Cosas de Reyna

El bebé de Puebla. La decadencia del ser humano

Imagen tomada de Google.com

Por una parte, estamos quienes con esfuerzo físico y/o mental hacemos día a día lo posible por salir avante sobre todo en el marco de esta pandemia que no nos suelta. Tratamos de cuidarnos y cuidar de los nuestros lo más posible. Hemos hecho actos de reflexión personal, reconsiderado otro tanto de formas de ver y llevar la vida. Esto nos ha movido todo el esquema que creíamos ¡ilusos de nosotros! tener establecidos. La filosofía de la vida es galopante en cualquier plática. Esta ha sido una etapa que pese a lo negativo que ha sido en muchos aspectos, tiene sus dos caras. 

 

El lado positivo es que justamente este compás de espera nos permite hacer evaluaciones personales, de familia, trabajo, amistades. Nada es para siempre y el todo se reduce a este momento. Pasamos de lo superfluo a lo que verdaderamente es importante. De llenarnos de problemas a seleccionar qué problemas son los que realmente merecen nuestra atención y cuales simplemente hay que dejarlos pasar. Redefinimos la palabra estrés y nos hemos vuelto más tolerantes incluso con nosotros mismos. Hemos puesto mayor énfasis en la salud mental, sabiendo que ésta tiene un impacto absoluto en la salud física. Que de nada valen mil horas de entrenamiento en gimnasios si la gimnasia cerebral permanece estática, sin uso, sea por comodidad o por inercia.

 

A muchos -sean jóvenes o no tanto- les llegó la madurez de golpe y porrazo. ¡Vaya! Antes era tan ligera la vida. Ir, venir, programar, planear, organizar todo con toque ciertamente narcisista en mayor o menor grado. Pero el mundo se derrumbó y dio paso a otra escenografía social. Y aquí estamos. Tratando de seguir adelante, desaprendiendo viejos paradigmas, conductas y pensamientos, para aprender otros en aras de sobrevivir en todos los aspectos. 

 

De alguna manera vamos avanzando. Sin embargo, del enorme abanico de atrocidades que el ser humano ha visto, vivido o realizado, el caso del bebé Tadeo o el niño de Puebla no tiene parangón alguno y sencillamente uno se derrumba.

 

El asunto es bien conocido: hace escasos días apareció un bebé muerto en un basurero de un penal de San Miguel en Puebla. Murió cuatro días antes de ser robado de un panteón de Iztapalapa. Una de las hipótesis es que el menor fue exhumado y rellenado -sí, rellenado- con droga, pues presenta en el abdomen residuos de polvo blanco e ingresado al centro para después tirarlo a la basura. Actualmente se reportan más de 21 detenidos incluyendo autoridades del indicado penal.

 

No referiré la actuación obligatoria de las autoridades, ni cuestionaré sobre el cómo un pequeño -encima muerto- puede ser ingresado a un penal y no salir de él. De ahí se deprende un bucle de preguntas que la investigación irá respondiendo y fincando responsabilidades. Espero.

 

Más bien es reflexionar en el estupor sobre la condición humana. ¿Cuándo y con qué o en qué situación tenemos que vernos como sociedad para sentir el látigo del castigo natural o de alguna divinidad según sea la religión que se profese?  ¿En qué punto dejamos de ser humanos y animales por esencia para convertirnos en aberraciones?

 

El tema es plural. Nada de hechos aislados. Somos la consecuencia de lo que construimos de nosotros mismos como núcleo familiar y social. En algún lugar de México esos detenidos, esas lacras tuvieron o tienen padres, madres, familia y estos a su vez los suyos y los suyos de los suyos hasta alcanzar una burbuja social con características socioeconómicas y culturales. La historia indica que no hay un tabulador de sueldos y salarios, un tabulador de niveles sociales y/o culturales que especifique con meridiana claridad quienes en algún momento pueden comenter este tipo de atrocidades sea por acción o por omisión.



1 comentario:

  1. Como siempre Doctora, temas actuales y con un sentido critico muy humano. Felicidades!!

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