Fotografía tomada de Google.com |
El día cinco de
agosto, como desde hace ya hace mucho tiempo, me senté frente al televisor a observar los Juegos Olímpicos. Con la misma
ansiedad de siempre vi desfilar cada país representado por sus delegaciones
ondeando alegremente la bandera nacional, esperando que México hiciera acto de
presencia. Ahí estaban. Una imagen que
mi cerebro tiene registrada y que celebro repetir cada cuatro años.
Tal vez sea que soy de otra generación y mi
hija es una milennial pero el caso es que ella solo escuchaba mis comentarios y
pasaba de largo. No es que no me
interese –dijo en uno de esos momentos que se detuvo- de hecho espero que
México se posicione bien esta vez pero
revisa la historia y te darás cuenta que no es fácil para los competidores de
nuestro país. Quedé pensando en sus palabras y vuelve para
rematar con un discurso breve y demoledor sobre el escaso apoyo a los
deportistas y la tragedia de esa mezcla fatal con la política. Me
hundí más en el sillón.
Seguí atenta la
participación de nuestros competidores hasta el final, con los resultados ya
conocidos. Aurelio Nuño Mayer,
Secretario de Educación Púbica afirmó que el saldo es consistente con lo que se ha tenido en las últimas cinco Olimpiadas, es decir, el
promedio –dijo- es de cinco medallas y eso es exactamente lo que se obtuvo[1]
Alfredo Castillo,
presidente de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (CONADE) declaró
recientemente que su renuncia está sobre la mesa y agregó que tiene la instrucción
de dar explicaciones puntuales a la Sociedad sobre los resultados y demás
cuestiones inherentes. Para seguir con
la tónica, ofreció disculpas por haberse paseado en Río con su pareja en tanto
la Delegación Mexicana era cuestionada en su actuación.[2] Lo bailado nadie se lo quita.
Dos declaraciones
desatinadas que muestran el vacío que existe en torno al sistema deportivo en
el país. Y sí, como cada cuatro años vuelven los ojos y la atención pública a
la CONADE, al Comité Olímpico Nacional, a la SEP o al tema de los Organismos
que la CONADE ha desconocido por presuntas irregularidades como el caso de la
Federación Mexicana de Boxeo. Todos los
directivos al final rematan sus declaraciones, discursos o ruedas de prensa con
la consabida frase de debemos tomar esta
experiencia para que no vuelva a suceder lo que pasó en estas Olimpiadas. Tal parece que esta es la única bandera que
ondea entre quienes dirigen el deporte mexicano.
Una cuestión debatible
es que en el sistema político mexicano quien no brinda los resultados esperados
debe renunciar y Alfredo Castillo no es la excepción, el ya se preparó: puso su renuncia sobre la
mesa. Digo debatible porque no sé hasta
que punto eso es conveniente. Sobre todo porque con la renuncia se deshacen del
asunto sin mayor trámite ni obligación. Acaso algunas notas periodísticas más, algunas
declaraciones políticas por aquí y por allá, hasta que otro asunto sea más
novedoso.
Debatible también
porque si tuviéramos un sistema educativo integral, donde el deporte estuviera
considerado efectivamente como parte de la formación de niños y jóvenes, no
importaran tanto quienes son los que dirigen los organismos deportivos, sino
los programas y proyectos de corto, mediano y largo alcance donde los dirigentes definieran un estilo de liderazgo
pero no de cambio de programas y estructuras en forma atropellada y a veces
caprichosa y sin experiencia.
El día de la
clausura de los Juegos Olímpicos ahí estuve tan atenta como durante la
inauguración. Festejé las cinco medallas que obtuvieron
nuestros compatriotas y celebré su valor, disciplina, coraje y esfuerzo.
Aplaudí a quienes regresan a casa sin preseas porque reconozco en ellos lo
mismo.
¿Qué pasará con
el deporte mexicano con miras a las Olimpiadas 2020 en Japón? Cuatro años para
preparar a una nueva delegación de jóvenes no es cosa menor ni sencilla. El nudo gordiano se encuentra en las
estructuras administrativas, en las instancias de poder y de dirección. En cuatro
años habrá otro Presidente de la República, nuevo Plan Nacional de Desarrollo,
otros gobernantes, otras políticas educativas. En tanto no se exija la existencia
de un plan estratégico de largo alcance,
que trascienda sexenios y partidos políticos, que vea verdaderamente por el México
que ansiamos hasta entonces tendremos un rumbo definido.