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Uno de los temas que ha ido adquiriendo relevancia en los municipios es el sistema de vialidad. Se ha tornado punto de conversación y discusión cotidiana de los habitantes en las que sus opiniones versan sobre la cantidad de altos, semáforos, nomenclatura de calles y avenidas, cantidad de vehículos en circulación, transporte urbano, espacio para tránsito de bicicletas, sentido de las vialidades entre otros tantos.
Hace veinte años
este rubro no era principal ni cuestión de agenda para los gobiernos. Si acaso hubo alguna
que otra administración municipal o estatal que dio énfasis al asunto pero
igual fue de temporal o de proyectos de corto alcance. Lo cierto es que diversos focos rojos se
están encendiendo y no precisamente los de los semáforos que en tantos
municipios son estructuras huecas, sin uso, como fantasmas de lo que fue o
reproche permanente de lo que no ha sido.
La vialidad de un
municipio es el libro abierto del orden que guarda un ayuntamiento porque la
calidad de vida de los habitantes se ve con mucho reflejado en aquella. La movilidad de los ciudadanos es cada vez
mas compleja. Se requiere trasladarse al
trabajo, dejar a los niños en la escuela, ir a bancos, hacer el super, acudir a reuniones y atender compromisos de
diversa índole que implican ir de un lugar a otro varias veces al día. Sin darnos cuenta, poco a poco ocupamos más
tiempo en trasladarnos. Requerimos mayor
paciencia para soportar baches y topes, éstos últimos bautizados oficialmente con
el rimbombante nombre de reductores de
velocidad. Cualquier ciudadano sabe
que tomar el volante significa también ser un tanto adivino dado que han
surgido altos imaginarios que, en un atentado a la lógica y sentido común, -ya no
a la ley- se expone a ser multado de no cumplir con tan debatible obligación.
Ni que decir de la desorientación que causa la falta de nomenclatura en calles y avenidas.
En la vía pública
confluyen varios actores: conductores, ciclistas, peatones, usuarios, pasajeros
y autoridad de tránsito. Ante esta diversidad los municipios deben ser celosos guardianes de
la función pública de tránsito, eficaces organizadores y cabales ejecutores de proyectos que garanticen la seguridad de todos. Así, no es la mayor existencia de patrullas o
la alta asignación de personal lo que hace un mejor servicio, sino la eficacia y
la eficiencia con la que desempeñen sus funciones. Hace poco me encontraba haciendo alto en zona
escolar y observé como el oficial señaló alto
a los conductores de vehículos que transitaban por la calle para permitir el
paso a niños que salían de la escuela.
Nada tendría de particular lo anterior si no fuera porque el propio
oficial evidentemente desconocía su labor y sin orden ni disciplina permitía
que los menores cruzaran sin ellos hacer el alto peatonal al que también están
obligados. El ingenuo gendarme se
deshacía en exigir alto incluso a
automovilistas que ya habían cruzado la bocacalle quienes intempestivamente
debieron parar su marcha para dar paso a los escolares que ni siquiera se
dignaron en voltear a sus lados y que tampoco dejaron de jugar al atravesar de lado a lado. Al final este tipo de actuaciones deja más
desorden y menos aprendizaje que fomente las buenas prácticas en la materia.
Existen sí,
autoridades municipales que pretenden mejorar este aspecto. Pero se requiere más que buenas intenciones o
voluntades. Se precisa un sistema vial que responda a las necesidades actuales y con proyección a futuro para un municipio que se precie de estar en la ruta del
desarrollo. Se precisa un sistema adecuado
elaborado por verdaderos profesionales y no otro hecho a partir de percepciones, vagas ideas o de usos
y costumbres. O de aquellos que
responden a caprichos de administraciones en turno o de partido político en el
poder. Un sistema como tal debe atender
aspectos relevantes como son el patrón urbano, orden territorial, salud y calidad
del aire, uso del tiempo, seguridad de los usuarios, costo ambiental, control y
regulación del tráfico, entre otros factores que inciden en una red vial
sustentable. En este sentido los ayuntamientos tienen una enorme responsabilidad pro cumplir.
Por otro lado, si la vialidad de
un municipio es el libro abierto del orden que guarda un ayuntamiento, la
civilidad que los habitantes tengamos frente a aquella es la que habla por la educación
que tenemos como sociedad. Historias
sobre estacionarse en sentido contrario, hacer alto a plena calle incluso con automóviles en fila de circulación, acceder arbitrariamente a espacios para personas con necesidades
especiales, rebasar indebidamente, hacer sonar el claxon, gritar improperios, conducir sin ton ni son, o conducir
entonado –léase bajo efectos del alcohol- son conductas entre otras muchas que
agreden a la sociedad y que provocan una saturación crónica que contamina a las comunidades.
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