Cosas de Reyna

El día de la marmota y el COVID-19

imagen tomada de Google.com
Recuerdo los primeros días en que, asombrados, leíamos y escuchábamos las noticias sobre un virus que provenía de China. ¡Se veía tan lejano! ¿La información argumentaba que había aparecido por primera vez en una ciudad de aquel país, Wuhan… Wu… qué? Nos preguntábamos. De inmediato procedí a leer como quien lee una noticia más de una enfermedad más, de un país lejano, pensando que la distancia respecto a aquel país oriental era tan grande que aquí no pasaría nada, aunque sin dejar de lamentar los estragos que estaba causando en corto tiempo. Pensé, como simple mortal que soy, que no tardarían en controlar al dichoso virus. No creo haber sido la única que pensó igual.

Como suele pasar en nuestro folclórico país, no tardaron en aparecer los memes haciendo alusión al coronavirus. Jocosos, ingeniosos, creativos, provocaban nuestra risa y desparpajo tan mexicano. Y no es que seamos indolentes o faltos de sensibilidad. Nuestra cultura es una cultura que se burla hasta de la muerte. ¿Porqué no de un virus? Rápidamente nos dimos cuenta de que esto era distinto. Que la expansión exponencial ponía en jaque a la ciencia médica, a los sistemas de salud de todos los países, a la economía global, a nuestros empleos y a las empresas. Nos empezamos a llenar de miedos, de temores, fundados o no, pero aterrados. ¿Qué es lo que estaba pasando? Nos mirábamos con rostros interrogantes.

De repente nos indicaron que teníamos que confinarnos en nuestros hogares. ¡¿Cómo que confinarnos?! Sí, y no se sabía de bien a bien por cuanto tiempo. La consigna era (es) Quédate en tu casa. Pues bien, -me dije- tomo mis cosas de la oficina y a encerrarme obedientemente haciendo home work desde ahí. No sabía lo que me esperaba. Supongo que una gran mayoría estábamos igual.

Traté de seguir con ciertas rutinas como levantarme temprano, hacer ejercicio, dedicar horas de trabajo fijas a mis actividades laborales, leer, escribir y ver alguna que otra serie o película. He perdido la cuenta de las horas que he pasado sentada frente a la laptop leyendo sobre el COVID-19, sobre las políticas sanitarias implementadas por diversos países, estadísticas de todo tipo, declaraciones de ida y vuelta sobre acusaciones y notas sobre si el virus fue creado o transmitido del murciélago al hombre, en fin. A las cinco en punto me siento frente al televisor a escuchar al subsecretario de Salud, Hugo López Gatell y vía telefónica o por zoom convivo con mi familia y amistades. Así fue como establecí mi rutina.

Pero todo esto después de más de 48 días de encierro tiene su costo. 

Viene a mi mente la película Groundhog Day (Atrapado en el tiempo, 1993) protagonizada por el genial Bill Murray. La trama, muy resumida, refiere que el noticiero para el cual trabaja como meteorólogo Phil Connors (Bill Murray), hombre arrogante, engreído e insufrible, es enviado a un pueblo de Pensilvania para que cubra un curioso evento en el que los lugareños confían la predicción del tiempo a una marmota llamada Phil, lo cual sucede cada 2 de febrero. Esto parte de la realidad, ya que granjeros de Estados Unidos y Canadá predicen el fin del invierno cuando una marmota sale de su madriguera.

Así, una vez cubierto el evento, se ve obligado a permanecer en el lugar, pues una tormenta de nieve lo obliga a pasar la noche en un hotel. Al día siguiente que despierta, se percata que todo lo que le está sucediendo (levantarse, ducharse, vestirse, desayunar, saludar, todo) es exactamente igual al día anterior. De esta forma descubre que está atrapado en el tiempo. Día tras día es igual. Solo algo va cambiando: su estado anímico. Pasa de la angustia a la desesperación, al miedo, a la pérdida de la realidad, a la depresión, obscuridad y finalmente al reencuentro consigo mismo y con su entorno. Es entonces que se rompe el hechizo del tiempo.

Uno navega por las redes sociales y se percata de las un y mil reflexiones que se intelectualizan: Que si es tiempo de cambiar conductas y actitudes, que si es momento de revisar nuestras vidas y qué haremos en lo que resta, que si este alto fue propiciado por la naturaleza para que ella asumiera su preponderante lugar en el planeta, que si debemos, queremos, podemos, en fin. Habrá que ver si esa intelectualización pasa a los hechos, a las acciones.

La condición humana es gregaria. Estos espacios de obligado confinamiento, a querer y no ha impactado nuestros ánimos. Hay días -los más- en que me levanto y no paro de trabajar, tratando de mantener tiempo y mente ocupada. Hay otros en los que ni yo misma me soporto. He llorado, he reído y he meditado. Me molesto conmigo misma y después celebro algo nuevo que descubro en mí. He ocupado mi tiempo con mis dos gatos, Pablo y Matilda, aunque a veces ellos prefieren guardar la sana distancia de mí. Y los comprendo. Les estoy invadiendo un espacio que casi les era exclusivo. Pero busco que mi risa no se apague y quiero seguir escuchándome, levantarme cada mañana sabiendo que hay un objetivo por el cual trabajar, en el cual aplicarme y dar lo mejor de mí. 

Pero las preguntas obligadas de este encierro no dejan de dar vueltas: ¿Acaso he sido una  una mala persona? ¿Cuál ha sido mi desempeño personal, familiar y profesional? ¿Estoy desubicada de la realidad? Estas y muchas más preguntas he tenido que responderme. No soy perfecta. Tampoco es que dé vueltas y vueltas al pensamiento machacando ideas.   No es saludable hacerlo y menos en este confinamiento. La mente es tan poderosa que aplicada en forma insana puede jugarte malas pasadas.

Soy una humana que trata de focalizar sus debilidades y fortalezas porque deseo para mi y para quienes me rodean un mundo mejor, en el que privilegiemos las relaciones sanas, el apoyo mutuo, el celebrar los éxitos ajenos, el compartir alegrías y tristezas tal vez buscando nuevas formas de hacerlo. Más auténticas y menos egoístas. Menos centradas en el yo y más en el nosotros.

No todo pasado fue peor. No todo lo que tuvimos y vivimos antes del COVID-19 fue necesariamente malo. Pensar así implicaría echar por la borda años de vida. Acaso es como la película Atrapado en el Tiempo, acaso lo que necesitamos es reflexionar sobre lo que estamos haciendo con nuestras vidas y lo que haremos de ella a partir de ahora. Eso, o elegir vivir el Día de la Marmota hasta el final de nuestros días. 

El virus del COVID-19 nos está dejando una gran lección. Quedarnos en las frases bonitas, en los memes positivos, en el mensaje de palabras para quedar bien pero no para sentir y actuar en consecuencia, esa sería la verdadera pandemia personal. 

2 comentarios:

  1. Una gran reflexión que definitivamente me deja pensando, gracias por compartir

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  2. Muchas gracias por tu comentario Janeth. Saludos cordiales

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