fotografía tomada de Google.com |
Hace tiempo circularon fotografías de dos empleados de cierta empresa
nacional que sin rubor ni recato decidieron orinar con vulgar alegría sobre la
cinta de producción en la elaboración de chiles jalapeños en lata. El asunto causó revuelo; la tal empresa
emitió un boletín informativo y la Coordinación de Regulación Sanitaria
(COPRISEM) hizo lo propio.
Como profesora de Derecho Administrativo, llevé el caso al aula y pregunté
a los estudiantes si leyeron la nota. La
gran mayoría respondió afirmativamente indicando que la tal noticia había
circulado en redes sociales. Como son estudiantes de Derecho, la siguiente y
natural pregunta fue si habían dado seguimiento jurídico al asunto en el sentido
de analizar las sanciones administrativas de salubridad que haya aplicado el Estado. Solo dos respondieron a medias. No me sorprendió, pero como siempre sucede
en estos casos, me dejó con muchas inquietudes. El caso ilustra con meridiana claridad que
el uso de las redes sociales no necesariamente se traduce en un aprovechamiento
adecuado y formativo y que como profesores tenemos tareas pendientes.
En conversaciones con colegas universitarios es recurrente la inquietud y
los comentarios al respecto. El asunto
es ¿Qué están haciendo las universidades como instituciones y ¿qué estamos haciendo los profesores desde el
aula?. Lejos de señalamientos de dudosa
eficacia requerimos redimensionar responsabilidades y quehaceres de la práctica
docente, del rol del estudiante y del modelo educativo empezando acaso por
definir si debe o no existir un modelo, para qué y si los resultados son o no
acordes a lo esperado. Habría que analizar si
aquel se sustenta en una filosofía o si
lo que se requiere es establecer un modelo de enseñanza con enfoque hacia las
competencias, por ejemplo.
Tamaño tema requeriría un amplio estudio que alcanzara –acaso- a reflejar de bien a bien si lo que acontece en el aula responde a los
cambios vertiginosos a los que se enfrentan las universidades del siglo XXI. El aula es con mucho, el espacio donde hace
eco un conjunto de actividades que se tejen desde lo interno: una adecuada
administración, una planta académica de calidad, de relaciones laborales
armoniosas, de mística estudiantil cuyo ejemplo más cercano es el profesor que
día a día se presenta a compartir y generar conocimiento, entre otros.
Los vertiginosos cambios mundiales obligan a las instituciones educativas
no solamente a hacer frente a estos fenómenos en lo intrínseco sino más
comprometidamente a ir un paso adelante
dado que si la universidad es generadora de conocimiento, lo lógico es que
dentro de ella se apliquen nuevas e innovadoras estrategias en cuanto a su
forma de gobierno y sus relaciones con los componentes humanos: alumnos,
profesores, trabajadores, administrativos.
A la par con lo anterior el concepto autonomía requiere una refrescante visión que permita respetar y valorar en su justa dimensión la regionalización como estructura
fundamental en la que se propicie la creatividad para la mejora del desempeño
de las tareas de cada cual en la que si bien la premisa institucional es la
educación con fines profesionales, que no se pierda de vista ni de los programas
educativos que la enseñanza integral no se alcanza por decreto ni por orden ni
por unos cuantos. Es una encomienda que nos obliga y arropa a todos desde el justo espacio laboral
que tenemos asignado en el que no se pueden desconocer las particularidades de las demandas educativas regionales en un ámbito globalizado.
Es en las filas de las universidades donde se forman los
funcionarios de Estado y los ciudadanos que desde diversos espacios son y serán
co partícipes de la cosa pública. Visto
así, la universidad es creadora de sociedad, es artífice de pensamientos, es constructora
de presente y de futuro bajo un esquema de participación y colaboración conjunta y no donde las partes caminen rumbos distintos en forma desordenada para después quejarnos de no llegar a ninguna parte.
Una universidad respetable y respetada es capaz de renovarse y reinventarse
sin mayor problema en aras de cumplir los fines para la que fue creada. Esto
significa el deber estar en permanente
análisis colectivo bajo esquemas de participación constante de los
universitarios con enfoque hacia y desde la calidad real, la que existe en el ámbito laboral al que ingresarán los futuros
profesionistas que dicho sea de paso sería ideal que realizaran una evaluación global
del programa educativo en el que participaron antes de dejar el pupitre y no después de hacerlo. Ningún componente es menor
que otro e imperdonable sería a la luz de la Sociedad Global del Conocimiento. A la luz del auténtico interés de hacer de la educación un auténtico camino al desarrollo.
Es verdad que en las entrañas de
toda universidad que se precie de serlo converge una diversidad de haceres y
quereres, de pensamientos, ideas y acciones.
En lo externo se generan igual número de opiniones y críticas sobre el
rol de la universidad y los universitarios. Todas las posturas ideológicas o de ejecución de acciones son respetables y no deben constituir problema ni descalificación alguna ya que
al tratarse de un centro educativo superior por excelencia, es casi natural la discusión del
papel que debe asumir, de las acciones a realizar, de los procesos y procedimientos a seguir, etcétera, siempre y cuando existan y se generen espacios de diálogo, de una conducción con rumbo con auténticos liderazgos, con una clara
definición en los rubros sustantivos y adjetivos, con una administración que se desprenda y deshaga sistemáticamente del revanchismo, la
venganza, las políticas de odio o de grupo
que denigran a sus autores pero que victimiza y avergüenza al colectivo universitario para golpear con fuerza a una sociedad que exige conocimiento de primer nivel acorde con la dinámica de la mundialización y globalización.
El único poder universitario que debe ser exigido a carta cabal es el de hacer de la excelencia la práctica cotidiana desde el lugar que nos corresponda.
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