Cosas de Reyna

Presidente municipal de decisión.


No deja de llamar la atención cómo a últimas fechas (¿?) los unos y los otros partidos políticos buscan la manera de congraciarse con la ciudadanía desde sus muy particulares  perspectivas  muchas de ellas incomprensibles.  Ya sea a través de acciones mediáticas de discurso, ruedas de prensa o los socorridos  Facebook y Twitter,  el punto es hacer ruido, criticar al otro, gritar al viento las verdades a modo y a desmodo.  Todos con la verdad absoluta bajo su brazo.
El ámbito municipal les resulta platillo delicioso, caviar exquisito, ambrosía salpicada de deseos políticos de no pocos, por cierto.
Nos  preguntamos hasta qué punto se está generando veladamente una  brecha  en cuanto al análisis, discusión y posterior tratamiento a los problemas reales de los ayuntamientos –entre otros temas de igual relevancia-  para abordar enfoques que más se acercan a pre campañas, a  carreras desaforadas por el poder, a calendarios que corren inexorables.   ¿Dónde están los auténticos liderazgos que asuman compromisos para abatir  la inseguridad, la pobreza, la desigualdad,  el desempleo, para transformarse y asumir su definitiva responsabilidad en procurar  más y mejores comunidades desarrolladas?  Sí: desarrolladas.  Lo de “en vías de desarrollo” Ya es un cliché en todos los discursos políticos.
Por un lado tenemos autoridades locales  y regionales que se afanan por cumplir sus compromisos de campaña.  Nada mal, siempre y cuando se le dé tratamiento de actividad de gobierno sustentada en un plan de desarrollo con objetivos medibles.    No como  partido político que cumple.   Entregar libros, zapatos, cuadernos, despensas etcétera, no es incorrecto.  Es más, estas acciones vienen a aliviar la economía temporal de las familias.  Es un paliativo que se agradece pero que al final no es permanente.  El gran inconveniente es que se  abordan cuestiones de forma más no de fondo.  De fotografía. Al final  terminamos pensando en que si esos recursos económicos no serán acaso una extensión de los dineros entregados a los partidos políticos, pero disfrazados como programa de gobierno.
Hace poco el presidente del Banco Mundial, Jim Kim en reunión de trabajo anunció metas concretas para erradicar la pobreza extrema para el año 2030.   La Organización de las Naciones Unidas, por su parte, estableció en Los objetivos del Milenio,  una revisión de avances para 2015.  México  no es de los países que ha cumplido al menos una parte de la tarea.  Lo interesante es que en ambas declaraciones se presentan coincidencias sobre la base de que el desarrollo y la prosperidad no serán posibles sin los esfuerzos conjuntos de líderes locales.  En efecto, la capacidad de  decisión   local  es el punto de partida y final para que un país pueda acercarse a la prosperidad y desarrollo.  Ninguna autoridad estatal o federal podrá afirmar nunca que un país desarrollado  lo es a partir de políticas públicas instrumentadas y confeccionadas en escritorio. Por mucho que vocifere en tribunas.
Tampoco es suficiente con que nos enfoquemos como ciudadanos a analizar el cómo se eligen a nuestros representantes o quien realizó la campaña de proselitismo mas aparatosa,  sino que en todo caso, que tan efectivos son a la hora de satisfacer las necesidades de la gente.  Efectivos y eficaces.   En ese sentido, en América Latina circula desde hace tiempo la necesidad de la descentralización municipal administrativa/financiera.  Bajo este esquema, se deja mayor poder de decisión y ejecución real en manos de autoridades locales.  Decisión y ejecución que van directamente relacionados con el ejercicio de presupuesto para atender necesidades comunitarias como la provisión de servicios básicos. 

Sucede que las autoridades locales realizan un mucho de gestión que se traduce en un poco de apoyo económico.  Muchas demandas, pocos resultados.  Mucho costo, poco ingreso. 
A la descentralización de recursos para generar al  corto plazo decisiones y ejecución de actividades que respondan pronta y oportunamente a las comunidades, se agrega la necesidad de asegurar gestión administrativa y financiera adecuada y transparente.   Tarea nada fácil pero no imposible.   

En Sonora –al menos- no se cuenta con modelos de sistemas de gestión que permitan   a los municipios tener acceso más rápido a mayor cantidad de programas.  Tampoco cuentan con esquemas tecnológicos mediante los cuales puedan  ingresar avances para la medición de resultados.  Además,  la  cantidad mayor o menor de resultados descansa en la capacidad de gestión de la autoridad local o bien de los recursos o programas  que le son asignados por el gobierno.    Una y mil  vueltas a la capital del estado o del país para obtener –si acaso- un poco de recursos.  ¿Es esto correcto?  Desde luego que no.   Algo debe cambiar.
Este tipo de problemática  es la que debería estar discutiéndose en los distintos  espacios políticos y de gobierno.  Que derivaran en brindar a los municipios mayor competencia  en decisiones, verdaderas decisiones.   
Literalmente  la labor de gestoría no obliga a resultados.  Y esto es preocupante.   Un presidente municipal puede afirmar que gestionó tal o cual cosa, o que está gestionando aquel proyecto.  La gestoría como capacidad  se puede argumentar  al infinito y más allá.  Y nada sucede.   Recuerdo a cierto gobernador de nuestro Estado que  viendo la cantidad de presidentes municipales que literalmente vivían en la capital (en hoteles y con nuevo automóvil, todo a cargo del erario público por supuesto) les “recomendó” que se fueran a sus municipios a trabajar, que ahí era donde tenían que estar y que, al limitar la cantidad de recursos con destino a viáticos, bien pudieran subsanar al menos algunas carencias de sus comunidades.
 La  realidad nos  indica  que como actividad  le  queda corta a la autoridad local. Se encuentra rebasada. Por ello   la figura del Presidente Municipal  debe transformarse más que en un ente de gestoría como marcadamente es hoy, a transformarse en  un ente con capacidad de decisión  efectiva que se traduzca al corto plazo en resultados  que le permita atender la problemática  en su propia esfera de competencia.  Con recursos más amplios, con mayores capacidades de decisión que a la vez le obligue a cumplir a cabalidad los objetivos y metas establecidos en el Plan de Desarrollo Municipal. 
Solo entonces estaremos en condiciones de diferenciar al  escueto  presidente municipal gestor del presidente municipal  de decisión.

 

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