Cosas de Reyna

De pataleos y patadas


Andrés Manuel López Obrador tiene derecho al pataleo post electoral. Tanto como lo tiene cualquier otro candidato perdedor en los pasados comicios. Se vale. Se vale porque cada cual tendrá sus propios argumentos que van desde compra de votos, acarreos, carruseles y otras prácticas de última generación que recién hemos conocido y otras más que recurrentemente aparecen en este tipo de jornadas.

Se vale que cada cual haga uso del derecho a la impugnación y a la protesta porque también se deben a sus simpatizantes. Nadie que se precie de ser buen líder cruza sus brazos y acepta sin remilgos los resultados. Es parte del proceso: indagar, verificar, comprobar y finalmente, aceptar. Aceptar el haber perdido es lo más difícil desde luego, porque se entra en una etapa donde el perdidoso se ve en la imperiosa necesidad de encabezar movimientos principalmente al interior de su partido político. Es como un boleto que se compra anticipadamente y se guarda para la ocasión no deseada pero que debe suceder en su caso: Ser verdadero líder al interior de su partido y dar lo mejor de sí para que al siguiente proceso se posea suficiente capital político que enriquezca a quienes en ese momento sean candidatos. El ideal es éste, sin duda. Jamás lo será el irse a esconder o meter a una cueva a rumiar la venganza.

Pero sucede que en las campañas políticas es donde se conoce a los verdaderos políticos, a los que actúan de buena fe, a los que buscan un interés muy específico, a los simpatizantes de hoy y de siempre, a los temporales o acomodaticios, a los trepadores, a las lacras, a los traidores, a los que generan conflictos y gustan desenredarlos para ungirse como grandes “componedores”. A los que ofrecen el alma a uno y el espíritu al contrario. Aparecen mecenas de la nada y líderes de papel con brillantitos. Hay de todo y en todos los partidos políticos.

Es ese análisis que aún nos debemos pero que difícilmente los partidos políticos asumen como realidad. Lo vociferan pero no actúan. Señalan, pero no sancionan. Y si agregamos que la memoria colectiva es flaca, pues peor aún. Por eso hay reciclaje indeseable.

Como sea, dos tareas fundamentales están en el aire actualmente, refiriéndonos específicamente a los Municipios: Una es que los Ayuntamientos, al ser órganos colegiados donde participan representantes (regidores) de diversos partidos además del étnico, se tiene la indiscutible y siempre valiosa oportunidad de realizar un trabajo verdaderamente en equipo, donde las ideas fluyan en pro del desarrollo y bienestar común. El Ayuntamiento no es ni debe convertirse en un foro para ir a destilar amarguras, frustraciones o deseos de carácter personal pasando por encima de las mayorías. Ya basta. Un instrumento que nos regirá durante tres años será el Plan Municipal de Desarrollo. Ojalá que desde ya los próximos Ayuntamientos lo estén confeccionando en razón del interés comunitario y con ejes temáticos fundamentales donde se brinde participación efectiva y real a sectores de la Sociedad que hace muchísimo tiempo están siendo desatendidos. Ya basta de copias y refritos de Planes de Desarrollo obsoletos, hechos al vapor, sin consistencia ni rumbo ni nada. Se requiere un Plan Municipal con metas y objetivos claros, con evaluaciones periódicas, que se ejerza con suma responsabilidad y conciencia.

La segunda tarea corresponde en nuestra opinión, a los partidos políticos quienes deberán asumir con suma conciencia una rigurosa autocrítica que compete a todos y cada uno de sus integrantes y militantes. Muchas preguntas en torno a su desempeño tendrán que formularse cada cual, incluso el partido que obtuvo mayoría. Habrá que retomar conceptos como militancia efectiva, simpatizantes, programas, proyectos, y sobre todo, definir de bien a bien qué o cuales perfiles de liderazgo se precisan.

No es pues al gusto de quien crea ser opción como debe de generarse una candidatura. No es a capricho o porque un buen día alguien consideró que él mismo reunía los requisitos o porque fulano de tal le dijo que sí. Sucede con frecuencia que nunca falta el o la que queriendo quedar bien, le fomente la idea a grado tal que termina creyéndose invaluable, imprescindible, único. Y las pruebas ahí están: Cambian su tono de voz y su comportamiento. No ven a los ojos directamente, sino a lontananza, como sabios en éxtasis.

Los resultados electorales que recién hemos obtenido, con todo y el pataleo que estamos viendo y viviendo, son el fiel reflejo de lo que somos como Sociedad y la forma en que pensamos que con mucho, resulta incongruente en los resultados particularmente tratándose de municipios. Pero la suerte está echada. Toca a nosotros exigir con firmeza a las próximas autoridades el cumplimiento de todo aquello con lo que nos bombardearon día y noche.

Ya lo dijo Felipe Calderón al conocer los resultados electorales: "No hay victoria permanente ni derrotas para siempre”

Tiene absoluta razón.

Muchedumbre vs Pueblo


Según la visión Aristotélica una de las tres formas específicas de degeneración de las formas puras de gobierno, es la oclocracia. Tal vez tendremos que retomar este concepto y lastimosamente familiarizarnos en su ejercicio.

Si bien la democracia es el gobierno del pueblo, en contraposición encontramos que oclocracia es el gobierno de la muchedumbre entendida como una masa de gente que a la hora de tomar decisiones en la vida política de las comunidades, su voluntad se encuentra de origen viciada, confusa, fuera de la realidad. En suma, carente de capacidad para tomar libremente y sin coacción de ninguna naturaleza, decisiones fundamentales para la vida en común. Polibio denominó oclocracia al fruto de la acción demagógica y la conceptuó como “el ejercicio de la tiranía por las mayorías incultas”.

La oclocracia es el peor de los sistemas políticos, el último estado de la degeneración del poder, de la degeneración de la democracia derivada de la desnaturalización de la voluntad general por cuanto que presenta vicios al responder a cuestiones meramente particulares –de unos cuantos- con manto engañoso presentado como voluntad de las mayorías. Nada nuevo.

Es la muchedumbre contra el pueblo. Pueblo conceptuado como un conjunto de ciudadanos cuya voluntad se genera en el razonamiento y la responsabilidad en el ejercicio de sus derechos ciudadanos.

Dados los resultados electorales que se dieron a lo largo y ancho del país: ¿Votó la muchedumbre o se manifestó el pueblo?

Desde el pasado 1 de julio hemos escuchado y leído un sinfín de quejas y señalamientos sobre la obtención de votos en múltiples modalidades y costos. Unos y otros –candidatos y partidos políticos- se señalan con índice flamígero y se gritan cantidades de votos comprados. Lo cierto es que vocifera  el que pierde y, de haber obtenido éste el triunfo, el otro gritaría voz en cuello lo mismo.  Las prácticas corruptas son las mismas y solo los actores cambian. Por eso es que tendremos que voltear a otra parte, al sector de los votantes.

Proliferan gobernantes vestidos de demócratas pero con corazón de oclócratas: falsos seres que ejercen el poder, que lo manipulan y presentan propagandísticamente una imagen a modo para que la muchedumbre se manifieste a su favor. No se dirigen al pueblo porque el pueblo es pensante. Por eso el discurso barato, superfluo, sensiblero, sin fondo, retórico, cursi, lagrimero.

Pero en el triunfo dudoso, en la victoria forzada está la derrota misma: Esos gobernantes saben que convencer verdaderamente no es fácil, que se requiere inteligencia. Llegan a la muchedumbre pero no al pueblo. A este ser latente que piensa, opina y ejerce su derecho a opinar y lo hace. Que vota razonadamente. Es el ejercicio de una voluntad con conciencia, con sentido común y no bajo el artilugio del plato de comida o de los pesos que luego pesan.

¿Tendremos un gobierno digno de una muchedumbre o de un pueblo?

Como siempre, el tiempo lo dirá. Sólo que como siempre, será demasiado tarde para corregir. El momento lo fue al cruzar la boleta electoral y ese ya pasó.

La historia se repitirá la cantidad de veces que se imponga la muchedumbre sobre el Pueblo.
No hay truco.