Fotografía tomada de Google.com |
El pasado domingo presencié –al igual
que millones de personas- el penúltimo debate entre los contendientes Hillary
Clinton y Donald Trump en la carrera por la Presidencia de Estados Unidos. Pese a que Trump no es un ser político ni
con luces en la cosa pública gubernamental, demostró una ligera mejoría respecto a su
desempeño en el anterior debate. Me atrevo a afirmar que incluso me agradó ese atisbo de inteligencia-sarcasmo-humor negro del que eventualmente hizo gala pero que en
definitiva no me convence para un puesto de tal envergadura.
Hillary mostró amplias
tablas. Mesurada, tranquila, como quien
acude a un escenario compartido con alguien que no dará franca batalla. Lo de
ella es la preparación que trae consigo desde hace más de treinta años. Donald –si
acaso- algún infortunado día despertó con la idea de obtener un trofeo llamado
Presidencia de los EEUU. Claro, a manera de laurel a
su egolatría, a su desmedida y errática ambición como es el caso.
Pero vamos, la cosa no es abordar aquí el tema que a los estadounidenses
trae de cabeza. Aquí lo que ocupa es
visualizar los debates para el ya inminente 2018 en nuestro país.
México se encuentra en un momento definitorio de su futuro inmediato.
Futuro que miles, millones de mexicanos han esperado sexenio tras sexenio con
resultados poco halagüeños. Hoy por
hoy el tema de seguridad pública se
encuentra a un tris del colapso. Una
gobernabilidad en entredicho. El desempleo y la falta de generación de éste
alcanza cifras alarmantes, pese a los números a los que se aferra el aparato oficial. Hordas de jóvenes egresan cada año de
escuelas técnicas y de nivel superior para incorporarse a la masa de los
buscadores permanentes, de las miles de hojas de solicitud de empleo. Ser emprendedor no es algo que suene
atractivo para quien tiene necesidades que solventar de manera inmediata,
aunque mucho habría que analizar en torno a esto. Eso sí, se generan subempleos o empleos con mano de
obra sobre calificada con el consecuente personal inconforme, frustrado, con un expediente que
guarda un título profesional sin ejercicio.
Hace escasos días tuve la fortuna de visitar Colombia por cuestiones
académicas. En un hecho relevante, tocó
presenciar el Acuerdo de Paz que signaron el presidente Juan Manuel Santos y el
Cmte. Supremo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias-Ejército del Pueblo
(FARC-EP) Rodrigo Londoño Echeverri o Timoleón Jiménez alias Timochenko. También tuve oportunidad de presenciar el
desarrollo del plebiscito del 2 de octubre con los resultados ya conocidos: Un
no al Acuerdo en cuestión.
¿A que viene esto del debate de EEUU y el Acuerdo por la Paz en Colombia?
A que en ambos casos existe una muy marcada participación ciudadana. De
jóvenes y adultos. Estos últimos con la
voz madura y experta por el tiempo que les ha tocado vivir. Los jóvenes por el presente y el futuro del
que también son partícipes activos. En Colombia escuché una y otra vez voces de
estudiantes universitarios con discursos y mensajes de fondo. Con amplio conocimiento de la cuestión
política de su país.
Por otra parte, lo relevante –para
el caso- no es tampoco si en EEUU están
a favor o en contra de Hillary o Donald.
Lo verdaderamente importante es la participación de cada ciudadano y la influencia que puede ejercer en su
entrono inmediato en la formación de opinión valedera, sabedora, con
conocimiento del quehacer público que a la postre derive en un voto razonado.
Es verdad que los mexicanos hace muchos años estamos demandando mejores y
transparentes gobiernos. Voces se han
apagado clamando justicia. Voces se han
cansado de exigir. Voces gritan desde la
profundidad del dolor, del abuso de poder, de la injusticia. Voces, muchas
voces exigen cada vez más en un hartazgo social que a cualquier gobierno
pondría en alerta inmediata pero no en nuestro país donde la conformidad campea
tal vez por comodidad o por temor. O por
conveniencia. O por el simple hecho de
dejar a otros la incómoda tarea de actuar, pensar, decir, comprometerse, hacer. Y así han transcurrido los años en este
México que se desdibuja no por ser un país pobre sino porque la sangre de sus
venas se coagula por la inactividad social, colectiva y particular.
¿Qué tardan los partidos políticos y sus candidatos pedirnos con acomodado
espíritu ciudadano que razonemos el voto? ¿Porqué no ahora, en este justo momento
ningún partido político ha iniciado programa alguno para que razonemos la
actuación gubernamental? ¿No es ahí acaso
donde inicia el auténtico voto a conciencia?
No dejaré de insistir que el voto razonado tiene su génesis en el deber
cívico permanente, no el día de la jornada electoral. Precisamos jóvenes que se pronuncien, que
se comprometan a la búsqueda de un cambio positivo, de mejores expectativas de desarrollo para ellos, con actitud pro activa y constructiva. Se
precisan ciudadanos críticos del quehacer público pero no de la critica que
denosta, que destruye y aniquila sino de la que emerge del conocimiento, de la
experiencia, de lo cotidiano, del sentir social. A México le urgen ciudadanos cabales más que
patriotas de calendario cívico.
Un aspecto relevante de los debates en EEUU es que la ciudadanía conoce
plenamente las carreras políticas/sociales/económicas y entorno familiar de los
contendientes. Se les identifica desde
que iniciaron sus actividades públicas, son figuras expuestas al escrutinio
general, se sabe lo que han hecho en el transcurso de sus vidas, donde
estudiaron, que rumbo tomaron, que ideología profesan, que convicciones,
virtudes, errores y desaciertos poseen o han cometido de tal forma que el colectivo social va formando
su opinión en el transcurso de años. Hasta que llega la etapa de elecciones.
En México los partidos políticos siguen con la vieja fórmula de candidatos
de unidad, tapados, ungidos desconocidos para el grueso social donde se deja en
tercer plano la trayectoria o carrera de cada cual. Importa más el Photoshop, las lonas y las
despensas gratuitas. El currículum hecho
al vapor, o a la fuerza, o al descaro.
¿Debates en México? Sí, pero antes construyamos una ciudadanía fuerte, un
pensamiento colectivo y particular que nazca del interés genuino por la actuación
de los servidores públicos en el ejercicio gubernamental, por el análisis de
desempeño de partidos políticos y políticos mismos. Formemos conciencia, formemos México.
Es tiempo de despojarnos de los viejos ropajes pestilentes del desinterés y
la carencia de deberes cívicos para vestirnos como ciudadanos participativos en
la cosa pública.
Esta es la verdadera revolución a la
que estamos llamados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario