Cosas de Reyna

Un día después... Entrevista con Henry A. Crabb









Fue el 6 de abril de 1989 estando de presidente municipal  de Caborca el Ing. Carlos Enrique Figueroa San Martín, cuando se editó suplemento especial con motivo de la gesta heroica de 1857.     En ese documento la reconocida periodista  Carmen Alicia Espinosa participó con un  artículo donde recrea una entrevista a Henry Crabb.  Les comparto esta excelente pieza.  


Con apenas treinta y cuatro años de vida, muy apuesto, sin perder el porte de quien ha nacido en buena cuna, Henry Alexander Crabb permanece soberbiamente apacible esperando su ejecución.  Premeditadamente lo han dejando hasta el final para ser fusilado, a fin de que vea morir junto al paredón y de cinco en cinco, a sus compañeros de aventura.
La entrevista se desarrolla en la madrugada fría del 7 de abril, mientras el pelotón de fusilamiento se da una tregua para la última ejecución.
El ambiente que nos rodea es macabro.  Los ayes de dolor de las madres  y las esposas caborquenses que levanta a sus muertos se escucha por doquier.  El aire helado golpea sin piedad, desfigurando las caritas de los inocentes, quienes pegados a las faldas de las mujeres dejan tras los muros del templo y del convento una real pesadilla y, los hombres, como dantescos fantasmas recogen los escombros de lo que fuera durante seis días el cuarte de los filibusteros.
El pápago, al que conocen como Francisco Javier, autor del incendio en el refugio de los aventureros, pasa frente a nosotros, gallardo, imponente, glorioso.  Se limita a ver por un instante al jovencito Charles Evans, a quien sus 16 años de edad le sirven para ser perdonado de ir al paredón y siguió su camino.
Uno de los guardias me da una taza con café, la que ofrezco a Crabb; su erguida figura se descompone al rechazarlo con un ademán, lo que aprovecho para iniciar el cuestionamiento.
Quiero saber míster Crabb, qué fue lo que le hizo pensar en apoderarse del terreno sonorense, siendo que es usted un abogado de renombre, con incursiones en elevados puestos públicos, con una posición económica y social privilegiada.
Sus ojos intensamente obscuros, tanto como su barba y cabellos, contrastando con su piel blanquísima, se fijaron en un punto en lontananza y tras un suspiro responde:
“La riqueza del suelo sonorense… mucha plata, el alejamiento geográfico del centro del país que haría difícil cualquier defensa importante y la situación económica, política y social en el Estado, quebrantada por las rivalidades que existen entre los jefes de gobierno, creo que fueron los principales aspectos que me hicieron concebir desde el año pasado que visité Sonora, una incursión a esta región, con el ánimo de colonizarla”
¿Acaso el estar casado con Filomena Aínza, hija del español Manuel Aínza, quien vivió por muchos años aquí en Sonora y hermana de Agustín y Jesús quien aún reside por rumbos de Sonoyta también influyeron en su intentona?  Bajando su cabeza y apretándose las manos dice: “Creí que mis familiares políticos y amistades me darían más apoyo… muchos personajes importantes me lo habían ofrecido”… ¿Quiénes, míster Crabb?... “Olvídelo, ¿qué caso tiene ya?.
De nuevo se había plantado airoso, no parecía un condenado a muerte. ¿Qué le ofreció a sus compañeros de batalla, a sus cuñados y demás gentes que según usted lo apoyarían en su aventura? “Prometí terrenos para establecerse y proseguir más tarde con la colonización en el resto de la Entidad.  Así hubiera sido…”
Pero, ¿no pensó antes de su agresión en otras alternativas para asentarse de manera pacífica en tierras sonorenses?  Crabb se exalta.  Uno de los guardias se adelanta hacia él, pero hago un ademán de que todo está bien y vuelve el entrevistado a acomodarse en el cajón que le sirve de asiento.  Quiere que se escuche bien su respuesta y casi subraya cada palabra:
“Yo venía a colonizar Sonora pacíficamente; siempre lo concebí de esa manera, desde el año pasado en que con mi familia viene a… bueno, vine de paseo y me gustó la tierra y la gente, es más, así se lo hice saber en mi carta al Prefecto de Altar, señor José María Redondo, amparado incluso por las leyes de colonización de este país, pero me sentí agredido por ustedes desde que crucé la línea, como también lo asenté en esa carta”.
Precisamente en mis manos tengo la carta que fechada el 26 de marzo de este año, Crabb envía a Redondo.  El tono con el que el norteamericano se dirige al Prefecto no es nada amistoso, por le contrario, es agresivo, insultante y amenazador.  Enseguida leo en voz alta unos párrafos:
Es verdad que estoy bien provisto de armas y municiones, pero usted sabe muy bien que no es propio entre americanos o cualquier otro pueblo civilizado, viajar sin armas… y por circunstancias  me imagino, para mi sorpresa usted está tomando medidas extremas contra nosotros y está organizando una fuerza para exterminarme con mis compañeros. Estoy bien informado de que usted ha dado orden de envenenar los pozos y que está tomando las medidas más viles y cobardes en contra nuestra. Pero tenga usted cuidado señor; porque por cualquier cosa que tengamos que sufrir caerá la venganza sobre la cabeza de usted y la de aquellos que le ayuden… He venido al país de ustedes porque tengo el derecho de venir a difundir las ideas de la civilización… Finalmente debe usted saber, y téngalo muy presente, que si se derrama sangre, ésta caerá sobre la cabeza de usted y no sobre la mía.  De todas maneras, usted debe guardarse de continuar con sus preparativos hostiles… Soy el jefe y mi propósito es obrar de acuerdo con las leyes naturales de la propia conservación”.
Al terminar la lectura le pregunto si esas letras significan un menosprecio a la dignidad del funcionario y de todo el pueblo y si acaso desde ese momento ya veía en todos ellos a sus futuros esclavos, siendo él y su familia esclavistas de abolengo.
Frunce el entrecejo y dice:  “Es evidente que vengo de una civilización superior y que al extenderse mi patria hasta estas tierras, ustedes quedarían bajo mis dominios.  Por otra parte, vuelvo a decir que me enteré a tiempo que se preparaba una ofensiva en contra nuestra.  Mis hombres de ninguna manera eran aventureros, tahúres o de baja extracción; eran por el contrario verdaderas personalidades en mi país que no merecían el trato que se pretendía y mucho menos la forma en que terminaron con sus vidas”.  En silencio ve hacia el frente del templo donde sus compañeros acaban de ser pasados por las armas.  Continuó:
“Leales amigos como míster Wood, mi ayudante general, quien fuera distinguido miembro de la legislatura de California; míster Johns, mi jefe de artillería, graduado de West Point, quien fuera teniente en el ejército norteamericano; el doctor Oxley, cirujano general, fue líder del partido Wigh and Knov-Nothing y miembro brillante de la legislatura; siempre a mi lado como General Brigadier estuvo míster Cosby era hasta ayer miembro del Senado del Estado; William Mac Coun, comisario general, era también un exlegislador prominente en California y mi amigo Henry Watkins, antiguo socio del prestigiado bufete jurídico de William Walker. Todos han muerto ya, han segado sus vidas valiosas…”.
Pero míster Crabb, es que el pueblo tenía que defenderse o ¿qué esperaba usted que hiciera?  “No esperaba que el pueblo se defendiera en la forma como lo hizo.  Sabíamos que no contaba con elementos suficientes, ni con hombres, ni con armas, ni con parque ni con nada!  Pero la suerte estuvo de su parte.   Al hombre que mandé con el barril con pólvora para volar el templo me lo mataron, en cambio una flecha que tiró un salvaje indio terminó con nuestra ofensiva…”
Cuando ordenó la explosión en el tempo y en el convento, ¿no pensó en las mujeres y niños que allí se encontraban? “Le repito, yo venía con una intención, encontré resistencia y no me iba a fijar en esos detalles. Era una batalla. Había que actuar sin miramientos”.
Los guardias me señalan que la entrevista debía terminar y piden a Crabb que se levante.  Mientras dan las órdenes para sacar al sentenciado a muerte, hago otra pregunta.  ¿Consideró en algún momento perder la vida en esta acción?
Altivo, como si no temiera a los instantes inmediatos, repuso: “Siempre que se participa en combate se expone la vida,  aunque jamás pensé que sería en esta forma.  Nunca imaginé siquiera ser aprehendido”.
Ya en marcha hasta el paredón, yo por fuera de las paralelas que formaban los guardias, le pido me manifieste su pensamiento en esos momentos.  Crabb, ya no tan altivo,  cansado, como queriendo retener una eternidad en cada paso, responde desde dentro de la valla humana:
“Todos los pueblos quieren conservar su libertad y soberanía, y cualquier extranjero que trate de hacer lo que yo, se expone a perder la vida, si los nativos se defienden tan valerosamente como lo hicieron los de este desierto de Sonora”.
Si tuviera una nueva oportunidad, ¿volvería a intentar esta acción?
La pregunta no tiene respuesta.  Hemos llegado al improvisado paredón de fusilamiento, precisamente frente al templo donde los valientes caborquenses batieron a los filibusteros, apenas unas horas antes.
No espero a que las descargas de las tropas acaben con la vida de Crabb.  Me retiro de allí y regreso más tarde al improvisado cuartel del coronel José María Girón, hasta donde es llevado un extranjero que pregunta por míster Crabb.  Enterado de lo que desea el ingenuo, un médico de apellido Hernández mete la mano a una olla pápaga y extrae sin pudor alguno la cabeza de Crabb, que él mismo había cortado y puesto en ese recipiente con litros de vinagre.
El propio coronel Girón se sorprende de tal acto de barbarie, ya que según se constató de inmediato, nadie había dado la orden de mutilar así el cuerpo del jefe filibustero.
Al ver tan dantesca escena, el recién llegado, amigo de Crabb, en un grito ahogado, tocándose el cuello balbucea:
“¡Oh! ¡mi también? Y Girón le responde con un movimiento de cabeza afirmativo:
“Poco tiempo".

Por:  Carmen Alicia Espinosa

Posdata:  Un abrazo hasta la eternidad amiga mía. 
Nota:  El  blog del  8 de noviembre de 2009 publiqué aquí mismo una semblanza de Carmen Alicia. Está disponible en el historial.  

4 comentarios:

  1. Una historia que todo Caborquense debiera de conocer, cantémosla a nuestras generaciones, para preservar su valor y hazaña.

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    1. Gracias por tu comentario/sugerencia estimada Liliana. Un abrazo

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    2. Que buena historia, me gustó, gracias!!!! Uno sabe la historia-mas o menos- pero aqui con esta entrevista conoce un poco mas uno sobre la historia de la gesta heroica.

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