Cosas de Reyna

2018: La revolución de los jóvenes de los '70 y '80s



Fotografía tomada de Google.com
Cuando tenía apenas 18 años, participar en política representaba un verdadero reto no solo porque era política que en el entendimiento popular se traducía en ser expulsado de tu escuela, estigmatizado como persona revoltosa y sin futuro. Si eras mujer, las consecuencias y señalamientos tomaban dimensiones insospechadas. 

Salvador Allende decía que ser joven y no ser revolucionario era una contradicción hasta biológica y no andaba errado.

Sucede que el espectro en los ochenta, si querías participar en la cosa política, era pertenecer al Partido Acción Nacional  (PAN) o del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Apenas se conocían otros como el Partido Popular Socialista (PPS) y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), este último por cierto fue señalado como un organismo paraestatal controlado por el gobierno a grado tal que terminó adhiriéndose al PRI. Pero esa es otra historia.

De mi época de preparatoria recuerdo a Rosario Ibarra de Piedra[1] activista que a la postre fue candidata a presidente de la república por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Cuando Salinas de Gortari fue declarado vencedor en unas elecciones por demás dudosas, ella participó activamente reclamando fraude electoral. Si me apuran mucho, afirmaría que Rosario Ibarra inició la era de la rendición de cuentas públicas y acceso a la información: a la desaparición (1975) de su hijo Jesús Piedra Ibarra (señalado como comunista) no tuvo descanso alguno en su peregrinar por las instancias gubernamentales de la época con la exigencia de localizar a su sangre. Leía con avidez sus discursos, sus señalamientos y sus críticas. Hoy debe andar en los 90 años. Le he perdido la huella pero en mi mente cargo sus ideales, su tesón, su activismo sin tregua, mujer de lucha incansable[2]

Retomando las ideas apenas señaladas, llama poderosamente la atención el hecho de que una gran cantidad de personas que simpatizan o son militantes del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) sean nacidos entre los años '50 y '60s, porque son, sacando cuentas,  los que en sus 20-30 años de edad, guardaban la esperanza de un cambio profundo en las instituciones y en el gobierno. De muchas formas se cansaron de ver a sus padres batallar por un trabajo, una casa, por dar educación a sus hijos, por tener mejores espacios de vida colectiva.  De muchas formas se han cansado de repetir en carne propia la historia de sus padres pues poco ha cambiado desde entonces. Corrupción, narcotráfico, una seguridad pública fallida, más corrupción, partidos políticos empeñados en ser agencia de colocaciones de hijos, compadres, amigos, sin mayor mérito que ese, con una consecuente incompetencia cabalgante, destructora de instituciones públicas, desdeñosa del progreso para todos, acaparadora a ultranza. Y he ahí que ahora en muchos de aquellos preparatorianos e incipientes universitarios de antaño resurge (o se fortalece, según se vea) desde el fondo de sus almas la conciencia rebelde al status quo para convertirse en acérrimos defensores del progreso, enemigos de la corrupción, activistas del pro-gobierno y la real gobernanza. Nunca es tarde.

Hay una población de los nacidos los años '50 y '60s que en este justo momento se encuentran desempleados o percibiendo raquíticos salarios, incluso sin seguridad médica. En una etapa en que la madurez profesional y económica debiera de existir. Son los que avizoran con miedo e incertidumbre una vejez escasamente tranquila; muchos son los que ven a sus hijos emigrar a otros países porque este no les ofrece gran cosa mas que un subempleo con título universitario. Son los que incluso ven a sus nietos inmersos en el mismo círculo de pobreza y de escasa esperanza a futuro y a presente. Están agotados de discursos, de promesas, del ahora sí y del ya merito.

Los nacidos en los '50 y '60 saben que el tiempo apremia, que los ideales que muchos guardaron muy a su pesar bajo el colchón es hora y momento de desempolvarlos para retomar lo que su corazón juvenil mantuvo adormilado porque había que conservar un empleo pensando que tal vez desde ahí, desde su propio lugar podría contribuir al cambio, cambio que se vio arrasado por una estructura política empeñada en alcanzar y ejercer el poder a modo de unos cuantos. Saben por experiencia propia que el costo ha sido duro, amargo y por lo mismo no quieren heredar la carga a su descendencia. Son  ellos los que pueden marcar la diferencia hacia los jóvenes de hoy, quienes aspiran a vivir en un país justo, equilibrado, armónico, protector de la educación que enaltece, que construye, no la que se forja para mantener una subordinación social.

Los jóvenes de antaño son los que aportan y aportaron lo mejor de sí pero que la voracidad política, el nepotismo, la corrupción y el vasallaje les arrebató un mejor trabajo acorde a sus capacidades, a su dignidad profesional y particular. Quienes tuvieron oportunidad de obtener un empleo no fue precisamente en condiciones cómodas ni fáciles. Aquí sí aplica la cultura del esfuerzo. Por los que vienen y por lo que queda están ávidos del ya no más.  Muchos, miles de mexicanos de 50 y 60 años son los que están en condiciones de  aportar grandes ideas y acciones que, unidos a los  jóvenes  de hoy, pueden crear una sinergia que mueva más allá del discurso o del slogan al país.  Es hora pues, de cerrar brechas generacionales en aras del México tan ansiado.

No afirmo con esto que MORENA sea el partido ni que habrá de superar mágicamente tantas cuestiones nefastas que impiden que nuestro país verdaderamente avance; no es tampoco que el pensamiento colectivo vaya a cambiar radicalmente en estas elecciones con su triunfo el uno de julio, pero si me queda claro que este momento es justo el momento para reflexionar sobre esto. Ya no habrá otro.

Es una cuestión de deuda ciudadana que  nos atañe a todos. Ya probamos al PRI, ya probamos al PAN,  es evidente que no todo se constriñe a probar y elegir. De hecho, con mucho ha sido la laxitud y la permisión social lo que nos ha puesto en este punto. Se trata principalmente de exigir y pedir cuentas a quienes gobiernen a la par que mostremos una participación ciudadana activa y contundente o seguimos permitiendo el nefasto juego de las instituciones al servicio de intereses de grupo y de unos cuantos.

Necesitamos sí, un gobierno de apertura, un gobierno que comprenda que no se trata de gobernar a modo de monarquía sino a modo de gobernanza.












[1] http://1325mujerestejiendolapaz.org/otrsem_rosario.html
[2] http://www.sinembargo.mx/24-10-2013/792369


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