Cosas de Reyna

Carmen Alicia por siempre

Apenas desperté el sábado y los recuerdos se agolparon en mi mente. Tal vez porque el día anterior caí en cuenta que hace ya 6 años tengo este hueco en el alma: Carmen Alicia Espinosa (con dos “eses” como a ella le gustaba) fue una gran mujer y mejor amiga, infinita, imperecedera.

La conocí hace muchos años por motivos de trabajo. Era simplemente impactante su personalidad. Físicamente parecía más cubana que mexicana. Escritora, periodista, artista de teatro y empresaria. Su hablar provocaba controversias. Los políticos o la adoraban o la odiaban pero jamás pasaba desapercibida para ninguno.

Platicar sobre política significaba todo un aprendizaje aunque aseguraba que no entendía nada de la materia y a sus entenderes aquella era sucia por definición pero había que aprender a convivir con ese mundo. En amores era sencillamente terrible: Ejercía tremenda fascinación en los hombres. Afirmaba que no poseía una belleza significativa pero si una actitud que hacía la diferencia. Muchas veces presencié ese hechizo que sabía manejar tan bien. Llegábamos a algún lugar y todas las personas volteaban a verla y saludarla. Siempre había algún caballero insistente en acompañarla. El halago era la constante. Creo que su inteligencia constituía un reto para los hombres que me tocó conocer como sus galanes. Agudeza que a otros espantaba, por supuesto. Era sagaz, refinada, alegre, espontánea.

Nuestra amistad nació con el trabajo y se fortaleció en el trato continuo. A pesar de la diferencia de edades pudimos conciliar la brecha generacional de una manera que a mi parecer ambas supimos manejar sin darnos cuenta: Le contaba mis vivencias y se encantaba en aconsejar. Por mi parte, le escuchaba relatos y pasajes de su vida presente y pasada los que matizaba con comentarios chuscos, ocurrentes y pícaros.
Las personas inteligentes saben reírse de sí mismos y lo disfrutan. Los torpes y tontos, se ofenden. A través de los años voy valorando más sus consejos y me doy cuenta con el paso de la vida, que en muchos aspectos tenía razón.

Carmen Alicia me decía que ella no era ejemplo de nada y que no aspiraba a ser recordada como una beata, situación por cierto distante. Aquí viene a mi memoria su risa e incluso la oigo: Prefiero ser recordada con escándalo, decía. Así era ella y estoy segura que si leyera esta columna, me reclamaría algunos renglones no por la demasía en el comentario, sino por la falta de exceso, aunque suene paradójico.

En el ejercicio de su profesión le fue otorgado el premio nacional de periodismo por un excelente trabajo que realizó en la Ciudad de México, donde para abordar el tema motivo de dicho reconocimiento, le fue necesario caracterizarse de mujer de la calle y meterse en las entrañas del bajo mundo. Ese día por la mañana su padre habló con ella por teléfono y sin más ni más le dijo que esa noche se iba de prostituta. Fueron necesarias una serie de explicaciones familiares para aclarar la situación. ¡Se deleitaba tanto al platicar este pasaje!

Cada vez que tenía estreno de alguna obra de teatro era yo invitada a su presentación y regularmente la acompañaba. En el escenario se desplazaba con tal naturalidad que en cierta ocasión que me preguntó que como consideraba que actuaba, le respondí que no actuaba, sino que simplemente subía al escenario y desarrollaba un papel el cual siempre era el idóneo para ella. Con esto le indicaba que era una artista natural, criterio que muchas de sus amistades compartíamos.

Se adentraba tanto en el personaje que en la vida cotidiana asumía conductas propias de él. ¿O el personaje entraba al mundo de Carmen Alicia? Ya no lo sé. La línea divisoria entre uno y otro se pierden.

Mi amiga Carmen Alicia tenía un detalle curioso: Era posible que durante semanas no nos comunicaramos y de repente sonaba el teléfono a altas horas de la madrugada solo para hacerme depositaria de alguna confidencia o preguntar que había pasado con tal o cual situación que le había platicado con anterioridad. Era lapidaria en las observaciones. Certera en el mensaje. Pero siempre dispuesta a escuchar.

Como las verdaderas amistades, estaba ahí cuando sabía que había que hacerlo o bien callaba cuando estimaba que así era conveniente. Era de esas invaluables amigas que igual podíamos hablar sobre determinado tema horas y horas o bien callar y no abordar el asunto. Según fuera el caso.

Carmen Alicia se fue apagando poco a poco, como las grandes estrellas. Una enfermedad terminal dolorosa la apresó. En ese tiempo, nuestras conversaciones telefónicas eran tan continuas como le permitía la salud. A pesar de su estado crítico, siempre me motivaba a que le platicara mis asuntos. A veces reía quedito y en otras con un hilo de voz daba el consejo o la observación. Nunca perdió su estilo.

Recuerdo la última ocasión que hablamos por teléfono. Su hija me dijo que Carmen Alicia pedía hablar conmigo pero que deseaba que no supiera que estaba ya muy mal. Habló de su vida, sus aciertos y errores. Recordamos su etapa de artista, de periodista, escritora y de empresaria, pero sobre todo hablamos de nuestra amistad. Depositó en mí grandes enseñanzas de vida aun cuando estaba ya al borde de la muerte. Su voz era un susurro y se despidió con optimismo, como si al día siguiente fuéramos a conversar de nuevo.

Carmen Alicia Espinosa se fue antes de tiempo. A pesar de los años que han pasado sigue haciendo falta la amiga y la confidente. Los huecos que dejan amigas como ella no se llenan con otra amiga: Con las grandes amistades no hay niveles ni lugares distintos en el corazón.

Hay espacios que cada una va llenando. Al menos así lo entiendo.



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