Como en tantas
familias mexicanas, uno de los temas principales en estos días es el ingreso
del hijo, la sobrina, amigo o el hermano a alguna institución de educación superior y
la carrera escogida. Opiniones van y vienen.
Cada vez que escucho tales conversaciones me pregunto sobre qué esperan
los jóvenes al ingresar a esos espacios y qué les brinda el profesorado y trabajadores para que
aquellos encuentren el mejor espacio educativo que han escogido. Finalmente es una decisión para la vida.
El sistema universitario en
el mundo está cambiando vertiginosamente.
Se están modificando estructuras y métodos de enseñanza. Se privilegian las habilidades, la movilidad,
la educación en línea, el modelo por competencias -entre los más destacados- que implica una preparación
profesional distinta a la de hace pocos años.
Lugares como Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Australia, Canadá
y Francia[1]
son altamente reconocidos como países con mejores sistemas universitarios.
Cuestiones como
la fortaleza de los sistemas educativos y
el acceso menos complejo a las universidades son criterios que el
estudiante valora y pondera para su mejor aprendizaje universitario. El prestigio académico es también factor de
decisión, el medio ambiente, las
oportunidades de becas y el bajo costo de colegiaturas. El estudiante de recién ingreso encuentra -ordinariamente- una serie de programas de apoyo, tutorías y servicios encaminados a
garantizar el éxito educativo. El asunto
aquí es determinar qué es realmente éxito educativo. ¿La obtención de un título
profesional o el aprendizaje de calidad? ¿El desempeño en aula o la competencia laboral al egresar?
Por otro lado,
las universidades no pueden limitar su actividad a ser meras gestoras
burocráticas administradoras de expedientes escolares y títulos. De ahí la co
existencia de dos grandes equipos: el académico y el administrativo, para que
cada cual en su propio espacio realice lo que le corresponda normativamente.
Esto no implica una separación tajante o separatista de trabajo. Significa que ambos toman como núcleo la calidad de la enseñanza, la
complementariedad y la pertinencia en un ambiente laboral que incida
positivamente en la mejora del aprendizaje considerado éste como un atributo
que permanece y evoluciona más allá de los directivos y más allá de las personas.
Con lo anterior
quiero decir que los profesores universitarios están llamados a ejercer un
liderazgo académico eficiente y eficaz dentro de una organización educativa que
verdaderamente promueva y ejecute el cambio. Profesional y ético. Responsable y cierto.
En las
universidades existe un enorme potencial que precisa fomentarse, que comprende a profesores, trabajadores y
administrativos, de tal manera que es posible conjugar y desarrollar habilidades grupales y personales que permitan ejecutar proyectos en los que se consideren las capacidades creativas de sus
integrantes para alcanzar metas específicas por área. La motivación hacia el trabajo no es un mito.
No, no es cosa
fácil. En la universalidad de pensamiento que coincide en instituciones de educación superior existen
diferencias en diversos aspectos, todas ellas válidas. Son los liderazgos
innovadores, creativos, auténticos, comprometidos con la comunidad universitaria
y con la sociedad, aunado a una cultura educativa transformacional y dinámica
los que contribuirán a que la educación superior en México sea de calidad. Lo dicho. No es fácil ni tarea de unos cuantos.
Hace cosa de unos
días conversaba con un egresado universitario sobre el nuevo Sistema de Justicia
Penal Oral en México. Sin dudarlo –aseveró-
acudió de nuevo a su alma máter. Lo dijo de manera clara y sencilla: Regresé
a mi casa, donde me formé y soy lo que soy gracias a ella.
Esa es por mucho,
una de las razones por las que nos sentimos altamente comprometidos quienes prestamos servicios
docentes en instituciones de educación superior: Que la Sociedad confíe en
nosotros y que seamos parte activa de los proceso de cambio para un mejor
rumbo.
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