Cosas de Reyna

Campañas políticas 2015


Algo no está bien con este proceso electoral.  Algo no calza o no funciona en el ambiente.  No se han generado como antaño –por ejemplo- aquellas frases chispeantes, inteligentes, nacidas de la vagancia política de a deveras, de las que uno y otro partido hacían alarde y  que se repetían en cada café o reunión como refrendando  la sagacidad y agudeza mental del candidat@.   Tampoco  se ha visto por ningún lado la fiebre de campaña  nacida a partir del entusiasmo absoluto, total y entregado a los y las candidat@s.   No se ha escuchado el discurso inspirador, contundente, espontáneo,  firme y decidido, que invite y que provoque a ser partícipe activo. 
A diferencia de otros procesos electorales, el actual parece una película surrealista en la que los personajes centrales -los candidatos- se desenvuelven  en cámara lenta en una secuencia de hechos incoherente  en tiempos y en  espacio que no logra arrancar ningún encanto al electorado. Alguna pincelada ha habido por ahí -a lo sumo- y eso es ya alentador.    
Cual película cansina  escuchamos y leemos las diversas propuestas de trabajo, compromisos que se adquieren y se sellan casi con sangre; sonrisas que delatan desesperación en la mirada,  fotografías con los mismos escenarios y las mismas poses repetidas al infinito.   La consigna para tomar la placa –parece ser- es buscar a la viejita más anciana, al niño más andrajoso, a la señora más doña, al niño embarrado con el dulce de una paleta –no importa las consecuencias en el vestir-  a quien sea pero que sea alguien o algo conmovedor, que destaque el sentimiento del o la candidata quien entornará los ojos con candidez aprendida.  Desde su mejor ángulo, of course.   
El fondo musical de esta película surrealista es macabro:   Ya nos aprendimos todos los slogans de campaña.  Ya escuchamos hasta la más absurda canción o jingle sobre candidat@S.    Ya oímos los corridos inspirados en ellos.  Ya transitamos  cada etapa   del  proceso de photoshop de  unos y otros.   Dicho sea de paso,  el señalamiento no es por el uso de éste, sino por  el abuso.   Somos espectadores del fuego amigo y enemigo que se cruza de un lado a otro, campeando a sus anchas.   
Ligerezas aparte, no cabe duda que cada candidat@ debe presentar  su  propuesta de trabajo y que además debe asumir compromisos.  De hecho y de derecho  debe ser así.  Tampoco están mal  las campañas políticas de proselitismo.  Esto es parte de una democracia y de un sistema de partidos como el que tenemos y de ahí que de alguna manera, casi resignadamente hayamos tomado aire con toda fuerza para  esperar a que este proceso finalice.   
A pesar de lo anterior, hay algo que destaca entre todo este jaleo:  Estamos cansados.  Es ese característico  cansancio que resulta de vivir  repetidamente  lo mismo  cada tres o seis años  sin obtener resultados positivos o beneficios colectivos que verdaderamente alcancen para todos.  Es como la resaca de una mala noche que se quiere olvidar pero que rabiosamente sigue presente.
El hastío  no es pues con respecto a las campañas políticas en sí, sino es consecuencia de una serie de desatinos gubernamentales que transforman el sentir colectivo en una inconformidad social que a todos toca porque todos padecemos.
De ahí que los hoy candidat@s tienen una fuerte carga.  De verdad.
Tal vez no haya más que descubrir en este mundo de la política.  O tal vez ya no exista discurso nuevo que pronunciar. Ni pose nueva, ni frase inédita, ni fórmula maravillosa.   Lo cierto es que cada candidat@ del partido que sea debe por exigencia social ser innovador para presentar propuestas que nos convenzan, ideas que nos subyuguen,  proyectos que nos seduzcan, programas  que nos inviten a colaborar, a ser sujetos  activos.  Hablamos y hablemos pues, de una democracia participativa, la que permite verdaderamente ser, hacer y  proponer.  No la que utiliza, ni la que es disolutamente acotada o la que es para el momento o para el fin de unos cuantos como corista de tarifa.  Tampoco  la que se maneja en la opacidad, en las negociaciones obscuras, en las que se justifican procederes o se manejan posiciones políticas con el tanto por ciento, sea en favores o en más cargos públicos o en contratos, o en lo que sea igual de reprobable. 
En este sentido se debe atender a una democracia participativa saludable, fincada en la colaboración individual y colectiva en espacios de decisiones formales y alejada de prácticas despóticas o serviles  que impiden  todo desarrollo que se precie de serlo.   Una democracia participativa no es un instrumento de uso del gobernante sino en todo caso lo es también para el ciudadano, de tal forma que éste pase del viejo esquema de escuchar, leer, opinar y acaso acudir a votar, para convertirse en un ente que vota razonadamente, que se expresa y se manifiesta, que exige, que cuestiona, analiza, asume responsabilidades en un entorno de conciencia cívica que le derive en mayores beneficios colectivos a presente y a futuro. 
Los  hoy candidatos deben hacer uso de sus más amplias facultades de innovación y creatividad para construir un proyecto colectivo que sea realmente incluyente, que abarque las diversas dimensiones del quehacer social, productivo y  económico, que privilegie la participación social antes que la participación política segmentada.