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Cada año egresan
de las universidades miles de jóvenes con la esperanza de encontrar un empleo
acorde a su formación profesional. Definitivamente salir del aula y enfrentarse
al mundo laboral no es tarea sencilla, sobre todo porque existe la presión de
demostrar las aptitudes, habilidades y conocimientos que se poseen. O los que debieron adquirirse. Las complicaciones se multiplican cuando el
espectro de oportunidades de trabajo es reducido o el desaliento por el sueldo
está justo en el suelo.
Desde otra
perspectiva resulta relevante el hecho de emplearse en la carrera que se cursó
o bien la necesidad de aceptar empleos que nada tienen en relación con lo
estudiado. Según el Instituto Nacional
de Estadística y Geografía (Inegi)[1]
la tasa de desempleo es de 4.4% lo que ubica a México como el cuarto país mas
bajo de los Estados miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE)[2].
La misma fuente indica que para el
cierre del 2015 la tasa de desempleo en jóvenes de entre 15 a 24 años fue del
8.7% y del 3.4% entre los de más de 25 años. En tanto, las carreras con mayor número de ocupados (cuatro trimestre de 2015)
fueron de Derecho con 81.9%, Contabilidad y fiscalización con 81.1% y
Administración y Gestión de empresas con 67.3%.
Si bien las
estadísticas son importantes y referencia obligada para el tema, los egresados
esperan más bien una respuesta positiva a su demanda laboral. La
vida universitaria como estudiante es en realidad un compás que mucho puede
aportar a la formación integral del próximo egresado si lo logra trabajar con
feliz anticipación y mejores maestros. Es claro que poseer un título universitario es contar con una amplia posibilidad de acceder a mejores
puestos mayormente remunerados. Pero no es garantía: la tendencia es que los empleadores se tornan cada vez mas exigentes:
Buscan un abogado con conocimientos sobre administración y comportamiento
organizacional. Quieren un ingeniero que
posea capacidad para contratar empleados o un contador que administre. Hace poco leí en algún lugar que una empresa ofrece trabajo a un psicólogo con conocimientos en
manufactura y a un arquitecto con habilidades de mercadotecnia.
Conversando sobre
lo anterior con un empresario, comentó que lo que él busca es que el
profesionista posea capacidades integrales y útiles para su negocio a sabiendas
que su fuerte es la profesión para la cual estudió. A manera casi de desesperación agregó: Si
encuentro a algún joven con altas calificaciones no me entusiasma tanto como su
actitud al trabajo. Esto es muy difícil
de encontrar. Me desalienta la pasividad, la conformidad, la forma de hacer
las cosas lineales, sin motivación, sin creatividad, sin originalidad, sin un
lenguaje pulido, sin educación. Es
el talento lo que se busca. El título
representa la validez de los estudios pero no garantiza aquel. Quienes son tenaces en lo que hacen son
optimistas, atienden los detalles, piensan en grande, se mantienen enfocados,
son sus mejores críticos, formulan propuestas sólidas.
El joven
universitario recién egresado enfrenta una problemática que va mas allá de la empleabilidad. Si bien es relevante el punto, el estudiante al ingresar a una carrera
profesional escasamente piensa en el futuro empleo y la decisión de cursar tal
o cual profesión obedece a situaciones
ajenas a las potencialidades laborales futuras.
Observatorio Laboral Mexicano[3]
–servicio público de información en línea- aplicó una encuesta con la pregunta ¿Qué
factor consideras más importante para elegir qué carrera estudiar? El 45.2% respondió que me guste. El 16.1% que sea
bueno en ello, el 14.1% optó por
cuanto le pagarán y el 24.6% respondió que
si va a haber o no trabajo cuando se gradúe.
El gusto por la
carrera puede traducirse en grandes decepciones si no se aborda con cuidado el aspecto laboral que le espera al egresado. La universidad brinda espacios de aprendizaje
valioso a través de las prácticas profesionales que, bien llevadas, logran su
objetivo. Una actitud saludable hacia el trabajo brinda
mayores satisfacciones. Saber trabajar
en equipo con todas las potencialidades individuales genera resultados
positivos para todos y permite un desarrollo profesional sólido dentro de un clima laboral que lo propicie y en el que
es responsabilidad de cada uno ser
consistente en lo que se hace, donde sea que se ubique dentro de la jerarquía.
Por otro lado ser
entrepreneur
permite
al emprendedor asumir riesgos haciéndose responsable de los logros o
resultados obtenidos. Hace poco me
encontré con un ex alumno -hoy destacado abogado- quien comentó haber tomado esa decisión al
poco tiempo de ejercer el litigio en un despacho. Habló de sus miedos y temores
iniciales. De sus tropiezos, afanes y
fracasos profesionales en un tono de nostalgia satisfactoria. Hoy –dijo-
invito como colaboradores a estudiantes.
Ser profesionista
al servicio de una empresa o institución o bien optar por ser entrepreneur son los retos del recién egresado que busca
progresar en su profesión. Poseer un
amplio potencial de aprendizaje es algo que se valora tanto como el de
liderazgo y en términos de debilidades,
una actitud laboral poco humilde puede cerrar puertas. Por muy altas que sean las calificaciones.
Aun hay mucho por
abordar en el tema. Las universidades son elemento importante dentro
del análisis, tanto como lo son los
sectores productivo, privado y público.
Habría que elaborar proyectos que coordine e involucre eficazmente a todos los
actores - particularmente desde el nivel preparatoria- que permitan la toma de decisiones vocacionales donde
el gusto simple y llano no sea lo que defina el futuro de los jóvenes.
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