Cosas de Reyna

Luz roja, luz verde. El juego del calamar.



Debo decir que por cansancio mediático, el pasado fin de semana me dispuse a ver la serie surcoreana El Juego del Calamar, apenas estrenada el pasado 17 de septiembre en Netflix. Casi en contra de mi ser porque no es el tipo de géneros que prefiero. Vale decir que está inspirado en los comics de manga. Pero ahí voy, mitad enfado y mitad por saber de qué demonios trataba la serie que salía hasta en la sopa. Lo curioso es que gran parte del éxito de esta serie ha corrido de boca en boca, es decir, sin altos costos de promoción. Pienso que tal vez sea porque en la sociedad, hay algo de identidad con alguno de los diversos personajes.

En un total de nueve episodios de una primera temporada, la trama se centra en un raro concurso en el que participan 456 personas, todas con la misma característica: endeudados hasta el tope y más allá. Jóvenes, adultos y ancianos. La idea es que participen en un juego infantil popular en la población surcoreana. Si pierden, la consecuencia es la muerte. La parte del dinero del hoy difunto(a) entra a la bolsa en algo así como 100 millones adicionales de wones. Que alguien muera, aumenta la bolsa. Si al final alguien gana, recibirá 45 600 millones de wones que representan  $38,288.44 dólares o $45,600 millones de pesos mexicanos.  En un primer momento hubo un atisbo de moral y todos deciden suspender el juego y retirarse. El clásico comportamiento de remordimiento y acaso algo de moral y valores inculcados. Y si aunamos la desesperación, el resultado llega a ser nefasto. La debilidad humana es tan compleja, que deciden regresar y solicitar ellos mismos la continuidad del juego.

¡456 participantes! Pensé que la trama sería eterna. Irónica como soy, pensé: ahí vienen 456 episodios. Horror de horrores. Decidida como soy, dije pues ahí va y ahí voy. El punto es que a las primeras de cambio pierden la vida más de la mitad de los jugadores. Personas cuyo último recurso de supervivencia era firmar el participar en este juego porque ya mas no tienen. Ni en lo económico ni en lo espiritual. Solo añoranzas, lamentos y un bastante de soberbia. Así que firmar un papelucho, nada les hacía perder porque ya nada tenían. Y a los 456 los guía lo mismo. Sus miradas lo delatan, sus comportamientos lo gritan. Sus vidas desastrosas los empujan.

El esquema de la serie está bastante bien pensado y estructurado. No podía ser menos. Personajes como el usurero endurecido de corazón que se distancia de su familia, el jugador empedernido que todo lo pierde, el profesional caído en desgracia,  el enfermo terminal, el anciano que tiene contados sus días;  en fin, personas que lo han perdido todo, familia, posesiones, dinero, la complejidad desgarradora de la vida, como cortada en pedazos de carne viva  sangrante. Se atisba en ellos los deseos de recuperar aquella buena y tranquila vida de antaño solo a través del dinero. Un guiño pequeñísimo del director de la serie para decirnos que no todo está perdido aunque este camino elegido no es el mejor,  

Sin embargo lo que prevalece como desgarradora realidad es el de la desesperación y ceguera basados en una falsa inteligencia emocional. No se advierte un remordimiento convincente de los participantes de las razones provocadas por ellos mismos para llegar a esos niveles de pobreza emocional y permitir ser piezas de un juego perverso. Ganar, ganar, ganar al costo que sea. 

Lo interesante de la trama es el conflicto de las relaciones humanas y la decadencia de los valores sociales, familiares y personales. Utilizar al otro para lograr fines específicos. La soberbia del dominio físico y/o moral por el placer de hacerlo y con ello obtener beneficios económicos o supremacía moral mal entendida. El saberse atrapado en relaciones tóxicas como bucle emocional sin fin.  El aplastar para ganar. El fracaso de matrimonios y relaciones personales como justificación para lastimar a otros, en un acto de absurda superioridad que compensará la riqueza al ganar el premio mayor, cual si fuera una expiación de culpas. El vejante comportamiento del si yo no tengo, tú tampoco. Si yo no soy feliz, tú tampoco, y así hasta el infinito. 

La supervivencia descarnada, a partir de un juego tonto pero lleno de sorpresas. El dominio de la avaricia, del dinero, de la falsa grandeza del poder económico encima de cualquier otra cosa, el dinero que llena vacíos existenciales tanto de ricos como de pobres. El sádico juego de los poderosos contra los débiles que nada tienen o todo han perdido pero que ambas partes están dispuestas a jugar. El aburrimiento de los multimillonarios que urden -seguramente entre copas y vicios- como elaborar un juego que les divierta en un ajedrez humano utilizado. Y a lo que sigue. 

¿Cuántas veces hemos jugado el Juego del Calamar? Claro, guardando las debidas proporciones. En la serie, los juegos se van pintando en la pared, en la vida diaria, se pintan en la mente de cada persona. Los trajes de los guardias no permiten ver los rostros como signo de eliminar todo rasgo de personalidad e individualidad. No puedo evitar pensar en la puñalada trapera, en la impersonalidad de las relaciones humanas, en la mortalidad de los juegos de la serie y la infinidad de muertes simbólicas a que los simples mortales estamos expuestos ante la ambición, soberbia, el narcisismo que crece exponencial, silencioso, rapaz, nefasto, dañino, obscuro, que trasmina como la humedad y el cochambre dentro de familias, instituciones y sociedad.


Claudia no está


 

                Imagen tomada de Google.com

Recuerdo que cuando tomó protesta como gobernadora Claudia Pavlovich, un grupo de amigas, celebrando las fiestas patrias, brincamos de auténtico júbilo porque una mujer asumiera el cargo. Lo aplaudimos e hicimos llegar un mensaje en la simple línea de la felicitación y apoyo. En algún ilusorio momento quisimos creer en su capacidad y competencia. Todavía suena en mi mente aquel momento en que con voz quebrada y llorosa, pronunció la hoy ex gobernadora el Juramento Yaqui. Quisiera pensar que en el fondo de su corazón sí creía en cumplirlo. De otra forma sería una ofensa más a los yaquis y en general a los sonorenses: “… El cumplimiento del deber, en el puesto que se te designe, ahí quedarás. Por la defensa de tu nación, de tu pueblo, de tu raza, de tus costumbres, de tu religión..¿Juras cumplir con el mandato divino?  ¡Ehui! (Sí)

 

Estoy cierta que hablar de una persona cuando ya no está no es dable. El caso es que no es cualquier personal. Fue una servidora pública y esto hace la diferencia.

 

¿Qué fue lo que salvó -por decirlo de alguna manera- el sexenio de Claudia? Como suele suceder en tantas instituciones, lo salvó la existencia irrefutable de servidores públicos cabales, comprometidos más allá de cualquier sexenio (Gracias pro su rectitud!!), contribuyó la prensa libre y honesta que presionó para que se atendieran asuntos con transparencia; abonó la sociedad organizada que no permitió que se actuara al libre albedrío por parte de la autoridad gubernamental, aunque como suele suceder con el poder que corrompe o corrompido, las fisuras del saco de la transparencia fueron múltiples. He ahí los simulados comités de participación ciudadana en diversos ámbitos  o las descaradas entregas de patentes de notario. Y sin asomo de vergüenza por parte de quienes deberían. Pudiera brindar más y más ejemplos.

 

Múltiples voces de protesta fueron calladas. La represión fue tangible. El diálogo público no existió, no hubo consensos. Los derechos humanos fueron pisoteados. He ahí el lastimoso peregrinar de las Madres Buscadoras, homicidios, feminicidios, inseguridad pública, etcétera. El slogan de campaña  Por un gobierno honesto y eficaz quedó en la mera expresión de palabras electoreras. Sí. Electoreras. Se dice que cada persona tiene su propia verdad. Pero los funcionarios y servidores públicos deben tener una sola: la rectitud y transparencia en el actuar. 


Para ser justos, analicemos el plan estatal de desarrollo. ¿Dónde quedó el desarrollo económico/oportunidades? Cientos de egresados de universidades materialmente huyeron del estado y con ello se desprendieron de sus familias porque aquí simplemente les esperaba la aridez laboral. ¿Dónde están las obras de alto impacto, esas que mueven una economía saludable, generan empleo y ayudan a solventar necesidades sociales? Sin colgase medallistas ajenas, en qué contribuyó realmente el gobierno que se acaba de ir?

 

La pandemia puso en jaque el endeble entramado en materia de salud pública, la violencia de género fue la constante mas no así un plan de prevención. Las feministas, a las que Claudia debió apoyar e incluso ser parte de estos grupos activamente, pues simplemente no fue. Encumbrada sola. Ahí en ese lugar en el que -quiero pesar- fue asesorada por algun avieso(a) colaborador que le susurró al oído la creación del programa Mujeres Sonorenses de 100, las cuales acudieron al seminario Empoderamiento de las Mujeres en el Siglo XXI, en Whasington, D.C. Respeto profundamente a cada una de esas 100 mujeres sonorenses y segura estoy que tendrán sus méritos bien ganados. Pero me pregunto: ¿Para qué fue ese programa? ¿Cómo reprodujeron sus conocimientos en tal seminario para que más mujeres se sumaran a manera de red de conocimento? Todo acto de gobierno debe perseguir el interés común. ¿Cómo se justificó y sobre todo, como se comprobaron resultados si es que los hubo? Finalmente el uso de recursos públicos debe expresarse en resultados. 

 

El lado perverso de mi mente dice que 100 por 6 (años) son 600 personas que podría utilizar a su antojo, incluso para cuestiones electorales del siguiente sexenio. Pero mujeres inteligentes no se prestan a esto.

 

Las instituciones públicas siguen funcionando a pesar de servidores públicos nefastos, negligentes, corruptos y acomodaticios. Es decir, a pesar de los malos, de los regulares y de los peores que llegan portando corbata y se van con sendas cuentas de dinero. Si algo deja huella en este mundo, no es la fotografía o la nota periodística que acaso termina siendo sustituída por otra nota u otra foto más elecuente. Es el dinero. Esa ruta no falla. Digo, ya que la huella social no les interesa. Que se aplique el 113 Constitucional en toda su dimensión. Ahí está definido el espíritu y alcance del Sistema Nacional Anticorrupción.

 

El común de las personas analizamos a un gobierno por la cantidad de pavimentación, lámparas de alumbrado público, construcción de hospitales, escuelas, etcétera. El “negocio” no está ahí. La olla de oro al final del arcoiris son los contratos, las prevendas, los acomodos de funcionarios a manera de alfiles para que digan sí y siempre sí; la entrega de notarías a incondicionales para que “limpien” legalmente las trapacerías y malos manejos. Como dice la canción, que no quede huella, que no, que no. 

 

Pero  hoy en día eso es difícil. Siempre habrá alguien que hable, algun hilito por aquí o por allá que se jale y con ello se destape una cloaca. El marco jurídico es para todos y no concluye el mero día en que se deja el asiento del poder.


 

 

 

La ambición de quererte


 

El título de la presente columna invita a pensar que desbordaré en palabras sobre algún amor pasado, presente o futuro. O una conjugación en tres tiempos. La broma es inevitable. Corre por mis venas. Pienso en cómo narrarían a partir de este título mis admiradísimas Isabel Allende, Elena Garro, Ángeles Mastretta, Laura Esquivel o la gran Pita Amor, a quien aún me duele no haber conocido y conversado. Somos de épocas distintas.

 

El concepto ambición en México ha tenido a través del tiempo una connotación negativa. Si se trata de mujeres, se le agrega un tinte peyorativo, como si fuera algo malo o indebido. ¿Se han dado cuenta que incluso hasta el tono de voz cambia cuando se dice que tal persona es una mujer ambiciosa? A veces lo comparo con un vestido con el que te sientes divina pero que al salir de casa te señalan cientos de personas a las cuales no les gusta. Y es entonces cuando escoges. O regresas a casa, cambias por una prenda más modesta que pase inadvertida o bien continuas caminando porque esa persona eres tu y solo tu, vestida para el éxito sabedora que implicará horas y horas de estudio, trabajo, disciplina, retos y más retos.  Lo paradójico es que existe una exigencia  de hacer todo esto, pero no te atrevas, mujer, a ser ambiciosa. ¿?  Y he ahí a millones de personas humildes, cuyas alas fueron cercenadas  desde su nacimiento pese a tener altos coeficientes intelectuales porque la enseñanza fue no seas ambicioso (a).

 

Por otro lado, cuando se dice que un hombre es ambicioso la cosa cambia un poco… o un mucho. Se percibe como una persona de éxito o en busca de él. Cosas de la sociedad mexicana que debemos cambiar ya. En otras latitudes, ser una persona ambiciosa -hombre o mujer-le agrega valor como tal. 

 

Ambición, según la Real Academia Española, es el deseo ardiente de conseguir algo, es una cosa que se desea con vehemencia. No existe aquí esa negatividad que la sociedad le ha endilgado al término. El asunto sería distinto si esa ambición es de mala fe, la codicia o avaricia.Y no nos estamos refiriendo a ello.

 

Aseveré en el titulo una ambición de querer. Pero no me refiero a esas querencias de personas. Me refiero a la querencia por el lugar que habitamos, en el que hemos desarrollado nuestra vida, profesión, familia, amistades. De nada serviría querer sin hacer. Así que cuando fui invitada para contender por una regiduría, no dudé en aceptar. Me declaro, sí,  ambiciosa de querer al municipio donde vivo. Después de tantos años de desempeño como profesora universitaria impartiendo clases de derecho administrativo, municipal y otras, después de haber laborado otros tantos años dentro del poder judicial más la experiencia administrativa adquirida en diversos cargos, honestamente considero que tengo el deber de aportar a la cosa pública todo aquello que vaya para y por bien de la comunidad. 

 

Esta figura, como parte integrante de un ayuntamiento conformado por presidente, síndico y regidores de mayoría relativa, representación proporcional y étnico, reviste particular importancia y va más allá de la asistencia a sesiones de cabildo y participación en comisiones de trabajo. Si bien la ley municipal respectiva establece una serie de funciones y atribuciones, quisiera destacar que esta actividad administrativa-política está con mucho, sujeta a la capacidad de cada uno de sus integrantes, y no necesariamente es a partir de un título profesional que si bien es importante no es garantía del buen hacer público, ni de sensibilidad social ni de eficiencia.


Así que ahí voy. A partir del 16 de septiembre de 2021, formal y materialmente, con la solemnidad de la toma de protesta, ocuparé junto con los demás compañeros el cargo de regidora por el periodo 2021-2024. Sin duda habrá mucha actividad que realizar y decisiones colegiadas que tomar. En este sentido quisiera subrayar que cada administración municipal y ayuntamiento tiene su propio estilo de trabajo y es apenas cuando una persona se encuentra sentada detrás del escritorio cuando advierte y dimensiona los problemas que atañen como es el caso, al municipio. El punto es cómo se resuelven y atienden los diversos problemas y demandas sociales, trabajando a la par con un plan de desarrollo visionario, de largo alcance.


La responsabilidad es amplísima y espero que tanto los compañeros integrantes del ayuntamiento como todos y cada uno de los funcionarios y empleados públicos apliquemos  el  máximo esfuerzo, máximas capacidades, competencias y habilidades en el ejercicio transparente de la función pública. Hoy por hoy, la exigencia es cada vez mayor tanto legal como socialmente. Y no, no hay tiempo para ensayos. 


 

 

 

30 millones de razones para ser

 

¿Bio… qué?, pregunté a una amiga cuando en amena charla en viaje por carretera conversábamos sobre temas de la vida. Ya saben, kilómetros por recorrer armadas con café, música y clima nublado. El recorrido fue corto para todo lo que platicamos.  Coincidentemente, desde hace tiempo vengo pensando en la cantidad de cosas que tenemos que desaprender para aprender. Siento que cada día dimensiono distinto este aspecto y cada vez recuerdo con mayor claridad ciertas etapas de la niñez, una época formativa  en valores, creencias, costumbres y usos que  hoy siento que algunos se desmoronan. Tal vez sea porque ya cumplieron el objetivo y es tiempo de construir y adoptar nuevas formas de aprendizaje como ser humano, como persona. Al final de cuentas la vida es un ciclo, ¿porqué no todo lo que la incluye?

Las experiencias de vida han sido múltiples, como nos sucede a todos. El sistema educativo del pasado marcaba que obtener un 5 de calificación te remitía a la fila de los más retrasaditos; la iglesia etiquetaba por vestimentas para acceder a sus recintos, las normas familiares debían cumplirse sí o sí; ser inquieto, perspicaz o cuestionar reglas, costumbres y normas escolares, familiares o sociales era obtener pasaporte directo al estigma de la rebeldía y por ende, a la de ser conceptuado como mala influencia. Cumplí con riguroso desacato todo lo anterior. A la fecha, estoy segura que he de haber sido la comidilla familiar en múltiples e incontables ocasiones. Tal vez lo sigo siendo. Prefiero no averiguar. ¡Ja!
 
La pregunta es ¿Qué estamos haciendo con esas experiencias? ¿Cómo afecta a nuestra salud física y mental los comportamientos, actitudes y vivencias que hemos tenido en la vida? ¿Las echamos al morral del olvido o cambiamos de comportamientos y/o de mentalidad? O peor aún, será que se traducen en enfermedades físicas a veces inexplicables incluso para la ciencia pero que no cesamos en afirmar que no nos sentimos bien? Y surgen los rostros de incredulidad, duda y desconfianza de quienes nos rodean, ante la desesperación que nos agobia.

 

 Lo que somos hoy ¿es el resultado de la madurez o es el disfraz de problemas emocionales de antes y de ahora? ¿Acaso las enfermedades que padecemos, ese malestar corporal inexplicable, son consecuencia física de un origen metafísico más que de una cuestión de salud corporal orgánica? Algunos etiquetan la metodología de indagación de la biodescodificación  como una medicina alternativa que intenta encontrar ese origen metafísico-emocional, ir al fondo para una sanación integral por medio de terapias conducidas por un experto. Se trata de relacionar un malestar o síntoma físico con una emoción o sentimiento que nos provoca trauma, ansiedad, angustia, tristeza o miedo. Interesante ¿no? La teoría surge con el médico alemán Ryke Geerd Hamer.

 

Por ejemplo, según la descodificación, los dientes guardan memorias emocionales y de ahí que una persona suele manifestar dolor sin aparente causa. Los códigos de comunicación corporal se manifiestan de diferentes formas. La frase aquella que el cuerpo siente lo que la persona padece a nivel emocional encuentra sentido. Las adicciones representan sentimientos de vacío existencial, desconexión con el entorno, el cansancio crónico se relaciona con dejarse controlar por miedos, inseguridades e inquietudes; la depresión y ansiedad con profundos sentimientos de desesperanza, culpabilidad y baja autoestima. El estreñimiento responde a la tacañería y mezquindad, la hemorroides con enojos por el pasado y temor a soltar hechos pasados. El insomnio se relaciona con miedo, culpa, negatividad y desconfianza en la vida. El vértigo actúa como un código negador: no se desea ver lo que existe a su alrededor porque no les agrada y se presentan pensamientos dispersos.

 

No afirmo que sea tan sencillo como lo anterior, donde solamente se ejemplifica. No es que exista una lista y ya.  No soy experta en la materia sino en todo caso una curiosa persona que a raíz de la conversación con mi amiga, dediqué tiempo a leer sobre el particular. 

 

Durante muchos años hemos dependido de la medicina científica y avances tecnológicos con los que enmudecemos y que buscan afanosamente la cura de enfermedades. 

¿Porqué no dar un vistazo hacia otros horizontes en el ámbito de la medicina alternativa a partir de lo que es cada persona en lo individual y de esa forma encontrar un punto de partida para mejorar física y emocionalmente?

 

La biodescodificación  no viene en pastillas o cápsulas. Tampoco es que sean polvos mágicos. Es el aprendizaje y desaprendizaje a través de la práctica conducida por un terapeuta. He dicho terapeuta. No charlatán. Tampoco es contraria a la medicina oficial, sino en todo caso un complemento. 

 

Cada día surgen fórmulas maravillosas que aseguran un crecimiento personal a niveles insospechados. Se venden paquetes de terapias que garantizan un cambio con el cual renacerás; te encierran dos, tres o tantos días en un lugar asfixiante de inciensos y mezclas de aromas, te inyectan cocteles de sustancias desconocidas bajo la promesa del esperado y ansiado cambio. En fin, el negocio de las emociones y desarrollo personal está a la orden del día y produce millones de dólares.

 

De ninguna manera esta columna sugeriría abandonar la medicina científica y recurrir a la biodescodificación. En todo caso resultará interesante complementarlas, porque queda claro que cada célula  de nuestro cuerpo contiene información de lo que hemos vivido, sentido y conocido. 


¿Por qué no entonces creer que si se activan o descodifican ciertos códigos de las células es posible recuperar la armonía de forma tal que beneficie a cuerpo, mente y emociones?

 

30 millones de células que cada uno de nosotros tiene, no pueden estar equivocadas en los mensajes que gritan.

 

 

Llueva, truene o relampaguee, como política de Estado


Foto tomada de Google.com
Imagen tomada de google.com

Recuerdo que, en mis épocas escolares de primaria y secundaria, difícilmente podíamos dejar de asistir a la escuela. No había poder humano que convenciera a nuestras madres que esa tosecilla -simulada- era el inicio de una neumonía o que ese dolor de cabeza podía ser más serio de lo debido, aunque colgáramos unos ojos lagrimosos y en nuestros rostros se reflejara el gran dolor que fingíamos tener. Con voz autoritaria escuchábamos la sentencia materna: Llueva, truene o relampaguee, vas porque vas a la escuela. Y ahí íbamos, arrastrando la mochila, pensando en nuevas formas de convencer a esas mujeres inflexibles y rigurosas. Las excusas nunca cristalizaron.

 Traigo esto a colación a raíz de la declaración del presidente Andrés Manuel López Obrador, en el sentido de que Llueva, truene o relampaguee, habrá clases presenciales en agosto, ya que asegura que el avance de la vacunación contra el COVID-19 favorece esa decisión. Las escuelas han permanecido cerradas desde el 23 de marzo de 2020.

 

Ante tal declaración presidencial se ha dejado venir un alud de posturas a favor y en contra. No es la intención de esta columna profundizar en la parte relativa a la conveniencia o no de las clases presenciales o virtuales. Solo anotaré que tal parece que es solo en las aulas donde se puede contraer el virus porque los parques, cines, restaurantes y diversos espacios públicos y privados en ambientes cerrados y/o abiertos, la concurrencia es nutrida. 

 

Lo que llama poderosamente mi atención es el refrán tan mexicano que utilizó AMLO. ¿No es curioso que nadie, en ningún momento ha dudado del alcance de esa frase aplicada al regreso a clases? Sucede que todos, sin excepción hemos entendido el mensaje, estemos o no de acuerdo con él. Y es aquí donde reitero la importancia de la educación recibida en casa. Esa frase que en alguna ocasión nos pareció injustamente aplicada, indebida e ilegal a la luz de nuestras mentes y lágrimas infantiles, fue, entre otras enseñanzas, parte importante de la formación como personas y como ciudadanos. Hoy, quienes crecimos bajo códigos familiares estrictos, leyes de casa ante los que no procedía amparo alguno, vivimos bajo la premisa de que cumplir con nuestros deberes simplemente no tienen excusa. Con respetuosas excepciones y otros tantos excesos, aquella rigurosidad nos vino bien.

 

La cultura popular mexicana es rica en refranes y proverbios,  frases que condensan la sabiduría popular, que brindan consejos, creencias o definiciones para toda ocasión, sea de salud, dinero, amor o desamor, de amigos, familia, etcétera, que reproducen el sentir social sin distinción de clase y que cumplen a cabalidad con un sentido de comunicación democrático y abierto puesto que el uso de ellos entra incluso a las aulas de todos los niveles académicos. En mi vida como profesora universitaria, no es raro que algún estudiante universitario pretenda explicar un tema haciendo uso de un refrán o que al revisar una tesis doctoral encuentre una pulida redacción apoyándose en alguno de los cientos que tenemos los mexicanos.

 

Entonces, ¿que tal que se incorpore como política de Estado el refrán de Llueva, truene o relampaguee aplicado a tantos aspectos en los que medio cumplimos, no cumplimos o simplemente simulamos? Al menos tendremos la garantía de que nadie podrá decir que no entendió o que requiere una interpretación de la Suprema Corte de Justicia. Vaya, si las políticas de Estado son diseñadas a manera de acciones de gobierno para lograr objetivos generales de interés nacional, ¿porqué no decirlo y plasmarlo de la manera más clara y transparente posible? 

 

Desde luego, lo anterior lo afirmo con sarcasmo. Quiero decir que no requerimos lenguajes floridos, frases inentendibles con pretensiones ¿fallidas? -muchas veces- de una cultura arrancada a google en páginas del inframundo académico y cultural o simplemente escuchadas por ahí y que suenan apropiadas al parecer de quien las utiliza. 

 

Democratizar el lenguaje debe por necesidad ser premisa de Estado. Vulgarizarlo y corromperlo es otra cosa.

 

Basta ya del  abuso de la retórica, esa disciplina que nos proporciona herramientas y técnicas par expresarnos de la mejor manera posible, puesto que la han ido distorsionando lastimosamente. La retórica era un arte. Ahora entiendo porqué la Real Academia Española introdujo el verbo cantinflear, pues lo define como el hablar o actuar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada con sustancia. 


Recuerdo que en otras épocas de la política mexicana, el escenario era más importante que el discurso. El traje o el vestido suplían (oh Dios!!) la verborrea de aquel que haciendo uso del micrófono sentía que por ese solo hecho era un iluminado. 

 

Es hora de volver al lenguaje sencillo, honesto, transparente, democrático por cuanto que todos entendemos y comprendemos su alcance y consecuencias.

 

 Así que cuando AMLO aseguró, bajo los argumentos arriba señalados que llueva, truene o relampaguee el regreso a clases será en agosto, nadie dijo que no entendió.

 

 

 

 

 

El gobierno que viene. Estatal y Municipal

 


Sonora tendrá –una vez más- la oportunidad sexenal de dar un giro positivo en términos de administración pública estatal y municipal. Afirmo que una vez más porque en el pasado reciente y el no tanto, los gobiernos se han caracterizado por engrosar cada vez más la nómina burocrática a través de distintos mecanismos, unos más frívolos que otros. Desde contrataciones por honorarios hasta plazas cuya justificación sencillamente no se entiende, o, peor aún, creando estructuras administrativas adicionales que al final de cuentas solo sirven para generar empleos a los allegados o con quienes se tiene compromiso, cualquiera que sea la interpretación de esta palabra.

Ante el panorama tan incierto que tenemos en materia de salud y por ende con impacto en todos los ámbitos, empresarial, comercial, turístico, de servicios, educativo, etcétera, no queda otra más que, ahora sí, transparentar no solo el ejercicio de la actividad gubernamental en su conjunto, sino cuántos y qué hacen todos y cada uno de los funcionarios y empleados estatales y municipales, con miras a evaluar la productividad, eficacia y eficiencia de las actividades que realizan. Basta de servidores públicos que solo se pasean por los pasillos con sendos expedientes de nada, solo para aparentar una ocupación real que sencillamente no tienen. Aplica para la administración directa, paraestatales y paramunicipales.

Basta de asesores cuya existencia no se justifica dado que los propios funcionarios deben ser por su propia naturaleza, los mejores asesores.  Por separado y en su conjunto.

No, estas administraciones públicas nuevas no tendrán el mismo panorama de antaño. Tampoco podrán actuar en la inercia de los anteriores. El desafío es grande, enorme. La peor parte la han llevado los municipios estos dos últimos años bajo el azote de la pandemia; queda claro que hubo ayuntamientos que verdaderamente se aplicaron incluso con sus propios recursos para sacar adelante las necesidades más apremiantes. Esto implica a la vez, la pertinencia de elaborar un análisis puntual de los rubros que se consideraron en los planes de desarrollo actuales para incorporar y/o reforzar aquellos que la comunidad sigue demandando aunado a la visión de quienes integrarán los nuevos ayuntamientos.

 Es aquí donde entra la necesidad de contar con perfiles adecuados, con experiencia, con capacidades y habilidades para ser designados como funcionarios públicos. Es aquí también donde puede iniciar una verdadera reingeniería administrativa, objetiva, funcional, austera y de resultados. Una reingeniería que inicie por los qué debe hacerse y cómo, a partir de las leyes y reglamentos, bajo una perspectiva de hacer más con menos. Aún no termino de comprender cómo es que, con tantos sistemas operativos tecnológicos, con tanta inversión en la materia, se sigue contratando más y más personas.

Por otra parte, tenemos la existencia de la Comisión de Mejora Regulatoria de Sonora que entre sus funciones está la de eliminar obstáculos innecesarios a empresas y ciudadanos, eliminar la discrecionalidad de los funcionarios y optimizar el quehacer gubernamental. Es claro que la política debe ser la austeridad y agilidad en el ejercicio mismo de la función pública, no en la asignación de recursos para los distintos programas de desarrollo. Se trata de revertir el 90/10, donde el 90 significa pago de nómina y el 10 –si acaso- a los programas gubernamentales. Así sencillamente no se puede avanzar.

 Así las cosas, en diciembre de 2019 entró en vigor la Ley de Austeridad y Ahorro del Estado de Sonora y sus Municipios, la cual tiene como objeto establecer pautas para regular las medidas de austeridad en el ejercicio del gasto público estatal y municipal, así como coadyuvar a que los recursos económicos se administren con eficacia, eficiencia, economía, transparencia y honradez.

Entre otros destacados aspectos, se advierte la prohibición de la duplicidad de funciones. También se establece la optimización de estructuras orgánicas y ocupacionales en todos los niveles y categorías, en tanto la creación de nuevas plazas deberá estar plenamente justificada. Insisto entonces en esa reingeniería administrativa no solo para evitar la duplicidad en cuestión, sino la simulación que campea en muchas dependencias.  

Pese a lo útil y necesaria de esta ley, considero que una administración saneada desde su origen, desde su estructura misma, con pilares sólidos, puede ayudar mucho a la optimización de recursos, a que los programas gubernamentales cuenten con los debidos apoyos económicos y que no se dispersen en pagos de nóminas, honorarios y gastos operativos innecesarios.

De otra forma, seguiremos teniendo ese aparato gordo, obeso, lento, ineficaz e ineficiente con una ley de austeridad aplicada a medias, como las dietas fallidas- 

 

 

 

 

 

 

El México de mis espíritus. A los candidatos 2021

La novela La Casa de los Espíritus (1982) de Isabel Allende, hace tiempo fue llevada al cine en 1993 con las excelsas participaciones de Jeremy Irons, Meryl Srteep, Glenn Close, Winona Ryder y Antonio Banderas. En ambas ocasiones sentí la opresión chilena narrada a través de la familia Trueba, cuya historia relata acontecimientos políticos y sociales del período poscolonial Chile a inicios del siglo XX hasta los años 70.

Narra vivencias sobre las clases sociales, el amor, la familia, los rencores ancestrales y recientes, la muerte, los fantasmas, la revolución, los ideales, la opulencia económica y la pobreza. Pobreza y opulencia en todos los sentidos. Para unos más, para otros menos y el largo camino que hay que andar para llegar a ser uno mismo. Como toda novela, la trama se desenvuelve a su propio ritmo en la que hacen presentes los fantasmas y con mucho, los protagonistas aprendieron a vivir con ellos, para bien o para mal. 

El caso es que esta novela no ha dejado de revolotear en mi mente más allá de los influjos directos de la novela y las condiciones sentimentales que de ella derivan. En algún apartado de la obra, la burguesía nacional, apoyado por el partido conservador y el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, ocurre un golpe militar encabezado por el patriarca Esteban Trueba. La obra da para mucho más, pero no es el caso concreto de esta columna.

 Hoy, quiero referirme al Méxio de mis espíritus. Al México que soñé años atrás, desde mi gloriosa escuela Secudaria Mártires de 1906 de Cananea Sonora, en la que bebíamos con particular interés las clases de geografía. Historia, civismo, entre otras. Recuerdo que salía de clases apresurada por leer los “libros prohibidos en casa” como eran los de Carlos Marx, , Federico Engels, Nietzchie. Leer a Fidel Castro y de Ernesto Guevara significaba castigo. Pero, empecinada como soy, leía de noche o iba al fondo de la huerta de la abuela que pensaba tranquilamente que estaba leyendo a Archie y sus amigos. Todas estas eran suscripciones de mis tíos maternos que estudiaban en la ciudad de México quienes al regresar a Cananea de vacaciones, se solazaban preguntándome teorías y posturas. Era apenas una niña de escasos 14 años! Seguro que erré muchas veces. Pero lograba explicaciones.

 Hoy, siento que estoy viviendo en el México de mis espíritus. Del fantasma de Don Miguel Hidalgo y Costilla, del de Benito Juárez García, Allende,  Doroteo Arango, Emiliano Zapara, Josefa Ortiz de Dominguez y hasta la incomprendida Carlota, segunda y última emperatriz de México , esposada con Maximiliano de Hazburgo.

 Dejo en el tintero a muchos más. El México de mis espíritus se nutre de todos ellos y más:  encuentro vastos tramos abismales tanto en campañas electorales como en ejercicio del poder público. ¿A dónde se ha ido el genuino interés por llevar a la práctica auténticas medidas/proyectos/planes que verdaderamente  abatan el desempleo, las faltas de inversión con confianza o la esperanza de los egresados de escuelas superiores?

 La pandemia nos ha obligado a encerrar nuestros cuerpos pero no la mente. Ahora los espíritus ocupan un espacio en nuestros hogares. Así como en la Casa de los Espíritus, que se niegan a irse porque existe una misión que cumplir o deudas que saldar. Pienso en el tío/a que murió sin empleo o pensión digna, en el abuelo/a que o tuvo acceso oportuno a atención médica, en el amigo/a que vive en constante zozobra porque comer no tiene, o en la madre de familia que desesperada solicita apoyo para alimentar a sus hijos. 

El México de mis espíritus duele, lacera, lastima, sangra. Veo a tantos empresarios que arriesgan su patrimonio como empleados que arriesgan lo poco que tienen. Maestros que pese a las carencias de casa cada día se presentan con una sonrisa ante las cámaras para sus estudiantes. Pero igual veo gente incompetente, aprovechada de este espacio pandémico para vivir una solaz vacación de esfuerzo mínimo laboral si acaso. También la simulación campea. El México de mis espíritus ve a candidatos y pre candidatos afanosos por encabezar encuestas algunas de escasa credibilidad y es entonces cuando apuestan a la difusión mediática. Se advierte el nerviosismo por la asistencia del electorado a urnas. Por cierto, un padrón electoral que debe revisarse con lupa porque el Covid se encargó de borrar a muchos.

 Los muertos no votan. Esos son los espíritus que atraviesan la república, desde Quintana Roo hasta la Baja California Sur. Espíritus que claman justicia para los que quedan, para las familias que apenas subsisten, para los que cada día levantarse es un acto de heroísmo, de voluntad y de esperanza. El México de mis espíritus clama y exige respeto, dignidad, honestidad, transparencia, no candidatos de cartón, de frases hechas que pretenden endulzar oídos.

A todos ellos, candidatos y pre candidatos asuman con valentía, arrojo, verguenza y respeto, la estela de dolor que esta pandemia está dejando. Tanto como la corrupción ha hecho de las suyas. La otra pandemia de la que se guarda a veces, cómplice silencio.