Cosas de Reyna

Ser o no ser la Señora de la Casa


Quise iniciar esta columna con la frase: “Corren tiempos difíciles para los pre candidatos...” al instante me detuve. Viéndola bien no es así, es al contrario: Corren tiempos difíciles para el electorado, para las y los mexicanos. En efecto. Los pre candidatos son un puñado de personas que aspiran a gobernar y desde ahí –sea presidencia de la república, gobernadores, diputaciones, senadurías, presidencias municipales y regidurías- dictar las políticas que a su parecer son las idóneas para el bienestar común, término manoseado hasta el infinito pero de alcances reales muy limitados.



Si bien representan –se supone- las mejores cartas de cada partido político, lo cierto es que al final del día quien ostenta el poder es una persona y como tal actuará en el desempeño de sus funciones. Se entiende que cuentan con un bagaje de conocimientos, valores, competencia y capacidad puestos al servicio de las comunidades y la nación misma. Y eso es lo que preocupa.



Veamos. Se ha hecho un escándalo nacional con la frase mal dicha de Peña Nieto: No soy la señora de la casa. A partir de ahí se viene una andanada de críticas y/o justificaciones en torno a lo que dijo o quiso decir el señor. Josefina Vázquez Mota, en su cortedad política, pretendió hacer de esa dichosa frase un rebozo a la medida para proclamar que ella sí era la señora de la casa. Craso error: Por una parte cayó en su propia trampa al no atinar –tampoco- a responder preguntas similares a las que se hicieron a Peña Nieto y por la otra, resultó ser ofensiva para quienes sí lo son. Es por demás evidente que esta persona hace años luz que no se ocupa de cuestiones domésticas, lo cual, dicho sea de paso es una de las tareas más nobles que la mujer pueda desempeñar. Lo siento por mis amigas feministas. Acotando: es uno de los roles que nos dan identidad en cuanto a integración familiar. ¿Cómo entonces desdeñar tan importante cargo? Imposible, tanto como aberrante es el pretender arroparse con sacos malformados.



Pero entonces nos envuelven con cortinas de humo como la que arriba se menciona. Y nos bombardearán con cuarenta y tres millones de spots en los próximos meses. Es patético observar como los destrozos políticos -o que pretenden serlo- están a la orden del día. Una palabra mal dicha, una pose mal actuada, una mirada errada, se tornan elementos suficientes para denostar al enemigo. Sea o no sea de casa, del mismo partido político. No hay cuartel.



De repente todos, sin excepción todos los precandidatos son altruistas, de corazones bondadosos, con proyectos comunitarios de última generación. Nos invaden a través de las redes sociales con evidencias fotográficas sensibles: con los más humildes, con los más necesitados, con niños hambrientos y greñuditos, mostrando una lacerante pobreza como gritando esto es lo que voy resolver, aquí es donde estaré. Si hiciéramos un seguimiento fotográfico a diez o quince años, a cómo vamos, seguramente esos infantes serán los adultos a quienes los mismos candidatos pero con otras caras, irán a entregarle cobijas para el crudo invierno y despensas para que sobrevivan. Es el precio de la foto y lo saben. Es la historia que se repite cada tres o seis años.

Faltan proyectos y sobran buenas voluntades. Falta una verdadera sensibilidad social y abundan frases ridículas pronunciadas con voces entrecortadas para llegar al corazón del electorado. Todo obedece a un plan mañosamente estructurado. Porque para eso sí son listos. Si no naturalitos, se contratan agencias, ¡faltaba más!



El problema es que todos los (pre) candidatos afirman y están convencidos que ellos portan los mejores propósitos y pulidas soluciones ¿Pero cuáles? Afirmar cien o mil veces que se cuentan con los cerebros más expertos o los más capacitados, no es demostrar que se sabe la forma y el cómo. Ni siquiera alcanzan a atisbar la relevancia. Están absortos en ganar la carrera por la candidatura, en ser el señalado. Ahí después verán cómo hacerle. El problema es que ese después nunca llega. Se embelesan con los triunfos electorales como si éste fuera un reconocimiento a su alta calidad humana y diploma con rúbrica social donde se les asume como el líder. Se inyectan elevadas dosis de ego. Es una adicción: Por eso andan luego saltando de un puesto público/electoral a otro y a otro. La droga se llama ejercicio del poder y del presupuesto.



Así que parodeando a Hamlet, eso de ser o no ser la señora de la casa no es precisamente lo relevante. No en este plano político donde se debe construir más que destruir. Donde los ciudadanos estamos carentes de líderes auténticos que vayan más allá de insulsas frases que ni juntas ni separadas forman proyectos. Tampoco es hacer una lista de problemas sociales para al final llamarle a eso plan de trabajo. No.



La simulación campea y si la ceguera política ha alcanzado a los (pre) candidatos, seamos nosotros, el electorado, quienes asumamos una conducta crítica positiva y propositiva para al final -que en realidad es el principio- al marcar la boleta electoral, estemos brindado nuestro apoyo a los mejores previo análisis que hagamos de cada cual considerando su plan de trabajo sustentado en realidades, en hechos y en problemática a atender. Votar por quien trace rumbos en forma conjunta con la comunidad, por quien se comprometa a evaluar periódicamente su plan de trabajo con base a resultados tangibles. Y por quien asuma que ser líder no es una etiqueta de lujo, sino que se gana y se mantiene con trabajo y responsabilidad.



Por eso insisto en que veamos más allá de la foto y de los rostros de políticos maquillados a modo. Burdos y rancios afeites de políticos hechos al vapor o por calenturas de paso. Ya basta.







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