuantos antes que ser activos en su propio desarrollo. ¡La peor lucha la tenemos con nosotros mismos! ¡Como quisiera que esto se entendiera! Es necesario que cada mexicano asuma su propia realidad, que asuma su propio compromiso primero con la familia –ahí está la esencia de todo-, luego con su trabajo y en conjunto todos con la comunidad! No hay ningún secreto mi estimada Reyna.

En ese momento tocan a la puerta. Es Doña Josefa Ortiz de Domínguez. Aunque no nos presentan, la reconozco de inmediato. ¡El peinado es inconfundible! Se acercan al fogón e intercambian algunas palabras, lo que aprovecho para observarla. Vestía recatadamente, con falda larga y blusa de cuello alto. Traía unas arracadas de oro y en realidad no es fea. Más bien es una mujer atractiva, alta, no muy delgada. Agitaba las manos –muy cuidadas por cierto- de tal manera que delata su temperamento recio. Ella le entrega algunos papeles al cura y se despide. Solo me dirige una breve mirada a manera de despedida.

El cura Hidalgo revisa rápidamente los documentos. Los guarda bajo su sotana, lo cual llama poderosamente mi atención y finjo que no he visto ese movimiento. Camina de un lado al otro, se mesa el cabello, se asoma por la única ventana que tiene el lugar. Aspira profundo, parece que se le ha olvidado que ahí continúo sentada y exclama: ¡Como duele este México tan querido! ¡Hemos suprimido la esclavitud y repartido tierras, pero no hemos sabido aún como romper las cadenas de la pasividad, del desinterés, del buscar culpables pero no soluciones! Declaramos la igualdad de todos ante la ley, pero la misma ley se ha encargado de establecer desigualdades que lastiman. Luchamos por un país sin opresión y resulta que la peor opresión que se tiene hoy en día es el abstencionismo electoral. ¿Cómo entender esto?

Queríamos una patria libre y justa. ¡Desde hace doscientos años! Me pregunto cuánto tiempo falta para que cada uno de los mexicanos y mexicanas, para que quienes ostenten el poder, alcancen a darse cuenta que la única solución es transitar el mismo camino, tener el mismo rumbo, con responsabilidades compartidas, no divididas…

Poco a poco fui perdiendo el hilo de la voz del Cura Hidalgo hasta convertirse en un murmullo inaudible … de repente escuché a una voz lejana que narraba el paso de los restos de los catorce próceres de la Independencia. Era el comentarista de televisión. Desperté. ¡Solo había estado soñado!

Las Abuelas

Agosto, mes de las y los abuelos. En su homenaje.

Veo a mi hija conversar con mi madre. No se que hablan ni que cuchichean. Más tarde van juntas de compras. Se hablan por teléfono. Se entienden perfecto. Me gusta verlas así, con sus propios códigos de comunicación elaborados cuidadosamente al través del tiempo. Respeto sus espacios y sus tiempos. Como sucede entre nietas y abuelas, existen lazos que se han fortalecido desde sus raíces. Desde siempre.

Cuando me dicen que el 28 de agosto es el dia de los abuelos, sonrio y digo que el día de los abuelos empieza el preciso momento en que nacen los nietos y nunca jamás deja de ser “día del abuelo” (a). Recuerdo perfecto a mis abuelas. Su andar y su hablar permanecen indelebles en mi memoria. Mujeres de temple y de noble corazón que bien nos regañaban fuerte o nos apretujaban en su pecho. Al morir mi Nana Ema por ejemplo, los bisnietos que conformaban en ese momento la tropa infantil de la familia, hicieron valer su voz y exigieron acompañar al féretro caminando hasta el cementerio, rebelándose al acuerdo de los adultos de trasladarlos en un vehículo aparte, para evitarles escenas en ese momento tan lamentables. Ver a mis sobrinos más pequeños caminar pausado, silencioso y con sumo respeto al lado justo de su legendaria Nana Emma sentí que fue el mejor homenaje que se le pudo haber brindado porque caminaban como si en ello les fuera la vida misma.

Para fortuna de mis hermanos y primos, tuvimos varias nanas. En Sonora, debo decir, les decimos nanas a las abuelas o a las tías mayores más cercanas. Y mi Nana Rosa era fenomenal. Vivia en la Ciudad de México a donde fuimos algunos veranos para estar con los abuelos maternos. Ir al mercado sobre ruedas con mi nana Rosa era toda una experiencia. “Doña Rosita, Doña Rosita, pruebe esto… y pruebe lo otro… y esto que recién ha llegado” le decían los vendedores. La nana Rosa a nada decía que no y para todos tenía la palabra justa, el halago perfecto, el detalle preciso. De vuelta a casa, el azúcar se le disparaba y regaños tremendos de sus hijos por haberle “dado vuelo a la hilacha comiendo dulce”. Ella no pronunciaba palabra pero al final del dia me cerrraba el ojo y decía: Reynita el próximo jueves volvemos a ir, pero ya sabes, tu no digas que comí dulce. Doña Rosita, la del catorce (departamento) era la líder del edificio, la que atendía igual al pobre que al rico. La que armaba rebeliones y arengaba ante las injusticias; abanderaba causas que sabrá Dios como le hacía, pero terminaba arreglando pleitos y disgustos. Era una nana atípica sin duda: bromista, cantante, poeta, líder, política, dicharachera.

Ir a la casa de mi Nana Angelita era estar en una casa de madera, ante una cocina con el fogón siempre encendido donde se aspiraba una mezcla de olor a leña, sopa y café recién tostado. De vez en cuando mi olfato identifica algún olor semejante y los recuerdos se agolpan en mi mente. Respiro profundo y voy desdoblando uno a uno de ellos. Acostumbraba ofrecernos comida la que presurosos aceptábamos pues ir a su hogar era caminar una enorme cuesta que subíamos y bajábamos infinidad de veces en nuestras vacaciones de verano. Veranos en los que el tiempo no existía. Me tiraba en la huerta de mi Nana Emma, bajo un árbol de manzanas, durazno, membrillo o albericoque a leer y leer hasta el cansancio y comer frutas según el árbol escogido. Mas tarde era cuando mis hermanos y yo, subíamos la cuesta para ir con la otra nana, con Angelita.

Tres Nanas, una historia: Las abuelas son y han sido el motor de la familia. Sin ellas ninguna de nosotras hubiera logrado lo que hemos hecho: Ni las hijas de mis abuelas y tías y ahora ni mis hermanas ni yo respecto a la nuestra . ¿ En que hogar no ha sido así? Las abuelas son eje fundamental para el desarrollo de sus hijas quienes con la plena y absoluta confianza les depositamos el cuidado de los hijos. Sabemos que la experiencia, el amor, el cariño, hacen que esos cuidados se transformen en una educación firme, con valores y conductas de futuros ciudadanos honrados y respetuosos. Las abuelas son madres en versión corregida y mejorada. Han vivido una vida que les permite contar con suficiente experiencia para saber consentir a los nietos hasta el límite que ellas en su sabiduría empírica saben delimitar. Detrás de cada mujer que trabaja, es casi seguro que existe una abuela que participa en el cuidado de los nietos. A veces se abusa, es cierto. Pero el hecho es que es un soporte fundamental sin parangón alguno.

Por eso opino que deberíamos no solo festejar a las abuelas en su dia, sino reposicionar su función dentro de la sociedad mexicana donde ha pasado de ser una persona con perfil pasivo a otro activo en la economía de las familias. Ninguna abuela o nana que se precie de serlo, aceptaría que su rol es el de la “abuelita” de los cuentos y las fantasías. Son mujeres activas, trabajadoras, pensantes, participativas, conscientes de su rol dentro de la familia. Ahora son abuelas cibernautas.

Las abuelas o nanas crean sus propios lazos y redes con los nietos. Son el clan perfecto, fiel, leal y comprometido. ¡Los nietos son los mejores soldados y escuderos de las abuelas! Cuando veo a mi hija en esa relación estrecha con su Nana, solo pienso en que los ciclos se repiten. Y estoy segura que habré de disfrutarlo plenamente. Aunque falta mucho para ello.

Publicado en agosto de 2009 en http://www.cosasdereyna.blogspot.com/

Actitud y aptitud



¿De modo que buscas trabajo? ¿Así que ansías alcanzar el éxito? ¿Con que buscas tener un mejor nivel de vida?

En efecto, son preguntas que en alguna ocasión nos han formulado o bien hemos hecho. Nadie que haya ingresado al mundo laboral nos hemos escapado de ellas. Y no está mal. Ante las reformas estructurales que se están discutiendo para elevar la productividad y competitividad de las empresas, - por cierto estancadas las discusiones en el plano político-, algo tenemos que hacer en nuestro propio ámbito para avanzar en la ruta del desarrollo y estabilidad que anhelamos. Paradójicamente quienes a veces menos piensan en ello son quienes tienen la fortuna de contar con un empleo. Tal vez sea porque consideran equívocamente que un trabajo es ya una garantía de por vida. O al menos mientras dure. Este nefasto pensamiento debe ser erradicado.

De ahí la importancia de los conceptos actitud y aptitud. Dos mágicas palabras a las que Winston Churchill se refirió, afirmando que las actitudes son más importantes que las aptitudes. Aptitud es poseer la capacidad para realizar una tarea, función o actividad: Preparación y estudio; habilidades y destrezas. A diferencia de ello, la actitud es un estado de ánimo con una conducta enfocada al logro de los objetivos propuestos. Así, por ejemplo, existen personas sumamente aptas para realizar tareas y no destacan o no son promovidos debido a su actitud. ¿De qué ayuda ser un muy preparado gerente o empleado si atiende a las personas en forma malhumorada, despótica y sin ninguna consideración? ¿Acaso se es mejor funcionario/empleado según la cantidad de títulos académicos que posea? No. El director de una empresa cuya actitud sea hostil, grosera o maleducada, será identificado con mil epítetos nada favorables; en cambio, un conserje cuya aptitud y actitud al trabajo sea positiva, seguramente será visto como el Sr. Conserje, tratado con respeto y consideración.

Aptitud y actitud marcan la diferencia. No es tema menor, sobre todo considerando que los solicitantes de empleo abundan pero los trabajos escasean. Cada día egresan más profesionistas de las universidades y se suman a los que ya están en el mercado laboral. Por otra parte, las organizaciones valoran con mucho a personas con amplia disponibilidad para el trabajo y buena actitud pues es altamente probable que su personalidad sea factor que contribuya a la empresa. Como sea, un trabajador con actitud positiva, proactivo, aprende más fácilmente. Las personalidades negativas no se modifican y acarrean problemas. Así que la combinación aptitud y actitud puede constituir un gran aporte en la carrera profesional. Ser coherente en el decir con el hacer reditúa con creces al mediano y largo plazo. Es inversión pura.

Pero ¡ojo! Simular tener actitud es algo que se percibe claramente. Es característica infalible en personas cuya holgazanería se detecta por su desinterés en el quehacer diario o porque hacen lo que no deben, trabajan a regañadientes o peor aún, no tienen funciones específicas y navegan por las oficinas criticando todo y haciendo nada. ¡Esto les resulta muy cómodo y tratan de sostener esta situación lo más posible! Claro, quien no tiene una lista de tareas por realizar, nada tiene que reportar al final del día. Y por ende asume que nada hay que exigirle.

La cultura del trabajo individual y colectivo debe por necesidad modificar la ruta del solo hacer lo que me toca para cambiar a la de hacer trabajo en equipo y medirlo por productividad y resultados.

Me resisto a la triste idea de que los mexicanos no sabemos trabajar en equipo y que de productividad no queremos saber nada. De ser así, no tendríamos empresas exitosas, instituciones ejemplares u organizaciones reconocidas mundialmente por sus resultados. Sería tanto como descalificarnos a nosotros mismos. Finalmente, empresas, instituciones u organizaciones funcionan bien o mal según la actitud y la aptitud del factor humano que las compone.

El Dalai Lama dice que “Casi todas las cosas buenas que suceden en el mundo, nacen de una actitud de aprecio por lo demás”
Tiene razón.