Cosas de Reyna

México no es película

                             
Fotografía tomada de google.com
Mis padres siempre nos hablaron del trabajo y esfuerzo que debíamos aplicar para alcanzar nuestras metas. Según los estándares educativos de la época nada se obtenía gratis. Ir al cine, poseer una prenda nueva o salir de la ciudad para vacacionar (tradúzcase visitar a los parientes de cercana población) implicaba un verdadero logro. Después fue cosa común el hacer para alcanzar. El hacer para merecer. Como muchos mexicanos, fuimos forjados bajo esa cultura que a nuestra vez hemos transmitido a los hijos como forma de vida. Así que cuando escucho a personas argumentar que respecto a la situación del país primero hay que empezar por uno mismo, tengo la impresión que se distorsiona su contenido histórico y por ende he decidido guardar reserva respecto a esa frasecita que más bien parece ser utilizada hoy en día para frenar el pensamiento y desarrollo social y acaso para curarse en salud. Claro que eso de la situación del país es un concepto tan amplio y con tantos matices que habría que definir a que nos referimos. Empecemos entonces con lo político.

¿Cuántos sexenios ha vivido el lector de este blog? ¿Cuatro?, ¿Seis, ocho o más? ¿Ha cambiado la situación política del país? Un gobernante con medianas luces elaborará como respuesta una serie de cuestiones en materia de salud, educación, seguridad pública, falta de empleo, combate a la pobreza… ¿Pero, no son acaso los mismos temas que están en debate y cuestionamiento sobre su efectividad? ¿A dónde carambas han ido tantos programas de gobierno en los tantos sexenios y trienios que hemos vivido/padecido? ¿Al caño?

Un país en desarrollo es capaz de poner en la línea del tiempo los diversos programas que el gobierno haya emprendido e ir constatando su avance con independencia del partido político que se encuentre en el poder porque lo trascendente no es quien está en la cosa pública sino qué hace y como aplica y ejecuta sus mejores competencias para ser más efectivo y asertivo en sus tareas.

La alternancia en el poder debería servir para mejorar lo bien hecho por el antecesor, aplicar nuevas estrategias e ideas frescas. Se le llama continuidad y congruencia en pro de una vida comunitaria (municipal-estatal y federal) que nos permita desarrollarnos integral y armónicamente. A largo plazo, como forma de vida. Pero no. Parece que el empeño es destruir todo lo que hizo el anterior. No se analiza objetivamente. Si los programas fueron exitosos no cuenta. No se asume la institucionalidad como tal sino como coto de poder personal donde la figura y nombre del gobernante en turno es la que se plasma por doquier, hasta la saciedad, hasta el hastío o repulsión social, paradójicamente en un efecto contrario al pretendido.

Entonces la situación del país camina lastimosamente fraccionada por tres o seis años. Por partido político. Por intereses grupales o por camarillas ávidas de poder cuyo rostro se refleja lastimosamente en la sonrisa falsa, besos repartidos a granel que compiten en mismo número de frases huecas, el programa personalísimo, la pérdida de memoria de lo prometido en campaña, el desconocimiento de la palabra sincera, el puente insuperable de la soberbia que distancia lo más posible de los ciudadanos y habitantes. Acercarse es escuchar la crítica, el reclamo. La cercanía se edifica solo en torno al famoso primer círculo. Pocos, escasos gobernantes con inteligencia preclara.

¿Qué país puede realmente avanzar cuando las condiciones políticas están construidas de tal manera? Así, para un diputado, presidente o senador es fácil hablar de esfuerzo y de cultura de trabajo cuando recibe escandalosos emolumentos, gastos de representación y partidas presupuestales para gestión (tradúzcase en la práctica para hacer campañas de proselitismo). Por lo contrario, constantemente converso con jóvenes egresados universitarios que comparten sus experiencias sobre la falta de empleo y/o dificultad para establecerse en lo laboral. Muchos hablan de una crisis existencial y depresión profunda al concluir sus estudios. Falta mucho por hacer en forma conjunta.

La situación del país en lo educativo no se queda atrás. Que hoy esté en la mesa nacional el tema de la Reforma Educativa no significa que antes haya sido miel sobre hojuelas. México presenta en los estándares mundiales un importante atraso en todos los niveles, aunado a un desproporcionado engrosamiento administrativo en la materia que escasamente ha contribuido a la calidad de la enseñanza. La educación superior medianamente se salva tal vez por la autonomía que priva en estas instituciones, pero indiscutiblemente tiene lo suyo. Un Sistema Educativo Nacional sano en todos sus rubros opera como garantía hacia un desarrollo sostenido. Saquemos cuentas.

En materia de seguridad pública la situación del país es distante de lo que merecemos los mexicanos. Seguimos inmersos en la incredulidad y desconfianza hacia el aparato de seguridad pública cualquiera que este sea. Justificadamente permanecemos en el temor y el miedo a circular por carreteras, nos resistimos a dejar nuestros hogares porque el robo es cosa de todos los días; el colectivo asume la figura del policía como sinónimo de bandido. Esto último con sus excepciones destacables que en honor a la verdad y contra el vendaval, hacen la diferencia.

Ajá. La situación del país. Tarea nada fácil analizar. Con sus múltiples aristas en este México policromático nos resistimos a dejar pasar y dejar caer o continuar en la indolencia permitiendo ascender/asumir gobernantes de cartón y de papel; personas improvisadas, con currículos hechos al vapor, con perfiles creados a la medida totalmente falsos. Gobernantes cuyas actuaciones saltan de un punto a otro con agendas incomprensibles en su efectividad en el quehacer público. Hoy son unos, ayer fueron los otros. ¿Ese es e futuro que nos espera? Poquísimas cosas han evolucionado y me resisto absolutamente a pensar que será lo mismo los próximos años o que queramos las mismas condiciones para las nuevas generaciones. Algo tiene que cambiar que va más allá de la alternancia partidista.

Ya se escuchan voces y se leen columnas sobre las elecciones del 2018. Como un calendario forzado que acude inexorable a la masacre trienal o sexenal. A la fabricación de líderes que milagrosamente salvarán al municipio, al estado o a la federación; como película vieja en cine de carpa roída por el tiempo. Uno sabe que entrar es ver y vivir lo mismo. Acaso habrá actos de rebelión o resistencia pero se sigue comprando el boleto con la esperanza siempre fallida de haber visto lo mismo a pesar del cambio de actores.

Sí, la situación del país no se traduce en la reducción simplista de empezar por uno mismo porque para la gran mayoría es una forma de vida que no concebimos de otra manera. Es que en esto hay alguien que no está cumpliendo su parte a cabalidad. O la simula. Y los cantares de la simulación son a concierto de voces.

La línea del tiempo no perdona y es justo ahí donde las cuentas tienen que salirnos o algo está francamente mal. Recuperemos y conservemos latente la memoria colectiva. En lo personal y en lo comunitario. Para todos y sobradamente con mayor razón respecto a quienes ostentan cargos públicos y de elección popular. O para los que aspiran a ocuparlos.  Los de antes y los de ahora para que los próximos ni nos sorprendan, ni se burlen ni obtengan inmerecidamente aquello por lo que genuinamente no trabajaron sobre la base de sus competencias y capacidades reales.














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