Está claro que el acceso generalizado a
una educación de calidad dá más posibilidades de éxito a las democracias. Al
Gore.
Evaluar y acreditar son conceptos
que han ido posicionándose fuertemente en todos los ámbitos que conforman a la sociedad. Se practican evaluaciones de diversa índole dentro de los
sectores empresarial, industrial, gubernamental y/o productivo. Normas que aplicar, estándares que cumplir,
rubros que mejorar, adecuaciones que establecer, recomendaciones que atender,
planes de mejora que construir, análisis que realizar con perspectiva de
calidad aquí, ahora y a futuro, sustentabilidad y mejora continua…solo por
mencionar algunos.
La educación superior no queda al margen. Evaluar y acreditar son términos bastante conocidos al
interior de las instituciones de educación superior (IES); quienes saben de
esto asumen de inmediato que implica una enorme cantidad de labores, de aportación
de documentos, de evidencias de trabajo colectivo e individual, de exposición
fehaciente de los haceres y quehaceres de los docentes, de la institución,
estudiantes, trabajadores, etcétera. Llega un punto en que es necesario detenerse y
reflexionar un poco sobre esta avalancha de información para evitar que en la
práctica se traduzca en el ejercicio de
una moda educativa donde la finalidad sea obtener una reluciente placa de acreditación/evaluación
o
en el peor de los casos, que se transforme en una cuestión más del aparato
burocrático para terminar siendo un montón de papeles clasificados y ordenados
en lustrosas carpetas.
Treinta años atrás en México era casi un pecado mortal mencionar siquiera
que las IES pudieran evaluar su trabajo, de tal forma que los planes y
programas académicos quedaban al arbitrio de - en el mejor de los supuestos- órganos
colegiados integrados por académicos que tal vez con una buena dosis de voluntad
y algo de experiencia en la materia sacaban adelante proyectos interesantes. En aquel contexto, bajo circunstancias
referenciales de la época, el profesorado universitario lograba calificar su
tarea como educador pero se desconocía que tanto influyó positivamente en el
resultado, es decir, en la formación profesional de quienes concluían estudios.
Preguntas e inquietudes quedaban latentes:
¿Hubo una ganancia educativa para el egresado? ¿Cumplió la IES en
brindar las herramientas necesarias para el ejercicio profesional? ¿Fue el
tránsito del universitario un martirio académico o una experiencia
gratificante? ¿El plan de estudios de la carrera era adecuado a la demanda
laboral? ¿Obtuvo o no herramientas suficientes para su desarrollo profesional?
¿Tuvo buenos maestros?...
Esos y otros cuestionamientos fueron
ganando terreno en un mundo que estaba cambiando. Así surgieron varios modelos
gubernamentales para la mejora de la educación en todos sus niveles aunque
el universitario o superior fue
quirúrgicamente abordado por implicaciones históricas relacionadas con la
autonomía. Pero cambió y lo sigue
haciendo. Hoy en día la calidad
educativa implica 1) mejorar los aprendizajes de los alumnos, 2) que exista mayor cobertura/retención y 3) igualdad y equidad de género. Ante estos grandes retos es evidente que el
marco de financiamiento debe ir aparejado con la calidad y la transparencia de la actividad educativa y que el ejercicio docente debe ser eje fundamental dentro de
las políticas educativas gubernamentales establecidas en el Plan Nacional de Desarrollo
y sus derivados.
En México existen
organismos tales como el Consejo para la Acreditación de la Educación Superior
(COPAES)[1]
asociación civil que funge como única instancia autorizada en materia de acreditación
de la educación superior a nivel nacional el cual agrupa a treinta organismos
acreditadores. Por otra parte se encuentran los Comités Interinstitucionales para la Evaluación
de la Educación Superior, A.C. (CIEES)[2]
éstos llevan a cabo procesos de evaluación a las IES y tienen como objetivo contribuir a la
elevación de la calidad de la educación superior pública y particular. En suma, la diferencia entre un organismo y
otro es que CIEES evalúa con fines de diagnóstico y de formulación de
recomendaciones que tiendan a elevar la calidad de las IES y sus programas en
tanto que COPAES parte de una evaluación diagnóstica. El
evaluador se compromete con el mejoramiento de la calidad. El acreditador certifica que la calidad
existe. No son entonces organismos
equivalentes sino en todo caso complementarios. Mención aparte sería quien acredita al acreditador o quien evalúa
al evaluador.
Recientemente tuve oportunidad de acudir
al Simposio sobre Acreditación de
la calidad de la Educación Superior en América Latina celebrado en León
Guanajuato en el que participó el Mtro. Vicente López Portillo, Director General
de COPAES. En una magistral intervención sobre la acreditación en México expuso no solo la información oficial sino también su pensamiento en torno a ella. Puso el
dedo en la llaga y abordó lo que en ocasiones son temas espinosos que se
mencionan a voz baja, evidenciando que es un conocedor de los haceres y
quehaceres en los espacios de educación superior. Y lo hizo a manera de mejorar la concepción en la ejecución de los procesos. La acreditación no debe ser un esquema
tortuoso para las IES ni esta debe transitar el camino con la mente puesta en
el documento de validación porque entonces se estaría en la ruta del burocratismo educativo y no en el aseguramiento de la calidad educativa.
Acreditar o evaluar no es acudir a dictaminar una escuela con olor a pintura
recién aplicada, con pupitres nuevos o pizarrones con plásticos que delatan la
adquisición de última hora o la compra de pánico final. Tampoco es la simple recolección de datos y
evidencias ni mucho menos bandera política para escalar posiciones dentro del
esquema universitario o al revés, motivo de sanción para algunos por no haber obtenido el reconocimiento anhelado en la forma esperada. Tal vez implica romper paradigmas pero no
voluntades que con ese ánimo se autoevalúan con rigor no con complacencia. Del otro lado, los organismos evaluadores no son ni deben asumirse como auditores ni fiscales. Ni como jueces ni verdugos.
El punto que une a las IES con CIEES y COPAES es el reconocimiento y necesidad de ser evaluados y/o acreditados
porque implica realizar primero una profunda autoevaluación que permita identificar tanto las fortalezas como las áreas de oportunidad en función de
los resultados y los fines establecidos en un plan de estudios para, en un segundo momento, formular y llevar a cabo acciones en consecuencia. Acciones que comprometidamente deben asumirse por todos los participantes.
Los organismos evaluadores y acreditadores deben ser promotores de la mejora educativa instaurando procesos simplificados que
atiendan las características particulares de las IES en su contexto local y regional sin que esto
signifique una desvinculación de lo global, pues es debido afirmar que una universidad exitosa se localiza
en regiones exitosas, de ahí que los procesos deben ser respetuosos del entorno
y condiciones particulares analizados bajo ciertos
estándares académicos y elementos de juicio que garanticen alta calidad de los servicios
educativos. Cada evaluación o acreditación tiene sus particularidades y ninguna
puede ni debe compararse con otra.
Al final, el centro de lo antes
expuesto es el estudiante, actor principal
dentro de los procesos de evaluación y
acreditación, quien debe tener la certeza de pertenecer a una institución educativa
garante de la calidad académica, responsable ante la confianza depositada en
ella y donde la evaluación y acreditación son verdaderos ejercicios de
análisis, de mejora y calidad educativa no como un proceso burocrático aislado o peor aún simulado, sino como forma de vida cotidiana de la institución educativa a la que pertenece. Que la pertenencia sea entonces justificadamente motivo de orgullo y estandarte de éxito.
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