Cosas de Reyna

Octubre



Tal vez sea porque esta semana inicia el mes de octubre, el mes que más me gusta del año y junto con él las lunas que tanto disfruto también.

El caso es que recordé una de las leyendas del Sol y la Luna. De cuando se encontraron por primera vez y a partir de ese momento vivieron un gran amor. Pero resulta que como el mundo aun no era creado, cuando así sucedió Dios decidió que el Sol iluminara el día y la Luna la noche. Grande fue la tristeza de ambos porque ello significaba vivir separados. La Luna se tornó sombría, triste y solitaria y a pesar de que el Sol obtuvo título de “Astro Rey” ciertamente su tristeza era mayúscula. Le faltaba la otra mitad.

Dios quiso explicarles sus razones. Pero el amor de la Luna y el Sol era tan grande e infinito que no comprendieron tal decisión. El argumento fue que la Luna iluminaría las noches frías y calientes, sería mudo testigo de los enamorados y mensajera de aquellos que permanecieran a la distancia, como un receptor de los sentimientos de ambos o como guía o como confidente. A ella recurrirían con alegría, con lágrimas o con soledades acumuladas. Sería mudo testigo de venturas y desventuras. El Sol a su vez, tendría la encomienda de iluminar la faz de la tierra durante el día, cuyos primeros rayos de sol infundieran alegría y esperanza, tanto como al ocaso, con la esperanza de su regreso. Por eso se dice que amaneciendo las cosas se ven más claras, en referencia a los problemas que las personas tenemos.

La Luna –por su parte- lloró amargamente. Su tristeza no tenía medida por el terrible destino que le deparaba teniendo como cárcel la melancolía. El Sol –que era todo un caballero- no pudo resistir tanto dolor en su amada y, con voz pausada, pidió a Dios un solo deseo: Ayudar a la Luna pues temía que no soportara la soledad. Así, en su infinita bondad, Dios creó a las estrellas para hacerle compañía.

Por eso las estrellas titilan: Buscan la sonrisa de la Luna.

Ahora Sol y Luna viven separados eternamente. El Sol arde de pasión por la Luna. La Luna se cubrió con el manto blanco de la tristeza y soledad.

El hombre ha intentado conquistar a la Luna pero ella no se deja. La pasión quedó sepultada en el dolor de la separación.

Solo de vez en cuando sonríe. Y es cuando ambos, Sol y Luna comparten su intimidad a través del eclipse, que es el momento creado por Dios para que se unan de nuevo. Por eso se nos recomienda no ver. Tanto amor nos puede cegar.

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