Cosas de Reyna

Diseño original



Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, nos enseñaron en casa que las tareas o quehaceres domésticos debían realizarse por igual, hombres y mujeres.  Recuerdo que era un verdadero pleito entre nosotros determinar las actividades de cada cual y por alguna razón acostumbraba salirme con la mía. Hacer lo que me gustaba no era trabajo.  El asunto era litigar con los otros seis la conveniencia de que yo realizara las que escogía y no las que ellos pretendían asignarme. 

Mi madre,  profesora de escuela primaria, tuvo la sapiencia y la paciencia necesaria para criar sola y  sin distingos a siete hijos, habida cuenta que nuestro padre falleció cuando apenas frisaba los cuarenta años.   Las tías, hermanas de mi mamá, también profesoras, practicaban las mismas políticas en sus hogares asi que no teniamos escapatoria de tareas ni tratos diferenciados ni siquiera en vacaciones.  Total que la tropa de primos vivimos en carne propia la equidad de género, la igualdad de oportunidades  y la igualdad de obligaciones.  El entorno familiar propició circunstancias que hoy valoro y atesoro cada vez más.

A diferencia de nosotros, mi madre y sus hermanas vivieron una época distinta en la que los hermanos hombres tenían ciertas preferencias en casa.  En largas conversaciones de recuerdos  comentaban que en aquel entonces tenían que lavar y  planchar la ropa de los hermanos, zurcir, servirles comida, atenderlos según se les indicara.  Y no es que ellos no hicieran nada. Tenían determinadas cargas en el hogar  (para hombres, of course)  pero al final del día gozaban de privilegios que las mujeres no.  Creo que la educación que recibieron  fue el motivo principal para dar un giro a lo que ellas harían en sus propias familias.

Así que cuando ingresé al ambiente laboral ni por asomo pensé en términos de desigualdad, inequidad o falta de oportunidades por el hecho de ser mujer.  La formación en casa nos había preparado para que a través del esfuerzo, capacidad, disciplina y responsabilidad pudiéramos lograr todo aquello a lo que aspirábamos en la vida.  La cosa era no cejar, no claudicar.   Nadie hablaba en casa sobre cuestiones de género. Ese tiempo había quedado sepultado junto con la niñez y la juventud de los parientes que vivieron otros tiempos. Pero ni en todas las familias ni en todos los ambientes laborales es igual.  

Con motivo del Día Internacional de la Mujer, la directora ejecutiva  de ONU Mujeres, Phumzile MLambo-Ngcuka[1] pronunció un intenso discurso en el que entre otras cosas abordó la división desigual del trabajo en el hogar que muchas veces reduce el tiempo para el aprendizaje de mujeres y niñas e incluso disminuye sus posibilidades de trabajo remunerado y libre elección educativa más allá de las carreras tradicionales para mujeres como son las áreas de servicio y atención.  Pocas mujeres participan en la industria, ciencia y tecnología.  Algunas se atreven a incursionar en política, por ejemplo.  Hacerlo y hacerlo bien requiere altas dosis de energía mucha de la cual se irá en defenderse... de las propias mujeres.   

No somos justas con nuestras congéneres en muchos de los casos.   Hillary Clinton, Dilma Rousseff,  Michelle Bachelet, Cristina Fernández, Michelle Obama, Margaret Thatcher son claros ejemplos de mujeres brillantes, inteligentes, astutas, sagaces y seguras de sus personas que han tenido que soportar las más duras críticas por ser mujeres no por ser políticas en sí mismas.    La simpleza de la frase una mujer en la política se torna francamente peligrosa sobre todo porque nadie pronuncia un hombre en la política.  Sutilezas que llegan a envenenar mentes sembrando diferencias por género no por capacidad y competencia.  Creo que uno de los problemas a abordar y tratar al corto plazo es la misoginia que se manifiesta ya no en su crudeza original sino refinada a niveles absurdamente increíbles.   A mayor misoginia menor cerebro, es claro.  Pero mientras tanto daña a quien afecta. 

Estudios de la UNESCO indican que en 2016 menos de la mitad de los paises del mundo habían alcanzado la paridad de género en educación primaria y secundaria.  35% de mujeres en el mundo han sido víctimas de violencia física y/o sexual en tanto que el 75% de los 774 millones de analfabetas en el mundo son mujeres[2].  Entonces, la palabra hablada o escrita sobre la mujer y su empoderamiento quizá subyuga pero los números aterran de seguro.   ¿Que estamos haciendo las  mujeres por las mujeres?.   En el círculo más cercano, en el ámbito laboral, familiar, ¿Que hacemos?

Cada país, cada comunidad y cada familia tiene su propia historia de mujeres que han construido a las suyas. Mujeres que ya se han ido cuyo ejemplo atemporal ante la no presencia física sigue influyendo en las hijas y las hijas de las hijas.  Es pulir cada edición con el sello del diseño original de ser mujer. Eso debiera ser uno de los compromisos a asumir. 

No puedo decir que ha sido fácil.   La historia escrita está.  Tampoco lo será en el futuro inmediato, el presente lo delata.  México, si bien se encuentra inmerso en la vorágine del empoderamiento de la mujer,  lo cierto es que no existen programas permanentes que verdaderamente promuevan y midan  lo alcanzado.  Irónicamente existen una serie de programas de apoyo a la mujer y ya desde ahi tenemos el problema de ser definidas (?) como carentes de algo.  Y si de carencias hablamos, habría que analizar el fondo de la cuestión. 

Para liberarse, la mujer debe sentirse libre, no para rivalizar con los hombres, sino libre en sus capacidades y personalidad. Indira Gandhi






[1]http://www.unesco.org/new/es/womens-day
[2] http://www.unesco.org/new/es/womens-day

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