Cosas de Reyna


La voz de la Ciudad del Cobre.

Tal y como había planeado, el sábado subí a mi carro y enfilé a Hermosillo. A pesar de que quise salir temprano, esperé a que un pertinaz aguacero dejara de serlo. Como no amainaba, decidí aprovechar entonces la oportunidad que me brindó la naturaleza de tomar la carretera con un cielo muy nublado y día lluvioso cosa que particularmente disfruto muchísimo. Ni que decir que viajar sola implica dos cosas: pensar sin que nada interrumpa y cantar voz en cuello sin temor a que me digan desafinada o arrítmica como me calificó Eli una vez que tuve la fatal idea de preguntarle cómo le parecía que cantaba. Desde luego, como buena hija de abogada trató de buscar las palabras precisas para decirlo aunque asumí prontamente el calificativo justificando que el sentimiento con que se canta es el amparo ideal para eso de ser arrítmica.

Por alguna razón mis pensamientos tomaron derroteros tales que me hicieron recordar cuando salí de Cananea, al terminar la preparatoria. Cananea, cuna de la revolución y ahora cuna del desempleo. Cananea, la otrora ciudad del cobre y ahora ciudad de los lamentos. Cananea, la siempre Cananea de mis mejores recuerdos y añoranzas.

Los Canapas sabemos lo que significa nuestra tierra más allá del sindicato o de la empresa. Crecimos subiendo y bajando colinas, yendo a la plaza los miércoles de serenata, visitando la mina en nuestras excursiones escolares, correteando (hacer la pinta) algunas ocasiones las clases para irnos a Las Gallinitas o al Ojo de Agua, dos lugares a donde se estilaba ir de día de campo. Nada se comparaba a la emoción de cruzar el cerco de la Casa de William Greene y husmear por todas partes o simplemente ir al gimnasio a ver jugar basquetbol a los amigos. Visitar el museo de la cárcel de Cananea implicaba una experiencia inigualable: nos adentrábamos en el pasado y rendíamos culto a los héroes de aquella época. Les teníamos respeto.

Caminar a paso lentísimo desde la Mártires de 1906 hasta el puente era un disfrute absoluto que nos ocupaba horas.

Una muy fría mañana mientras nos fugábamos de clases, tres compañeros y yo nos fuimos en un destartalado Volkswagen a dar la vuelta por el pueblo pues había nevado toda la noche. No faltó a quien se le ocurriera entrar a una exclusiva colonia burlando la seguridad que había a la entrada. Ni mal habíamos ingresado cuando la conductora reparó en un enorme bulto de nieve que según ella iba a pasar exactamente por la mitad. Diciendo y haciendo tomó distancia y metió velocidad, solo para ir a chocar más allá, dar una voltereta y quedar dentro del vocho con el techo por piso. Rebotamos en otro bulto de nieve. A como Dios nos dio a entender salimos del vehículo, con todas nuestras fuerzas volteamos el carro y pusimos distancia del lugar. La noticia se difundió en la XEFQ, La voz de la ciudad del cobre, diciendo que un Volkswagen viejo, color azul, había entrado sin autorización a dicha colonia habiendo causado algunos estragos en cercas y jardines.
Nosotros, en clase, como viles delincuentes seguimos con las rutinas de estudiantes aplicados y durante algunos días no nos reunimos. Solo disimuladas señas visuales y alguna que otra frase intercambiamos. En casa me preguntaban el porqué andaba tan callada y meditabunda. No podía decir que me dolía todo el cuerpo por el catorrazo. Los otros tres, igual. Estoy segura que tanto ellos como yo seguimos disfrutando esa aventura y otras tantas que compartimos en aquella época. A los pocos dias nos reíamos en grande.

En las noches de invierno largas y obscuras, o bien en aquellas que nevaba, iluminadas por ese resplandor blanco azuloso que le es característico, tomaba mis libros y leía a un lado de los calentones. A veces gustaba escribir. En otras ocasiones veíamos en televisión las series norteamericanas del momento, asomándonos por la ventana para contemplar los copos cayendo e ir contando y midiendo los montones que se iban formando a la entrada de la casa o atrás, en la huerta.

En ese entorno era que todos trabajábamos, cada quien en su labor: los maestros, los estudiantes, los mineros, comerciantes y autoridades. La convivencia entre familias y vecinos era habitual. Los cananenses que salían del pueblo y después regresaban eran recibidos con sumo beneplácito, máxime si portaban lo que se consideraba la mayor presea: un título universitario. Estudiar y trabajar era la consigna.

Las reuniones del sindicato en la casa del minero eran las noticias más fuertes. Reuniones de muchas horas donde quien pedía la palabra era escuchado porque además había congruencia en el rumbo y en los haceres gremiales. Había confianza. Las familias mineras no tenían carencias como ahora. Gozaban de comodidades que otros no tenían: No pagaban el agua ya que lo absorbía la minera al igual que les cubría la luz y el gas natural. El tema de pago por cascadura, pago de utilidades o bonos de producción, asistencia o vales de despensa era muy significativo para ellos porque implicaba recibir ingresos adicionales importantes. Los sueldos estaban muy por encima de otros trabajos similares en el país.

¿Cuándo acabó todo eso? ¿Qué le pasó al Cananea pujante, orgulloso, trabajador y digno? ¿Cuándo empezó la debacle? ¿Cuándo las personas de este pueblo minero fueron bajando sus estándares de vida? ¿Dónde quedó la voz de la ciudad del cobre, no como slogan de la radiodifusora de aquel tiempo, sino la real voz de la ciudad del cobre? Siento un nudo en la garganta. Prefiero escuchar música mientras hilvano remembranzas y ordeno ideas.

Llego a Santa Ana. Sintonizo una radiodifusora local. Jenny Rivera cantando. Hace poco escuchaba una noticia sobre ella. ¿Dejó o la dejó el pelotero con el que andaba? Ay no sé. No he visto el programa de Gustavo Adolfo Infante. Esta Jenny que bien ha capitalizado su imagen, deduzco mientras tomo la carretera a Hermosillo. Sigue lloviendo y más fuerte aún. Olaf se manifiesta.
Terminé el viaje disfrutando del paisaje. Me resistí a seguir pensando y preferí cantar con música del ipod a Ricardo Montaner, Charlie Zaa, Lila Downs, Edith Piaf y mi adorado Marco Antonio Solís. Está claro que fue un collage musical. Total, me dije, tengo el viaje de regreso para seguir en aquellos pensamientos. Y ahí quedó todo… por lo pronto.

El domingo seguía lloviendo. A eso de las cinco de la tarde enfilé rumbo a Caborca. Poco a poco volví al tema Cananea. Evoco las casas antiguas, los pinos tan altos, la iglesia con piso de madera y sus vitrales. El tantísimas veces cruzado puente del arco famoso. Los callejones y sus panaderías. Caminar “para abajo” a Cananea Vieja o ir “para arriba”a la Mesa Sur, esa colonia tan antigua como subyugante con una majestuosa vista hacia las minas. Caminé mentalmente los empedrados de algunas cuestas. Aspiré el aroma de las tardes y me llené de recuerdos que atesoro. Escuché el silbido de las doce del día que puntualmente se emitía desde la mina y que era materialmente el reloj de todos los habitantes. Vi la fila de mineros, los papás de mis amistades, con casco y lonchera en mano. El ritual de los puebles a las siete de la mañana, tres y once de la noche.

Cananea se ha ido desmoronando como los recuerdos que no se aquilatan. Pueblo minero que ha sido reducto de nefastos políticos y líderes charros. Bandera de muchos y motín de fuereños o inexpertos que han aprovechado la necesidad de los cananenses de cepa. De sepa Usted donde están los que deben estar –me contesto con sorna-. Hijos de Cananea han ocupado y ocupan importantes palestras en el mundo de la política. Las preguntas son: ¿Qué han hecho por el pueblo? ¿Qué propuestas han presentado? ¿Qué participación efectiva han tenido más allá del discurso o la denostación? ¿Acaso un discurso de oropel pronunciado en alguna tribuna es la solución esperada? ¿Qué resultados efectivos pero efectivos de verdad ha habido con tantas idas a la ciudad de México o de gestiones que dicen hacer?

No me atrevería a profundizar en el tema sindical porque desconozco mucho de él. A lo sumo podré modestamente opinar. Y opino sobre lo que veo y vivo. A como veo doy: Ir a mi pueblo es encontrar un ronquillo fantasmal: Los pocos comercios apenas logran sobrevivir. La gente emigra a otras ciudades. Las plazas y jardines con nuevas figuras sociales: los indigentes. Casas de empeño atiborradas de cosas que no habrán de ser rescatadas. Personas que circulan por las calles y los cafés con el mismo tema de penurias y necesidades en sus familias.
Lejos de abordar el tema sindicato /empresa, diría que faltan líderes comprometidos con su gente y con el pueblo. Tanto como también falta actitud en muchas personas. Actitud de sacar avante a Cananea sin que la empresa minera-en este caso- sea la panacea de todas las carestías que existen en aquel lugar. Simular problemas no ayuda a la causa como tampoco ayuda fingir que se desea solucionar el conflicto.

Se requiere con mucho, formular un proyecto de desarrollo integral donde no sea solo la minera el soporte económico sino aspectos como la agricultura, la ganadería y el turismo, entre otros. En suma, si Cananea quiere sobrevivir y volver a marcar rumbo como ya en una ocasión histórica lo hizo, debe creer más en ella misma y menos en sus políticos con promesas y discursos de relumbrón.

Cananea ha esperado demasiado tiempo. Actuar es el siguiente paso.

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