Entro a la página de los Academy of Motion
Picture Arts and Sciences[1]
. Justo en la segunda hilera, aparece
The Shape of Water nominada como mejor película, dirigida por un mexicano cuyo
nombre nos es familiar: Guillermo Del Toro. Esta cinta es la más nominada y por
mucho: en trece categorías. Se me
estremece el corazón.
Entre otros famosos mexicanos que han pisado
el Teatro Dolby[2]
ubicado en Beverly Hills, California, se
encuentran Anthony Queen, Alejandro González Iñárritu, Emmanuel Lubezky,
Alfonso Cuarón, las eternamente bellas Katy Jurado y Salma Hayek. Nos toca por derecho Lupita Nyong'o, Emeli
Kuri, Guillermo Navarro, Beatrice de Alba. Nominados han sido otros tantos como
es el caso de Demián Bichir.
Ser presentador en la ceremonia de los Óscares
representa una distinción especial. Algunos mexicanos ya han sido reconocidos
en el pasado por ello. Para este domingo
4 de marzo participarán Salma Hayek, Eugenio Derbez, Gabriel García Bernal,
Natalia Lafourcade y Eiza González. A
unas cuantas horas de la transmisión, espero con ansias este evento. Pero no es
el esplendor cinematográfico -que me apasiona- el motivo de la presente
columna.
Con no poca tristeza y decepción leí en la
reciente semana pasada comentarios poco agradables en torno a nuestros
compatriotas que este día participan en la ceremonia de los Óscares. Narrar alguno es hacer voz de algo con lo que
definitivamente no comulgo. Es una pena
que la práctica de la denostación sea un ejercicio lastimosamente común. Estoy segura que detrás de cada participante
habrá una historia de esfuerzo, disciplina y carácter. No es cuestión menor y
menos aun pudo darse esa decisión de la Academia con ligereza. ¿Porqué no
alegrarnos todos?
El síndrome de la canasta de cangrejos resulta ilustrativa. Cada uno de ellos habrá de intentar en algún momento salir de la canasta y muy probablemente lo hará con mucho esfuerzo si se encuentra solo. Pero si son varios ninguno saldrá porque si uno lo intenta, los demás lo jalarán hacia abajo para evitar que salga. Penoso verdad?
No es que los Óscares vayan a cambiar el rumbo
del país por la nutrida participación mexicana, vaya que no! Pero en cambio si agregamos
este éxito a los que han obtenido en otras disciplinas deportistas, científicos,
cantantes, autores, académicos, estudiantes, que han puesto el nombre de
nuestro país en alto, entonces las cosas se ven distintas.
A este convulsionado México le urgen más
líderes y menos ídolos de barro. Líderes que convenzan, que sean congruentes,
que dignifiquen desde sus propios espacios la responsabilidad de ser mexicano. La
profesión más humilde será la más respetada si se realiza con vocación.
Los ídolos de barro sobran: son los que se derriten al menor problema, los que se desvanecen a la más ligera crítica, los que despotrican contra quien se atreva a señalares sus fallos, los que se inventan virtudes, capacidades y competencias pero que como el barro en el agua, se convierten en lodo porque por dentro no traen nada.
En materia política el síndrome de los
cangrejos tiene sus bemoles. A veces hay
que tirar hacia abajo a ciertos cangrejos para que no salgan a dañar a la
sociedad. O para que no sigan dañándola.
Pero esto también implica una responsabilidad
para los ciudadanos: ser capaces de discernir, pensar, elegir correctamente a
los representantes de elección popular quienes son los que habrán de conducir
el destino social de las comunidades, en la que habitamos y para la que
exigimos mejores servicios, mayor seguridad pública, educación de calidad. Finalmente a lo que aspiramos es a vivir y convivir
en una sociedad más justa, apegada a derecho, igualitaria, equitativa.
O asumimos nuestras responsabilidades ciudadanas y nos construimos como sociedad fuerte o nos convertimos en comunidades de barro.
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