Cosas de Reyna


María.

Había que cruzar el callejón de un lado al otro para llegar a la casa blanca con porche lleno de plantas y con olor a humedad. Detrás de la pequeña vivienda había un riachuelo que nos deleitábamos en cruzar una y otra vez. De ahí al patio trasero para volver por el frente, donde María tenía siempre una jarra de barro con agua fresca.

María. La eterna, imborrable y misteriosa María, hermana de mi abuelo materno.

Quien sabe porqué pero nunca pude descifrarla. De niños suplicábamos que nos permitieran ir a su casa y, cuando obteníamos el ansiado sí, mis hermanos salían corriendo hacia allá. Yo prefería irme despacito, admirando los grandes árboles del corral de los Dagnino, Cipiranos, Cuevas o de los González. O simplemente me iba contando los pasos (largos, cortos o saltando en un pié según escogiera) de una esquina a la otra. Porque en el exacto lado contrario del callejón tenía su casa mi nana Ema. Así que en una esquina vivía mi Nana Ema con quien nos quedábamos en las largas temporadas de verano y en la otra mi Nana María, a la que nos acostumbramos a llamarle María a secas.

María significó y significa muchas cosas para la familia. No hay reunión familiar donde por cualquier circunstancia no salga a colación. Aún la veo cruzando el callejón: pequeñita, enjuta, vestida casi siempre de negro, con su peluca debajo de la mascada inseparable. Como sucede en todas las familias, hay historias que rodean a ciertos personajes y la de María es especial tal vez por diferente, tal vez por triste o tal vez porque está llena de soledad.

Aunque tenía un hermano tipo Otelo, casó con Ramón. Se dice que en su época de novios recurrió a sus sobrinos para que llevaran y trajeran sus cartas de amor. Pero enviudó joven. Tuvo dos hijos y uno de ellos falleció por muerte de cuna. Quien sabe como estaría eso, lo cierto es que ella cargó ese peso toda la vida.

Siempre nos preguntábamos porqué usaba peluca. Uno de mis hermanos logró una noche atisbar por la hendidura de la puerta: Quedó admirado cuando al quitarse el postizo, dejó al descubierto una espléndida cabellera larga y bella. Ya cuando estaba muy mayor y enferma, me tocó verla así. El cabello era larguísimo aunque ralo y blanco, blanco. Fue impresionante. María tampoco podía llorar. Dicen que siempre se quedaba atacada. Sus ojos estaban secos y su mirada profunda decia tantas cosas que (creo) prefería callar. A veces pienso que tenía dolores muy fuertes en el alma, que la peluca era un auto castigo y que las lágrimas se le agotaron en esas penas. Hoy estoy segura que así fue.

Evitaba salir de día. Encerrada en su casa, cosía y cosía en una vetusta máquina Singer. O hacia tortillas gorditas riquísimas o un espantoso arroz con leche en la estufa de leña de su pequeña cocina. Nadie le ganaba a ordeñar las vacas. Diligente y dispuesta a ayudar en labores domésticas. Odiaba a los perros. Tenía una puntería endiablada y peor aún, fuerte. Aventaba peñascazos mortales. Fumadora y cafecera, justificaba sus ansias de tomar café sin cesar, argumentando que el anteriormente tomado estaba frioso, azucaroso, calentoso o asentoso. Asi que este circulo nunca acababa. Hoy en la familia es común referirnos al café de esa manera, sólo para repetir la segunda taza.

Dicen que cuando sus sobrinos la llevaron por primera ocasión Cursivaa pasear a la Ciudad de México, no terminaba de maravillarse. Jamás había salido de su pueblo ni del callejón de su casa. En uno de esos viajes fueron a ver la película “El Castillo de la Pureza”. Salió furiosa del cine y lo menos que dijo de Claudio Brook fue que era un viejo vaquetón y sinverguenza. O cuando, al bajar de un taxi, cayó al suelo y el taxista asustado la levantó. Nunca lo hubiera hecho. Le lllovieron bolsazos y palabrotas. Ahí si habló y bastante.

Hay muchas historias en torno a María, unas alegres y otras que simplemente rasgan el alma. Los que la conocimos guardamos en nuestros recuerdo una parte de María. Por eso estoy segura que ella no se fue, sino que se repartió en pedacitos para todos. Por mi parte, prefiero recordarla como la ví algunas veces: alegre y platicadora. Porque así era cuando ya siendo abuela María, mi Nini iba por ella y se la llevaba a casa por varios días, donde disfrutabamos enormemente su presencia y era atendida como lo merecía. Porque en las pocas ocasiones que la vi sonreír, se iluminaba su rostro de tal manera que resplandecía su alrededor.

La María de mis recuerdos es libre y es feliz. Es alegre y vital. Como me hubiera gustado verla siempre. Como debió haber sido.

1 comentario:

  1. hola!! si yo tambien recuerdo a mi nana maria, fueron pocas veces la que la vi pero muy sustanciosas,y muy grabada su imagen en mi mente ...muy inborrable...angelica

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