Fotografía tomada de Google.com |
Este México nuestro presenta muchos rostros, tantos que a veces desalienta la posibilidad de un verdadero cambio en pos de un desarrollo, de un progreso.
Me pregunto,
¿Cuántos Méxicos
conviven diario?
El México de los
pobres, de los que nada tienen, con el México de la opulencia y el dispendio.
El México de la
justicia descalza y el de los zapatos Ermenegildo Zegna.
El México de los
que trabajan con el México de los que
simulan trabajar.
El México de la
educación de calidad con el México de plazas que se heredan o se venden al
mejor postor.
El México que se
hunde en el pantano de la inseguridad y el que se esfuerza por mejorar el sistema
planteando nuevos proyectos.
El México que
reverencia a la Guadalupana y el que hiere de muerte a sus congéneres.
El México que combate
la pobreza contra el México que destina miles de millones a una infame realidad
que nunca acaba.
México, México de
seda y de espinas. De horrores y de
alegrías. De esperanza y de
angustia. De calamidades que se tejen con
hilos de dolor y de fe, porque no tenerla sería acaso sofocante.
México que se cubre
de ropajes de lentejuelas -no las del
tristemente célebre Nicolás Alvarado- sino las que arropan la mexicana
alegría de reir llorando.
El México de
banderitas de colores y el México de luto.
El México de redobles
de tambores y el de silencios que sangran.
El México del
discurso político y el México que se declara todos los días en juzgados y
tribunales.
El México que amanece diariamente para seguir luchando con el México que espera el nuevo sol para denostar y destruir.
El México que asumen
Mexicanos de honra, de palabra y de dignidad, con el que carece de valores.
Un México que año
tras año celebra las fiestas patrias con
menos esperanza, con un significado que la realidad va haciendo hueca, con
jóvenes que emigran en fila -como herida que desangra- porque esta no les
responde. O responde a unos cuantos
privilegiados.
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