Cosas de Reyna

30 millones de razones para ser

 

¿Bio… qué?, pregunté a una amiga cuando en amena charla en viaje por carretera conversábamos sobre temas de la vida. Ya saben, kilómetros por recorrer armadas con café, música y clima nublado. El recorrido fue corto para todo lo que platicamos.  Coincidentemente, desde hace tiempo vengo pensando en la cantidad de cosas que tenemos que desaprender para aprender. Siento que cada día dimensiono distinto este aspecto y cada vez recuerdo con mayor claridad ciertas etapas de la niñez, una época formativa  en valores, creencias, costumbres y usos que  hoy siento que algunos se desmoronan. Tal vez sea porque ya cumplieron el objetivo y es tiempo de construir y adoptar nuevas formas de aprendizaje como ser humano, como persona. Al final de cuentas la vida es un ciclo, ¿porqué no todo lo que la incluye?

Las experiencias de vida han sido múltiples, como nos sucede a todos. El sistema educativo del pasado marcaba que obtener un 5 de calificación te remitía a la fila de los más retrasaditos; la iglesia etiquetaba por vestimentas para acceder a sus recintos, las normas familiares debían cumplirse sí o sí; ser inquieto, perspicaz o cuestionar reglas, costumbres y normas escolares, familiares o sociales era obtener pasaporte directo al estigma de la rebeldía y por ende, a la de ser conceptuado como mala influencia. Cumplí con riguroso desacato todo lo anterior. A la fecha, estoy segura que he de haber sido la comidilla familiar en múltiples e incontables ocasiones. Tal vez lo sigo siendo. Prefiero no averiguar. ¡Ja!
 
La pregunta es ¿Qué estamos haciendo con esas experiencias? ¿Cómo afecta a nuestra salud física y mental los comportamientos, actitudes y vivencias que hemos tenido en la vida? ¿Las echamos al morral del olvido o cambiamos de comportamientos y/o de mentalidad? O peor aún, será que se traducen en enfermedades físicas a veces inexplicables incluso para la ciencia pero que no cesamos en afirmar que no nos sentimos bien? Y surgen los rostros de incredulidad, duda y desconfianza de quienes nos rodean, ante la desesperación que nos agobia.

 

 Lo que somos hoy ¿es el resultado de la madurez o es el disfraz de problemas emocionales de antes y de ahora? ¿Acaso las enfermedades que padecemos, ese malestar corporal inexplicable, son consecuencia física de un origen metafísico más que de una cuestión de salud corporal orgánica? Algunos etiquetan la metodología de indagación de la biodescodificación  como una medicina alternativa que intenta encontrar ese origen metafísico-emocional, ir al fondo para una sanación integral por medio de terapias conducidas por un experto. Se trata de relacionar un malestar o síntoma físico con una emoción o sentimiento que nos provoca trauma, ansiedad, angustia, tristeza o miedo. Interesante ¿no? La teoría surge con el médico alemán Ryke Geerd Hamer.

 

Por ejemplo, según la descodificación, los dientes guardan memorias emocionales y de ahí que una persona suele manifestar dolor sin aparente causa. Los códigos de comunicación corporal se manifiestan de diferentes formas. La frase aquella que el cuerpo siente lo que la persona padece a nivel emocional encuentra sentido. Las adicciones representan sentimientos de vacío existencial, desconexión con el entorno, el cansancio crónico se relaciona con dejarse controlar por miedos, inseguridades e inquietudes; la depresión y ansiedad con profundos sentimientos de desesperanza, culpabilidad y baja autoestima. El estreñimiento responde a la tacañería y mezquindad, la hemorroides con enojos por el pasado y temor a soltar hechos pasados. El insomnio se relaciona con miedo, culpa, negatividad y desconfianza en la vida. El vértigo actúa como un código negador: no se desea ver lo que existe a su alrededor porque no les agrada y se presentan pensamientos dispersos.

 

No afirmo que sea tan sencillo como lo anterior, donde solamente se ejemplifica. No es que exista una lista y ya.  No soy experta en la materia sino en todo caso una curiosa persona que a raíz de la conversación con mi amiga, dediqué tiempo a leer sobre el particular. 

 

Durante muchos años hemos dependido de la medicina científica y avances tecnológicos con los que enmudecemos y que buscan afanosamente la cura de enfermedades. 

¿Porqué no dar un vistazo hacia otros horizontes en el ámbito de la medicina alternativa a partir de lo que es cada persona en lo individual y de esa forma encontrar un punto de partida para mejorar física y emocionalmente?

 

La biodescodificación  no viene en pastillas o cápsulas. Tampoco es que sean polvos mágicos. Es el aprendizaje y desaprendizaje a través de la práctica conducida por un terapeuta. He dicho terapeuta. No charlatán. Tampoco es contraria a la medicina oficial, sino en todo caso un complemento. 

 

Cada día surgen fórmulas maravillosas que aseguran un crecimiento personal a niveles insospechados. Se venden paquetes de terapias que garantizan un cambio con el cual renacerás; te encierran dos, tres o tantos días en un lugar asfixiante de inciensos y mezclas de aromas, te inyectan cocteles de sustancias desconocidas bajo la promesa del esperado y ansiado cambio. En fin, el negocio de las emociones y desarrollo personal está a la orden del día y produce millones de dólares.

 

De ninguna manera esta columna sugeriría abandonar la medicina científica y recurrir a la biodescodificación. En todo caso resultará interesante complementarlas, porque queda claro que cada célula  de nuestro cuerpo contiene información de lo que hemos vivido, sentido y conocido. 


¿Por qué no entonces creer que si se activan o descodifican ciertos códigos de las células es posible recuperar la armonía de forma tal que beneficie a cuerpo, mente y emociones?

 

30 millones de células que cada uno de nosotros tiene, no pueden estar equivocadas en los mensajes que gritan.

 

 

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